Esperanza vs expectativa: eterna dicotomía argentina
Junto con el análisis de la coyuntura, el Dr. Eduardo Da Viá, reconocido profesional de la Salud en Mendoza y habiatual comentarista de Memo, informa: "Los profesionales que hoy superamos los ochenta años de edad tuvimos la posibilidad cierta de irnos del país, no lo hicimos. Creímos en nuestra patria y le apostamos todos nuestros conocimientos".
La sorpresiva, al menos para los legos que somos mayoría, irrupción de Sergio Massa como figura clave en el ejecutivo nacional, para ocupar un cargo alrededor del cual pivotea toda la sociedad argentina, a pesar de que su currículo vitae no lo avala como idóneo para semejante menester, ha creado sin duda alguna enormes expectativas y no pocas esperanzas entre los desesperanzados argentinos.
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Es que al argentino promedio le urge tener una idea clara de su futuro inmediato y por fin ciertamente un panorama creíble a largo plazo.
Es entonces entendible que el mero cambio de personaje genere esta dicotomía del subtítulo, advertidos de que soterradamente hay una especie de "No será éste el indicado", más como expresión de deseo que de verdadera confianza en que así sea.
La esperanza es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea, según definición de la RAE.
En tanto que la expectativa es una previsión de lo que puede ocurrir, basada en la experiencia y en la constelación de emociones frente a alguna realidad.
Estoy convencido que en la actualidad nos movemos motorizados más por la esperanza que por las expectativas, común denominador lamentable del modus vivendi argentino y reiterado infinitas veces sin que hayamos logrado aprender que sin fundamentos reales y tangibles, la esperanza naufraga irremediablemente a poco de zarpar, por cuanto el navío sigue siendo el original de 1946 y por cierto ya hace agua de proa a popa.
Pero también es muy cierto y muy humano que temamos a las expectativas que no son para nada halagüeñas y optemos por sentarnos a esperar el milagro, interpretado como suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.
Esperar, de ahí la esperanza, un país sentado en un gigantesco estadio observando pasivamente el duelo de poderes que se está librando en el campo de juego.
Pero ésta es la esperanza inservible, la que anhela que las brechas en el maderamen de la nave que zozobra se cierren solas, siendo que a todas luces si no le pasamos al menos una mano de brea, solo nos espera el fondo del mar como destino inevitable.
En este caso, la esperanza es vista como un estado pasivo que simplemente consiste en cesar la acción y esperar a que las cosas ocurran por inercia o por azar.
Al no cumplirse las ilusiones es fácil caer en la desesperación que, según el gran filósofo contemporáneo Savater, "suele ser una coartada para no mover ni un dedo ante los males del mundo".
Nietzsche en tanto sostiene que "la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre"
Aristóteles afirmaba que "la esperanza es el sueño del hombre despierto, como una visión utópica de algo en un futuro cercano"
La expectativa en cambio, se va formando con la experiencia y es un intento de predecir qué podemos esperar concretamente de algunas situaciones o personas.
Es así que yo puedo tener esperanza de que alguien o algo cambie, mientras al mismo tiempo (basado en mi experiencia), mi expectativa será que no pueda, ya sea porque lo ha intentado y no lo logra, o porque no tiene disposición de cambiar.
La esperanza nos adormece, tal como también brillantemente lo sintetizó el estagirita al decir que "la esperanza es eso que cuando pierdes te quedas sin objetivos de vida y te deja transitando en dirección a nadie sabe dónde, en vez de ser alguien despierto, eres alguien dormido"
La expectativa en cambio te mantiene en estado de alerta e incluso te mueve a reaccionar y a participar en el devenir sumándote a las falanges para luchar en pro de la consecución de los fines ansiados.
Pero sumarse a las falanges no significa la guerra estéril e injusta del piquete o del corte de calles, teñidos de un intenso color de violencia disfrazado de supuestos derechos personales o grupales totalmente divorciados del común denominador que originalmente dio lugar a la conformación del grupo ahora beligerante.
Creo que el ejemplo paradigmático es el que nos está dando el SUTE, cuyos integrantes surgieron de la unión de personas que eligieron la educación como leitmotiv de sus vidas.
Hoy su lucha es por el logro de legítimas mejoras salariales, pero talmente mezquinas porque se olvidaron de los alumnos, quienes juntos sus padres aguardan el regreso a las aulas.
Miles de hogares ven desbaratado su accionar cotidiano habitual, cada uno con su propia rutina adecuada a las respectivas posibilidades según su nivel económico y cultural.
Madres que trabajan por necesidad para compensar la insuficiencia de los ingresos del esposo y que de repente no pueden asistir a sus obligaciones debido a que deben permanecer en su hogar al cuidado de sus hijos habitualmente cobijados por las escuelas con sus maestros cumpliendo orgullosos con su casi sagrada labor.
No podemos evitar un comentario acerca del ausentismo cuando de una multinacional o monopólica empresa empleadora se trate, porque no tendrán reparo alguno en echarla sin más por haber faltado sin estar debida y certificadamente enferma.
Ni que decir del personal de la salud en cualquiera de sus niveles y aquí me toca en lo más íntimo de mi ser porque fui médico prestador de instituciones oficiales, hospitales y salas de primeros auxilios.
Mi conducta junto con la de la, me atrevo a asegurar, totalidad de mis colegas, fue la de adherir pero con asistencia al hospital, sin "firmar planilla" ni cumplir el horario completo, lo que equivalía a aceptar el descuento pertinente, pero jamás desentenderse del paciente, para dedicarnos a marchas callejeras al compás de irrespetuosos bombos.
