Gabriel Conte

Bailando en la cubierta de un Titanic llamado Mendoza

Actores y bailarines de la Vendimia decidieron llevar sus fake news cazabobos al escenario máximo de la única actividad que sigue generando recursos, el turismo. ¿Quieren cerrar ese grifo? Rompieron el contrato con un Estado que los contrató para bailar y actuar, no para militar. Tampoco se pusieron en la piel de los viñateros, más merecedores de un reclamo que "el fraking", sobre el que se miente demasiado.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Una cosa es ser ingenuos (¡bendita sea la época de la ingenuidad, la niñez!); otra bastante diferente es actuar en forma romántica por decisión propia, como pose ante la vida en la búsqueda del aplauso de los cercanos; distinto es -aunque puede confundirse con lo anterior- servir activamente a propósitos que tienen un beneficiario oculto sembrando mentiras machacando con falsas verdades de credibilidad efervescente, o ejercer un fanatismo cuasi religioso, condicionado vaya a saber por qué motivos o límites propios; y otra es militar la desgracia del resto, convencidos de que "todo está mal", que nos merecemos el peor de los mundos y, por lo tanto, negar el futuro al resto. Apocalípticos sin remedio.

Anoche cerró el acto central de la Fiesta de la Vendimia con personas que violaron el contrato que firmaron con el Estado que consistía en recibir un pago por bailar y/o actuar. Sacaron a relucir carteles contra la actividad hidrocarburífera en la fiesta del vino, cosa que no estaba en el libreto. Eligieron resignar su asignación con tal de imponer su mirada de activistas políticos al servicio de alguien que los organizó y que debería ser, en definitiva, quien les pague por haberlo hecho, y no el Estado, que somos todos los demás.

No, no reclamaron por el precio del tacho de uva en defensa de los que trabajan en la viña, un área laboral bastante menos cómoda que danzar sobre un escenario ante miles cercanos que alientan y muchos otros miles que los siguen por televisión: los que saben de la cultura de la vid están desapareciendo bajo las peleas de los gigantes de la vitivinicultura, pero no hubo un solo cartel rebelde sobre el tema, sino sobre algo que perjudica a la producción de petróleo, lo último que queda para que haya algún recurso económico.

Tampoco hubo un llamado de atención, espontáneo, organizado, militante o concienzudo, como se lo quiera llamar, para el derroche de agua que se hace en grandes extensiones de cultivo, entre otros, viñedos, cuyos dueños prefieren viajar por el mundo o cambiar el modelo de sus vehículos en lugar de invertir en sistemas de riego eficaces ante la escasez.

Ni contra la contaminación con desechos urbanos, cloacales, del río Tunuyán en donde nunca hubo ni habrá minería: es la gente la que provocó que circulen aguas muertas en donde los peces ya no pueden sobrevivir, por ejemplo.

No merecería un comentario esa adolescentada sucedida en el teatro griego Frank Romero Day de no ser porque parece ya no serlo, sino constituir una agenda concertada para destruir cualquier posibilidad de que Mendoza cuente con un futuro. 

Curiosamente, muchos de los jóvenes de los municipios en donde desaparecen los viñedos y bodegas y su dirigencia se deja anestesiar por miedo a que los militantes los expongan con algún entrevero oculto que podrían llegar a tener, solo consiguen trabajo en Vaca Muerta o Malargüe. El Estado ya no aguanta más en esos municipios de consignas fáciles contra todo en donde, además, al agua no parece cuidarla nadie a conciencia, aunque resulte una excusa para su deber ser.

Son partícipes de un absurdo que consigue -hay que admitirlo- que mucha gente lo crea, sobre todo la de buena voluntad, abierta a apoyar todo lo que tenga "cara de caridad o buen propósito". Pero el camino al Infierno está lleno de buenas intenciones. Si no hay producción, no habrá más Fiesta de la Vendimia. No la financia precisamente el empresariado del sector, sino el pueblo con sus impuestos. Y lo hace, con la finalidad de que el turismo sustituya lo que no se genera con otras actividades. Si además de impedir el desarrollo minero, alentar el uso indiscriminado del agua para las fincas como cómplices de sectores que no quieren que nada cambie y de atentar con información falsa en torno a la fractura hidráulica para raspar las piedras y extraer lo último que queda de petróleo, no bailarán ellos en ningún lugar ni bailará nadie nunca más en Mendoza.

¿Quién gana si este Titanic llamado Mendoza no es sostenido por actividad genuina y por lo tanto se hunde? Tal vez haya que buscar allí a los que incentivan este tipo de muestras que no por ridículas terminan siendo, además, altamente perjudiciales para todos. También para los que los aplauden. Porque no hay salvavidas para todos y se salvarán solamente los que puedan pagarlos. Y no es, precisamente, el sector más empobrecido de la sociedad, al que siguen dejando sin trabajo, sin ingresos, sin recursos con la militancia bajo salario estatal en el escenario de la Vendimia.

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