Al policía: "Sáquese la gorra y písela"

Una cosa es el derecho a manifestarse pacíficamente, y otra es que no se realice pacíficamente, ni con un objetivo ni haciendo de la interrupción del derecho de los otros un acto de campaña.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Un grupos de militantes de la nada produjo desmadres al presentarse ante el Consulado de Chile en Mendoza. Impidieron la circulación del Metrotranvía con decenas de personas abordo, cortaron calles y decidieron volverse violentos, de golpe, en Plaza Italia, en la búsqueda de una victimización que no llegó. ¿Qué pedían? Que el jefe del operativo policial coordinado por el fiscal Gustavo Fehlman se quitara la gorra, la arrojara al suelo y la pisara.

Por supuesto, es más cool hablar de "represión" en lugar de lo que la desencadenó. Cualquiera se siente más parte de la masa popular simplificando que pensando y analizando, y se nota mucho en las redes y en el rubro que nos ocupa, el periodístico.

Pero empecemos por ver que esa ridícula condición (la de tirar la gorra al suelo y pisarla) fue el único petitorio que presentó la horda desquiciada que se separó de los manifestantes pacíficos autoconvocados, ante el pedido de la policía de que si querían manifestar su apoyo a los reclamos que se hacen en Chile, lo hicieran en la vereda. Igual la prensa iba a tomar nota. De todos modos se iban a hacer notar, pero sin afectar a nadie.

Una izquierda sin brújula ni horizonte, que no pedía nada salvo un acto de humillación ridículo por parte del representante del Estado presente, recibió el apoyo del oportunismo de derecha de ocasión, con la presencia del aliado local de Roberto Lavagna, el diputado nacional José Luis Ramón, que apenas vio que el escenario le podía resultar adverso, huyó, no sin antes postear su foto reivindicando la lucha de los chavistas en Ecuador y de los chilenos que todavía no tienen un líder identificable, pero que más allá de la justicia de los planteos pacíficos de los caceroleros, han incendiado supermercados, edificios, micros y subtes ocasionando la muerte de personas que no pudieron escapar a su forma de hacer política.


Unos alimentan a otros y ninguno consigue mejores condiciones de vida para nadie, salvo el secuestro de unidades de transporte, miedo en la gente que quería volver a su casa e incertidumbre, provechosa solo para los que están al salto por ser protagonistas desde una realidad a la que ya le han sacado todo el provecho posible, aunque quieren más, insaciables.

Mientras tanto, otros intentan poner en foco lo real y lo aumentado de los sucesos de Chile, ya que lo que sucede tiene varios planos y puntos de vista posibles, desde las reivindicación entendibles hasta las provocaciones perfectamente organizadas. Pero por cierto, que una cosa es que todo pase en Chile y otra que se pretenda importar aquella situación a suelo mendocino, para hacer un acto político.

El problema probablemente esté en que la desesperación por no ser sacado de la comodidad otorgada por un flash de éxito político no impida ver que estar junto a violencia en las calles es equivalente a pasearse con una frazada propagandística por las playas de Reñaca, como este mismo ahora diputado nacional disfrutaba en campañas anteriores.

La política es más compleja que romper y ganar, y por eso es difícil ejercerla, pero no imposible. Lo realmente fácil es montarse sobre el descontento montado en frases generalistas o en planteos ridículos, absurdos e inaceptables, como el de los manifestantes a un policía que solo les pidió que respeten la ley y prefirió la agresión al razonamiento.

No buscan solidarizarse con ningún pueblo, claro está, sino por el contrario, profundizar sus carencias y, así, sacar provecho propio de la desgracia ajena.



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