El Gobierno debe aclarar cuáles son las "intenciones inconfesables" de CFK
El ministro de Seguridad Aníbal Fernández habló de soga en casa del ahorcado y dio a entender lo que se sospecha pero no se había dicho: que Cristina Kirchner quiere la silla que ocupa a medias Alberto Fernández.
Incapaz de resolver los problemas de todos los días que sufre la gente, el Gobierno se ha instalado como comentarista de la realidad desde los múltiples rincones del ring en que ha transformado su presencia en el poder.
Esta mañana, el ministro eterno Aníbal Fernández (hoy al frente de Seguridad) se declaró encima: al referirse a las declaraciones de ayer de Andrés Larroque, que aparece como ministro bonaerense del gobierno Axel Kicillof, pero jerarca en la estructura de La Cámpora nacional, dijo que como Cristina Kirchner no lo corrigió tras bardear al presidente Alberto Fernández, es ella quien esconde "intenciones inconfesables".
A estas alturas de la democracia no resulta aceptable que no se confiesen cuáles son las intenciones de quien es nada menos que la vicepresidenta, si se conoce el supuesto secreto y Aníbal F. dio a entender que lo sabe, y que su decisión es grave.
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Solo echando un hilo de luz a los términos utilizados, puede deducirse que el ministro dijo, al llegar a la primera reunión de Gabinete de ministros en seis meses, que la vicepresidenta está intentando que se vaya el presidente o que, al menos, responda a sus órdenes, planes, ocurrencias o deseos. Para ello, habla por boca de ganso, además de tuitear con dedo propio tangencialmente.
La gravedad de lo denunciado es tal, que si el Gobierno no denuncia el virtual intento de golpe que ejerce aquella de la que dicen que tiene "intenciones incofesables", es cómplice de su propio manoseo del sistema democrático.
La lucha por obtener la manija del poder se da en un contexto de crisis irresuelta, persistente, agobiante y que no parece encontrar un punto de inflexión, que recae sobre los sectores más humildes con el impuesto que representa la inflación, y con aquellos que tienen todavía ánimo de generar empleo y riqueza para sostener el país, sobre quienes recae todo el peso de pagar lo que el Gobierno rompe o permite que se rompa.
Ayer Elisa Carrió sostuvo que "si gobernáramos nosotros ya nos hubieran bajado del poder" y posiblemente sea cierto. El nivel de descalabro económico que se multiplica en sectores y franjas diversas, haciendo daño irreparable en la conformación social, ya sea por ineptitud o por ideologismo infantil es monumental. El Gobierno se ha reducido a una puja por meter cosas adentro de sí mismo que no caben. Por ejemplo, funcionarios. Buscan autosatisfacer a los grupitos con los que armaron su caballo de Troya mentiroso de "la unidad" para llegar a la Casa Rosada. Para poder sostener sus salarios, inventan medidas con fundamentos mitológicos, que terminan por darle vida a un Frankestein que -ya se sabe- se volverá en contra de todos, aunque echarán esa culpa en "otros".
Todos contra todos. Anoche, pisando los últimos minutos del día, fue el frustrado Felipe Solá quien empezó a tirar cascotes contra su sucesor, Santiago Cafiero, que le arrebató el cargo cuando él se encontraba en misión oficial en México y de lo cual se enteró en el aeropuerto, de llegada, teniendo que abandonar la misión en forma inexplicable para el mundo exterior al peronismo, ya no solo a los que desconocen la vida doméstica Argentina.
Solá pretendió corregir a Cafiero en un tuit escrito posiblemente con manos temblorosas, con letras pegadas y espacios de más, al defender que Argentina mantuvo relaciones con Venezuela. Vaya a saber en qué conversaciones y con quién, bajo qué efectos estaba cuando decidió decir justo eso y en público, cuando había sido el jefe de la juntada de comer asados a la que se llamó alguna vez Grupo Callao, que lo tenía a él como aspirante presidencial, que invitaba a cenar a un tal Alberto Fernández junto con Cafiero y algunos otros y de repente, le fueron arrebatados todos los atributos para regalárselos a otros. Desde afuera observa, fracasado él, pero impávido ante el fracaso de quienes lo hicieron a un lado, cómo todo se viene abajo.
Es insostenible que este peronismo siga alimentando su hambre de manejo del poder sin resolver la tarea encomendada: gobernar el país.
En otros momentos de la historia, las condiciones macroeconómicas, su cotillón folclórico o liderazgos fuertes, emblemáticos (y por qué no decirlo: hasta el miedo) le otorgaron a esa fuerza mutante en lo ideológico un campo de fuerza impenetrable.
Hoy representan una pelea de barrabravas a la vista de todos y con consecuencias difíciles de corregir en el corto plazo por alguien con la sensatez ausente, si es que apareciera alguno con esas condiciones y al final, la ciudadanía optara por un cambio rotundo hacia allí.