Los médicos existimos porque existen enfermos, y los maestros porque la educación primaria y secundaria es obligatoria, vale decir porque existen alumnos.
No pretendo con esto negar el derecho a hacer públicos sus reclamos pero dando el ejemplo de civismo que de ese nivel cultural, el de los médicos y los maestros, espera la población.
No pueden desfilar por las calles impidiendo el libre circular que garantiza la constitución y menos aún al compás de estridentes instrumentos musicales que atentan contra el descanso y la salud de los no participantes.
¿Pueden los maestros hacer paro pero con asistencia a la escuela?
Estoy convencido que sí en la medida en que querer es poder: cada maestro en su aula con los niños presentes, sin dictar la clase correspondiente a la fecha según programa, pero haciendo que los alumnos lean un libro a cambio del uso indiscriminado de sus celulares, o bien tareas manuales que los obligue a aguzar el ingenio, o representar una obra de teatro o mil tareas más pero siempre en la conjunción maestro alumno.
Y los niños deben estar enterados por sus propios maestros de la situación de protesta en que se hallan y no quedarse sorprendidos al mirar el noticiero televisivo y descubrir que SU "señorita" tocando un irrespetuoso tambor, se para delante de los vehículos de todo tipo incluidos medios de transporte, en una actitud desafiante muy diferente de la solícita con que habitualmente lo trata en la escuela.
En el año 2002 tuve el honor de asistir en calidad de Profesor de Cirugía invitado por la Universidad Karolinska de Estocolmo. De lunes a viernes asistía al hospital y los fines de semana los dedicaba a recorrer esa bellísima ciudad, que entre otros tesoros cobijaba nada menos que 72 museos. Una mañana de domingo, caminando por sus calles, me encontré con una manifestación de protesta que llevaba a cabo la comunidad boliviana residente en la ciudad y que se consideraban discriminados por el color de su piel, por su idioma etc. Lo hacían encolumnados de a tres, vistiendo sus atuendos nativos, portando pancartas y en el más absoluto silencio ocupando media calzada. A pesar del escaso número de participantes, en realidad toda la pequeña comunidad, su comportamiento dio resultados y a los pocos días lo periódicos anunciaban que el primer ministro recibiría a los representantes
Comparen por favor con el forajido disparando su arma de fuego durante una manifestación de San Martín de los Andes.
Con la mera esperanza no vamos a reducir las ansias irrefrenables de más riqueza de los formadores de precio, no hay que comprar azúcar de Ledesma ni leche de Mastelone, no hay que ir a los supermercados sino a los almacenes de barrio atendidos por nuestros propios vecinos, gente de trabajo y no de especulación, capaz incluso de fiar sus productos cuando ve la desesperación de la miseria.
Esa sería la esperanza activa, participando de un cambio en la conducta poblacional que nunca habrá de ocurrir en la Argentina impregnada de "viveza criolla".
Si cada uno simplemente cumpliéramos con nuestras obligaciones correctamente y sin aprovecharnos del prójimo, si no nos gustara más la dádiva que la labor, el engaño que la verdad, si le damos "rating" a los programas televisivos que mienten descaradamente acerca de los beneficios de adquirir la mayoría de los productos que muestran en medio de una parafernalia de sonidos, colores y de anatomía femenina descarada y protagonizadas por las mismas feministas que también desfilan en pos de sus derechos pero ultrajando los de los demás, estoy seguro que Massa casi no tendría trabajo para manejar la economía.
Pero claro todo esto es pura utopía, nosotros los viejos lo hemos vivido desde niños y nuestros hijos que ya lo sufren no podrán impedir que sus propios vástagos padezcan los mismos calvarios en un país que como tal, naufragó muchos años atrás.
Durante todo este maremágnum desatado por la renuncia de Guzmán, no me he enterado de que entrara una sola ley al congreso que defienda los intereses de los más carenciados, todos los políticos se enfrentan con fiereza con miras al 2003, por ello ya empezó la oposición a desmerecer las primeras medidas tomada por nuevo ministro, claro, si resultan tenemos al nuevo presidente, desiderátum al cual apunta el propio candidato.
Para finalizar digamos que esperanza y expectativa son vocablos que ya no figuran en los diccionarios de jubilados octogenarios como es mi caso, y que nos desempeñamos en cargos socialmente claves, como médicos de hospitales públicos y docentes universitarios. Jubilados de hecho a los 66 años de edad, habíamos tenido nuestros salarios congelados durante 10 años, hasta el 2006 en que hubo un reajuste que a mí al menos me permitía vivir del sueldo sin necesidad de aportes por la actividad privada. Duró dos meses y sobrevino la jubilación.
Cuál no sería mi sorpresa al enterarme que el haber se fijaba teniendo en cuenta el promedio de los sueldos de los últimos diez años, justamente aquellos durante los cuales permaneció inmóvil.
Resultado, de la noche a la mañana pasé a cobrar el 30% del haber que percibía en actividad. Y como yo, decenas de colegas.
Los políticos nos robaron el acceso al salario justo por omisión: no se ocuparon de sancionar leyes reparadoras de los injustos estipendios, especulando seguramente con un hecho cierto; los médico éramos incapaces de hacer paros significativos en defensa de nuestros derechos.
Y el ANSES nos robó los dineros de nuestros aportes.
Y ya en las postrimerías de nuestras excedidas vidas, este gobierno, hoy devenido en tripartito, superando todo antecedente de corrupción e ineptitud, nos está asestando el golpe de gracia.
Los profesionales que hoy superamos los ochenta años de edad tuvimos la posibilidad cierta de irnos del país, no lo hicimos. Creímos en nuestra patria y le apostamos todos nuestros conocimientos.
Hemos perdido.