Tengo derecho a controlarte

Dice Emiliana Lilloy en esta columna: "Lo que tenemos que tener claro es que las noticias en torno a la sistemática violencia que sufrimos las mujeres a diario son el telón de fondo sobre el que leemos el resto de las publicaciones diarias respecto a otros temas de economía y política, y esto implica que ya no es posible tratar a los femicidios como una anomalía o algo excepcional, sino que es algo que sucede de manera permanente".

Emiliana Lilloy

Argentina es el tercer país en cantidad de femicidios registrados en 2021 en Sudamérica luego de Brasil y México. Se cometieron 256 asesinatos de mujeres en manos de varones durante este periodo y 182 en grado de tentativa. El fenómeno es evidente y quizás por ello, a fuerza de naturalización se nos vuelve invisible. Esta semana por ejemplo, a la violación a plena luz del día en el barrio de Palermo que nos angustió tanto, se le sumó la confesión de Castro del asesinato de su ex pareja en Papagallos, Mendoza.

Quizás en un intento de explicar lo que nos parece aberrante, algunas noticias en los diarios y los comentarios de impotencia en las redes, parecieran denostar que estos episodios son algo excepcional, monstruoso o se miran como una extravagancia que sucede en una sociedad sana y en paz. Algunas personas también están convencidas de que los asesinatos de mujeres en manos de varones son una problemática vinculada al alcohol, la salud mental y las drogas. Sin embargo, el sólo hecho de que muera una mujer cada treinta horas en nuestro país, que en su mayoría lo sean en manos de parejas o familiares, que se estime que una de cada cinco mujeres sufrirá un abuso sexual durante su vida, y las desigualdades estructurales y económicas en que vivimos, tiran por la borda toda teoría sobre su excepcionalidad o sobre encontrar causas ajenas a las vinculadas a cuestiones de desigualdad y por tanto de género.

Pese a esta evidencia, aún se escuchan resistencias que dicen que el fenómeno de las muertes de mujeres en manos de varones (en un 60 % de sus parejas y ex parejas y en 30% por familiares y conocidos) no debería preocuparnos, teniendo en cuenta que los varones mueren mucho más a causa de la violencia. Lo que no se aclara o piensa es que los varones mueren en manos de varones, y los que lo hacen en manos de mujeres, en su mayoría son asesinados en contextos defensa propia. Estos y otros comentarios como los que aseveran que las mujeres también son violentas (la estadística de lesiones o muertes causadas a varones por mujeres muestra números ínfimos) o que las mismas mienten o denuncian falsamente (sólo el 21% de las mujeres asesinadas en 2021 había denunciado), son estudiados como conductas que revelan una ceguera selectiva, pero sobre todo implican una negación de un problema social y cultural que cada día se cobra una vida en nuestro país.

Lo cierto es que convivimos con esta situación, y más allá de las extravagancias (como los dos varones que asesinaron, descuartizaron y se comieron a sus parejas en Estados Unidos en 2005 y 2012), sabemos que el alcohol y las drogas son elementos que no causan sino agravan una problemática preexistente. Lo que tenemos que tener claro es que las noticias en torno a la sistemática violencia que sufrimos las mujeres a diario son el telón de fondo sobre el que leemos el resto de las publicaciones diarias respecto a otros temas de economía y política, y esto implica que ya no es posible tratar a los femicidios como una anomalía o algo excepcional, sino que es algo que sucede de manera permanente.

Sea porque estamos acostumbradas o porque creemos que nada puede hacerse y convivimos con ello a nuestro pesar, lo que hemos naturalizado son femicidios cuyas causas han sido estudiadas y manifestadas hace décadas, pero que como sociedad pareciéramos no querer escucharlas. Los femicidios no son una anomalía y no les ocurren a cierto tipo de mujeres y son llevados a cabo por cierto tipo de varones. La violencia contra las mujeres tiene su fuente en factores muy marcados y que si queremos evitarla debemos asumirlos y trabajarlos. Dos de ellos (quizás los dos más estudiados por su afectación y relevancia) son las masculinidades que hemos construido culturalmente, y como consecuencia de ello, la creencia de que el varón puede controlar las decisiones y voluntad de las mujeres. Este último factor, es decir, que el varón puede controlar a la mujer por considerarla un ser inferior, lo lleva incluso a tomar la decisión de no dejarla vivir.

Correlato de esto, es la creencia de que las mujeres no tienen los mismos derechos que los varones, lo cual como sabemos, ocurrió hasta hace muy poco. En efecto, la legislación que consideró a la mujer incapaz fue retirada en el año 1968 (persistiendo en nuestras leyes discriminaciones que estamos removiendo hasta nuestros días), y es claro que aún existen personas a las que les cuesta asumir este cambio, esto es, la idea radical de que varones y mujeres somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos.

El femicidio en este contexto viene a funcionar como un sistema de control e incluso como un mecanismo disciplinador de las mujeres. El femicida intenta controlar la voluntad y vida de la mujer porque cree que así debe hacerlo, y que cuenta con el aval y el derecho para ello (concedido antaño por la propia ley). Este control se evidencia cuando vemos que muchos femicidios se concretan cuando la mujer decide dejar la relación y el varón no soporta esta decisión que él no ha tomado. En palabras de Rebeca Solnit "El femicida cree que tiene derecho a controlarte, y afirma su derecho a decidir sobre si puedes vivir o morir".

Hemos generado un andamiaje cultural que envía mensajes distorsionados a los jóvenes, quienes para afirmarse en su masculinidad deben controlar, agredir o manejar a las mujeres. Vivimos en estructuras que aún transmiten valores que propician la violencia y la superioridad y control de los varones. Es por ello que es nuestra responsabilidad como sociedad, educar y reeducarnos en este nuevo mundo que ya no discrimina legalmente a las mujeres, que no las somete a la jefatura del varón como antaño y que por lo tanto la considera un ser libre. Para ello, es quizás fundamental transmitir nuevos valores asociados a estos cambios legales, para que las nuevas masculinidades asuman la igualdad y el respeto, y sobre todo la idea de que las mujeres son libres de tomar sus propias decisiones. Sobre todo, la decisión de vivir.




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