Mamá y la Humanidad Artificial
En esta historia, el divulgador científico Esteban Tablón se desnuda como persona y mixtura sentimientos con los condicionantes de este tiempo. De imperdible lectura de principio a fin. ¿Te identificaste con el texto?
Yo no sabía que la quería tanto
- Y de paso, entendí algunas cosas-
El mensaje de voz de mi hermana era tenso. Conciso. "La mamá venía con un dolor de pecho hace dos días. El servicio de emergencias dijo -dos veces- que no era nada, pero se seguía quejando. La trajimos a la guardia, estaba haciendo un infarto. En este momento está en hemodinamia, cateterismo y posible stent. Los tendré al tanto".
Me considero bastante ecuánime bajo presión. He tenido una vida intensa, variada, y no exenta de vicisitudes, algunas de las cuales podrían ser calificadas de extremas. A pesar de ello, no conocía un miedo así. Me atenazó el corazón y la cabeza. "Se puede morir", pensé, supe, al instante. También he aprendido a escuchar mis intuiciones. "Esto no está bien, no debe pasar, no es el momento" la idea, el sentimiento de clarísima certeza, fue también, instantáneo. El miedo casi llegó a pánico. Respiré. El lóbulo frontal retomó el control, puse en orden las ideas, formulé las dos preguntas claves para el apoyo logístico. Concretas, concisas, mi hermana no estaba para mucho diálogo. ¿Algo que necesites en la clínica? -No- ¿Y el papá quedó en el departamento solo? -Si-. Ok. Voy para allá y me quedo en la noche con él por cualquier cosa. Ya habría tiempo de saber cosas, aliviar o confirmar temores, buscar explicaciones. No podía hacer nada que ayudara a Mamá o a mi hermana. Una de las situaciones más difíciles para mi. Esperar sin poder hacer nada, acallar las mil preguntas que sólo lo calman a uno, pero interfieren a los demás.
Todo en unas horas. Tensos, bajo riesgos, funcionamos bien. Pragmáticos, concretos. Centrados en el problema. Dentro mío, la persistente, prístina sensación de que no era el momento, y el igualmente persistente miedo de que al universo le importara un bledo mi idea de "momentos". La mordida del miedo intenta copar toda la conciencia. El terapéutico esfuerzo de concentrarse en maximizar soluciones y minimizar riesgos para los viejos ayuda a centrarse.
Dos horas eternas, y un "ya salió, sigue viva, ahora a esperar la noche". Subí a la moto, en minutos estaba en la clínica. Me colé esa noche en unidad coronaria. Con decisión y mucha suerte. Ella dormía inquieta. Le hablé al oído, de los días que aún le restaban vivir, de días divertidos, desafiantes, con alegrías, y quizás alguna tristeza, pero que era lindo verla viva, y que viviera. Salí de la clínica, bajo adustas miradas, con la sensación de que habíamos conectado, y que iba a estar bien. Volví al departamento. Papá roncaba, como siempre. Una noche de tensa calma, sin casi información, pero la había visto. Iba a vivir. Aunque a esa edad... habría que ver cómo despertaba. La vejez.
"Mamá despertó desorientada", me dijeron. En términos prácticos, furiosa, combativa, desafiante al extremo físico. Se decidió el alta lo más temprano posible luego de los estudios de rigor. Sentí curiosidad. Locas ganas de verla, también un control férreo de nada que no fuera práctico, conveniente, funcional. Ya había transgredido lo justo y necesario los estrictos y a veces inhumanos protocolos de visita.
A la hora que ya sí correspondía, fui a verla. Sedada, sí. Desorientada, no. Enojada, ya no tenía nada que hacer allí, decía. Y, claro, tenía razón. Se hicieron los trámites correspondientes, la llevamos a casa.
Ya en su estar, su sillón, su ropa -redescubrí su buen gusto-, era otra, encontrarme con ella fue extrañamente intenso. No era la de anteayer, pero me resultaba vagamente familiar. Busqué la mirada de mi hermana, no traslucía nada más que la preocupación por la nueva rutina, concentrada en los cuidados, la detallada planilla de medicamentos y horarios, en fin, todo lo práctico. Lo indicado, lo operativo.
