El centro se mueve, la dignidad no
Si desde el poder se tensa a la sociedad hacia el polo más nefasto de las contradicciones mencionadas, lo correcto no es la búsqueda del "término medio", sino la firmeza en la defensa de lo más deseable.Escribe Jorge Fontana.
La instalación en el vocabulario popular del término "grieta" ha resultado perniciosa para nuestra sociedad. La palabreja popularizada por Jorge Lanata, si bien puede ser útil como herramienta para el discurso periodístico, se vuelve un factor de distorsión cuando se la quiere usar como categoría de análisis político o social: la misma idea de que exista una grieta implica la necesidad de "cerrarla", ya que no se puede vivir en un permanente estado de división. En ese esfuerzo por "cerrar la grieta", muchos han creído que lo correcto es tomar una actitud equidistante entre ambos márgenes de la fisura. Y creyendo tal vez que se trata apenas de una mera diferencia de ideologías, han emprendido la búsqueda del "centro", con la (tal vez honesta, pero equivocada) hipótesis de que eso significaría "moderación".
El problema es que el centro se mueve.
Cuando uno de los polos de una oposición se corre demasiado hacia uno de los extremos, arrastra tras de sí a todo el sistema de discursos, ideas, valores y principios, y toda la realidad social se ve tensionada por este movimiento, que desplaza también consigo al supuesto "centro". Y este centro deja entonces de representar la moderación y la neutralidad, para convertirse en una versión (tal vez más insulsa pero no por eso menos dañina) del sector que provocó la tensión.
Cuando el eje se corre hacia el autoritarismo, la impunidad, la falta de escrúpulos, la ilegalidad, la obscenidad, la soberbia e incluso la estupidez, el supuesto "centro" también se mueve en ese sentido. En ese movimiento, el tejido social se desgarra. Porque sucede que mientras todo se mueve hacia un extremo, algunos intentan mantenerse firmes en su sistema de valores, y allí se produce el desgarramiento. El doloroso desgarramiento.
El procurador del Tesoro, Carlos Zannini, reconociendo haber fraguado un documento público para vacunarse él y su esposa, y enorgulleciéndose de su conducta; el gobernador de Buenos Aires, mandando a estudiar a un ex futbolista que quiere donar vacunas para su ciudad, y cuyo padre acaba de morir de covid; su Jefe de Gabinete Carlos Bianco declarando que "ellos inoculan odio y nosotros inoculamos amor"; el presidente de la República llamando "imbéciles" a dirigentes opositores o ignorando un fallo de la Corte y tratando de "decrépitos" a sus integrantes, o la anuencia oficial frente a las clarísimas violaciones a los DD.HH. perpetradas por el régimen de Gildo Insfrán en Formosa, son sólo algunos ejemplos de ese corrimiento hacia lo inaceptable, de aquello ante lo cual no hay consenso aceptable.
No es posible la equidistancia entre la honradez y la inmoralidad, entre la legalidad y la ilegalidad, entre la nobleza y el cinismo, entre la paz y la violencia, entre el decoro y la desvergüenza, entre la templanza y la crispación, entre el sosiego y la turbación de los ánimos, entre el reconocimiento de la dignidad humana y la violación de esa dignidad, entre el respeto y la ofensa, entre la discreción y la vulgaridad, entre la sensatez y la insanía, entre la lucidez y la enajenación, entre la empatía y el sadismo, entre la idoneidad y la ineptitud, entre la ley y el caos, entre convivencia pacífica y la provocación permanente, entre la República y la autocracia.
Si desde el poder se tensa a la sociedad hacia el polo más nefasto de las contradicciones mencionadas, lo correcto no es la búsqueda del "término medio", sino la firmeza en la defensa de lo más deseable.
No se trata de buscar el centro, ese centro fluctuante que se mueve según las circunstancias, sino de mantenernos en nuestro centro, dónde moran los valores y principios que no se mueven. Aunque eso suponga un desgarro. Aunque duela.
Porque la pretensión de equidistancia en estas circunstancias se convierte en complicidad. Una cómoda, conveniente, (y tal vez farisaica) complicidad.