Asistencia sin "ismo"
Jorge Fontana analiza las consecuencias y posibles respuestas a la estanflación, el estancamiento con inflación, y pone en negro sobre blanco la defensa de la pobreza frente al combate de tal condición, el asistencialismo como deformación de la asistencia.
El problema del asistencialismo está en el sufijo "-ismo".
Asistir a alguien en sus necesidades es un deber. Convertirlo en ideología es una irresponsabilidad. Y consolidarlo como práctica política para obtener beneficios, es una perversión.
Los físicos dicen que, cuando alguna ecuación da como resultado "infinito", es porque está mal planteada. Es una ecuación paradojal. Pues bien, cuando entramos en la dinámica de "lo asistencial" nos encontramos con la paradoja del infinito. Las necesidades tienden al infinito, y por lo tanto las "soluciones" asistenciales tienden a lo infinitesimal.
Esto último fue muy evidente durante la pandemia. Con la suspensión de las clases presenciales, la "conectividad" apareció como una necesidad imperiosa. Supongamos que, con mucho esfuerzo, conseguimos un celular o una netbook para entregarla a alguien que carecía de esas herramientas. Evidentemente, para esa persona esto resultó ser una solución. Pero al mismo tiempo, esa solución no llegó a otros cientos, miles de personas. En términos morales, hemos cumplido con una obligación, pero si eso lo llevamos a términos de POLÍTICAS, si reducimos toda nuestra acción a ese tipo de "gestos" de asistencia, estamos resolviendo apenas una parte infinitesimal del problema. Estamos asumiendo un estado permanente de emergencia, vamos detrás de las necesidades, y eso equivale a llegar siempre tarde.
Aquí, como en tantas otras cuestiones, conviene repasar a Max Weber y su concepción de la ética, la dualidad entre "ética de la conciencia" y "ética de la responsabilidad". Con esa ayuda, calmamos (y lo he comprobado) nuestra conciencia. Pero... ¿se trata de una acción política éticamente responsable? Quién esto escribe cree que no lo es, ya que el asistencialismo convertido en política asume de hecho que las necesidades siempre existirán, y con su acción contribuye a cristalizarlas, solidificarlas, en primer lugar porque de esa manera estaría postergando las soluciones de fondo y en segundo lugar porque esa política implica tomar al necesitado como objeto de su acción, y no como sujeto de su propia realización.
En este sentido es reveladora una definición del papa Francisco de hace unos años, en la que afirmaba que "Los pobres son el tesoro de la iglesia" porque "nos dan la oportunidad de hablar el mismo idioma que Jesús, el del amor" y por eso "facilitan nuestro acceso al cielo". Los pobres nos dan la oportunidad a los "no pobres" de ganarnos el cielo, de salvar nuestra conciencia. Esa idea la expresó con mayor claridad en un tuit del año pasado:
Esa ética de la conciencia no es la que debe guiar la acción política, por lo menos para quienes entendemos que una de las funciones primordiales de la política es generar las condiciones para que los hombres y mujeres tengan mejor calidad de vida, lo que implica eliminar la pobreza. Y esto es así porque ¿quién trabajaría para erradicar aquello que "nos garantiza una renta eterna"? La política es también la lucha por el poder, y en una democracia ese poder se consigue por los votos. Entonces la sentencia bergogliana deja de tener un significado celestial para adquirir un sentido bien terrenal: ¿para qué eliminar la pobreza, si la pobreza nos da la posibilidad de tener una "renta eterna" de votos?
Además de que los pobres sigan pobres, que a nadie le vaya "demasiado" bien
El asistencialismo como política es entonces en cierto modo una perversión de la actividad política, ya que por un lado "calma las conciencias" y por otro consolida eso mismo que contribuye a calmarnos la conciencia. Si es espontáneo e irreflexivo, es irresponsable, porque busca la salvación personal sin tener en cuenta las consecuencias de esa acción. Si es una política consciente, es perverso, porque si, conociendo sus infinitas limitaciones y sus consecuencias reproductoras de la desigualdad y la pobreza, lo mismo se lo sigue utilizando, entonces el asistencialismo se convierte en clientelismo, que es una forma de corrupción y descomposición de la Política.
En una nota anterior, me hacía la siguiente pregunta: ¿Tiene sentido mi salvación personal si no está incluida en la salvación colectiva? Invirtiendo la sentencia evangélica, ¿De qué sirve salvar mi alma si se pierde el mundo? Pero al mismo tiempo, ¿debo postergar mi salvación personal hasta que se produzca la salvación colectiva? Y concluía en que esa contradicción requería una solución dialéctica. ¿Cuál sería la síntesis entre ambas? Desde mi humilde punto de vista, la síntesis consiste en integrar las dos éticas de las que habla Weber. Que nuestra ética de la conciencia incluya también la responsabilidad. Que cada vez que asistamos a quién necesita de asistencia, tengamos presente que se trata apenas de eso, de un paliativo importante pero momentáneo, que nuestra conciencia no quede satisfecha hasta que no hayamos cumplido con nuestra responsabilidad principal: la de generar condiciones que tiendan a mejorar la situación general.
Ese trabajo interno es difícil, duro, arduo, porque supone entre otras cosas dejar de lado cuestiones ideológicas, que en muchos casos no son más que prejuicios o comodidades identitarias, con escasa potencia para transformar realidades.
El paso de la clase media a ser "media clase"
Nuestro país se encuentra en una profunda crisis macroeconómica, cuyo principal impacto en la microeconomía es la inflación descontrolada. Las correcciones macro generarán impactos adicionales en la micro, por lo que se avecinan tiempos más duros aún. El presidente electo ha anunciado dos años de estanflación, lo que significa que, a la inflación que carcome los ingresos, se le sumará una retracción de la actividad económica, es decir, pérdida de fuentes de trabajo, desocupación. Es este contexto, debemos tener muy claro que las demandas (que ya eran tendientes al infinito) se incrementarán aún más, y consecuentemente el resultado de las políticas directas (aunque ineludibles y necesarias) se hará cada vez más infinitesimal.
Estamos ante un momento crítico de nuestra historia, con desafíos monumentales. Uno de ellos es generar las condiciones para el crecimiento y desarrollo, el otro es contener las consecuencias de las transformaciones que se vienen, pero sin caer en la tentación de convertir a esa contención en una política permanente. Porque si a la asistencia no le extirpamos el sufijo "-ismo", el resultado será una consolidación de la desigualdad, y entonces cualquier éxito macroeconómico será para unos pocos. Y por lo tanto, insuficiente e inmoral.