El desprecio a la vida del otro
"Debemos vacunarnos porque la evidencia científica es abrumadora sobre la efectividad y seguridad de las vacunas", sostiene Sergio Bruni en esta columna.
Aunque el Estado puede hacer obligatoria la vacuna frente al covid-19, es probable que, en esta etapa, no sea una buena política ya que paradójicamente, podría hacer las cosas más difíciles al incrementar el rechazo de quienes hoy no quieren vacunarse. Antes de llegar a la obligatoriedad parece más sensato los "pases sanitarios" para ingresar a lugares públicos, como lo han comenzado a aplicar en varios países de Europa, como Francia, Italia, Dinamarca o Austria entre otros. En EEUU van por el mismo camino, el Estado de Nueva York lo ha puesto recientemente en vigencia. Obsérvese que no estamos citando a países dictatoriales como Venezuela, Nicaragua, Cuba o Irán. La obligatoriedad llegará en algún momento. En argentina ya tenemos 18 vacunas obligatorias que integran el calendario de vacunación escolar.
El rechazo a vacunarse puede tener varias causas o variadas excusas. Sin embargo, a mi entender quienes no se vacunan padecen de un individualismo extremo y de una falta total de solidaridad, ya que mientras otros (muchísimos) nos vacunamos, los insolidarios gozan de cierta protección porque la mayoría se ha vacunado. Sin embargo, esas minorías ponen en riesgo la vida de todos porque pueden contagiar, además y esencialmente, la pandemia no tendrá fin hasta que todos estemos vacunados. Tal egoísmo ataca de un modo directo al bien común que estamos todos obligados a preservar.
Frente a quienes no se vacunan arguyendo que ellos tienen derecho a asumir sus riesgos, mi respuesta es que ese argumento sería válido si el rechazo de la vacuna sólo afectara a mi persona. Pero no es así: la vacuna, aunque no elimina, reduce significativamente mi riesgo de contagiarme y de contagiar a otros, y de que el virus circule y mute, por lo cual no vacunarse afecta derechos vitales de terceros y la salud pública. No Vacunarse no es sólo un acto egocéntrico, es además una actitud de desprecio a la vida de los demás.
Las vacunas no son perfectas. Ninguna protege totalmente contra la enfermedad grave o la muerte. Pero reducen drásticamente esa posibilidad. Aunque las cifras son cambiantes, pues hay un monitoreo permanente de lo que pasa, la efectividad de todas las vacunas frente a muerte es en general superior al 90 %.
Un ejemplo aclara: la letalidad del covid-19 entre mayores de 70 años es muy alta, se estima del 20 %, esto es, 20 de cada 100 infectados sin estar vacunados mueren. La efectividad del 90 % significa que en los vacunados la letalidad baja al 2 %. O sea que, sólo dos, en vez de veinte, de cada 100 infectados mayores de 70 años morirían. Una reducción muy significativa como para no tenerla en cuenta, lo cual explica que hoy las UTI estén esencialmente ocupadas por personas no vacunadas.
Las vacunas, como todo producto farmacéutico, tienen riesgos. Y efectivamente en algunos casos han provocado eventos graves, incluso muertes. Pero ese riesgo es ínfimo pues los casos son muy pocos frente a más de tres mil millones de vacunados en el mundo.
Las vacunas son altamente efectivas para evitar la enfermedad grave y la muerte y sus riesgos son muy bajos, por lo cual, por interés propio y de la comunidad en la que convive, cada cual debería vacunarse, con la misma lógica que uno se pone el cinturón de seguridad en un automóvil, o un casco para andar en moto o en bicicleta. No evita siempre la muerte en un accidente, es cierto, pero reduce drásticamente esa posibilidad.
A quienes desconfían del Gobierno y las farmacéuticas, no debemos vacunarnos porque Fernández o alguna ministra no los pida, o nos lo pida Richmond, Bayer u otros laboratorios. ¡También yo desconfío de ellos! Debemos vacunarnos porque la evidencia científica es abrumadora sobre la efectividad y seguridad de las vacunas.
¡El derecho a la vida de terceros, es mucho más fuerte que el derecho a la libertad individual!