Colaboré en lo que pude, pero no podía dejar de mirar a mamá. Tomé mi turno con mucho placer. Cada tanto me inclinaba sobre ella, sentada lánguidamente en su sillón, y le hablaba al oído. Le preguntaba cómo estaba, -Muy cansada- Ella me preguntaba ¿Qué pasó? -Un infarto, pero ya pasó- era mi escueta respuesta. Miraba lejos, pensaba.
Yo me sentaba en el living con mi computadora, intentando trabajar, centrarme en seguir con la vida cotidiana, una indicación que ella misma nos había dado.
No podía concentrarme, había algo extraño, suave, a la vez levemente familiar. Era mi madre, si, pero como despojada de su cáscara. No era esa persona siempre alerta, observadora, aguda, conversadora, siempre con una opinión firme y segura. La sorpresa, la vertiginosa crisis, quizás el miedo, los químicos en su sangre, el útil pero foráneo catéter que reptó por su interior la habían despojado de sus capas externas, adquiridas, desarrolladas, en una vida de maternidad, trabajo, llevar la casa adelante, educar cuatro hijos. Debajo de todas esas capas adquiridas en una fructífera vida, estaba ella. Adoraba a ese ser, con el aspecto de mi madre, pero de una dulzura, una calma, allí, acurrucada, suave, sin prisas, libre de sus obligaciones de siempre. Supongo que revivió en mí el amor original, espontáneo, incondicional de mi temprana infancia, cuando ella era mi universo. Bendita vejez, si va a revelar lo más lindo de mi madre.
No sabía, o quizás no recordaba, que se podía querer así. Por definición, imposible de ser expresado con palabras, difícil hasta de conceptualizar. Ahora la visito cada vez que puedo, la arropo, le hablo al oído, escucho cada palabra y la atesoro. El tiempo se detiene, se distorsiona, los silencios están llenos de algo que es bueno. Es estar.
Con el tiempo, esta percepción pasará seguramente, pero yo al menos, no volveré a ser el mismo. Los acontecimientos me regalaron la experiencia de un tipo de cariño profundamente humano, atávico, no expresable en palabras.
Volviendo a mi actividad, estaba terminando de armar una charla, y no había logrado expresar algo que intuía, pero no podía definir. "Inteligencia Artificial" le llaman, el debate es encendido y difícil de resolver. Esa "máquina" que ordena palabras en frases, y construye párrafos, que formula pensamientos, ¿piensa en realidad? También toma decisiones y, bien programada, hasta puede incluir algo así como empatía en ellas. Con el aprendizaje apropiado, puede inclusive, ser creativa.
Encontré una posible respuesta. No me importa ya la leve incomodidad que me causaba el dudoso nombre de "Inteligencia Artificial". No está allí el conflicto. Es que, algo que se podría formular desde lo etimológico, pero es mucho más obvio desde la experiencia, lo que no ha pasado, ni pasará nunca, es que inventemos una "Humanidad Artificial" y allí está el límite que no debemos olvidar. Disponemos de una herramienta muy poderosa, que nos traerá grandes avances y también algún peligro en el mal uso. Pero el error estará en asignar a esa ingeniosa y potente colección de brillantes algoritmos algo así como "humanidad artificial". Más allá de la contradicción de términos, la experiencia de ser humanos, nacer de madre, amar una pareja, engendrar hijos, por los cuales moriríamos sin pensarlo, y a algunos afortunados, tener la oportunidad de cerrar el círculo arropando a nuestros padres ya viejos, está totalmente fuera de la posibilidad de ser abarcada, imitada siquiera, por tecnología ni algoritmo alguno.
En lo personal, yo no sabía, no me acordaba, que se podía querer así. Y en lo intelectual, entiendo ya un poco mejor qué está pasando hoy y qué no.