El acto opositor de CFK: a lo "Lula", puso un guiño a la derecha para ampliar su base electoral
La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner renegó de su gobierno, planteó aspectos conceptuales más vinculados a la derecha, se desentendió no solo de Alberto Fernández sino de la política de seguridad nacional y bonaerense, con Axel Kicillof aplaudiendo. Un acto de lanzamiento y reposicionamiento.
Con un uso de la ironía muy parecido al cinismo, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner encabezó un acto opositor al Gobierno y a la historia del peronismo, de la que solo se rescató a sí misma, a su marido fallecido y -oportunamente- a Perón. Los dirigentes y militantes, entre quienes se encontraban presentes muchos detractores que ahora se sumaron a sus filas (ya sea por desencanto con los otros sectores del peronismo o por obediencia) le cantaron "¡Cristina presidenta!" a la vicepresidenta, lo que pudo interpretarse como un codazo para correr a un costado al Presidente o bien, el lanzamiento temprano de una campaña por el retorno a la Casa Rosada.
Cristina Kirchner puso el guiño a la derecha, al hablar de la inseguridad y ponerse en el lugar de las víctimas, apropiándose de una bandera de los opositores, y reclamar que su gobierno mueva a la Gendarmería: que se vaya de la Patagonia, en donde, dijo, "no se sabe qué hace" (cuando todos saben que está resguardando el territorio nacional ante el avance de los mapuches de posiciones extremas que quieren escindirse). En tono opositor, clamó que no sabe por qué el Gobierno no manda a la Gendarmería al Conurbano en forma masiva. Se quejó del descontrol policial y el gatillo fácil y aclaró que no solo lo decía por la Policía Metropolitana, sino también por la Bonaerense, que conducen sus seguidores Axel Kicillof y Sergio Berni (mientras, el gobernador aplaudía y reía entusiasmado entre el público como si no tuviese un pepino que ver con el tema).
Además, en su embestida opositora a lo que podría llamarse como "peronismo ajeno", cuestionó las privatizaciones del gobierno peronista de Carlos Menem y, en un hecho insólito, se autoimpuso como un hito de la democracia en 40 años a raíz del intento de ataque que sufrió en setiembre, al que además le puso fecha conmemorativa. La vicepresidenta reescribió la historia y, al hablar convenientemente para sí -destacando que pudo haber sido asesinada- de que "la democracia permite la vida", se sacó de encima las muertes provocadas por Montoneros y la Triple A, ambos movimientos de su fuerza política, y criticó al "partido militar", al que el Partido Justicialista pidió perdonar sus crímenes en la campaña electoral de 1983.
Estuvo menos ordenada en la hilación de los temas que quiso abordar que en oportunidades anteriores, posiblemente por pretender agradar a sectores diferentes a su núcleo duro. De paso, a sus acólitos fervorosos, les avisó que hay que aflojar con el fanatismo por consignas en torno a temas tales como "garantismo" versus "mano dura". "La fuerza de la esperanza", fue el eslogan que presidió el acto cuya excusa fue el Día de la Militancia Peronista.
Dijo que "el tobogán en que el país se sumió en 2015 (cuando ganó Mauricio Macri) sigue en caída", mirando desde una tribuna la escena gubernamental de la que es parte y además, responsable.
Cristina Kirchner, en tono opositor, apeló a la misma maniobra que Lula en Brasil, al abandonar las consignas izquierdistas que le garantizaba un núcleo duro estable, pero que no le alcanza para ganar. Dijo varias veces que su intención no era "reprocharle nada a nadie", en obvia referencia a Alberto Fernández, a quien puso de presidente y que no le suma votos hacia 2023 a su fuerza política, por lo que le conviene diferenciarse y sacárselo de encima. Si bien pudo pretender ignorarlo -ya sea por querer conciliar, bajar los decibeles o bien, disminuirlo- cada vez que lo aclaró, dejó en claro sus intenciones de mostrarse distinta al Gobierno del que es parte y del que -hoy más que nunca- reniega para posicionarse, en un intento de ampliar su base electoral más allá de los fanáticos.