¿Qué significan +50.000 muertos por covid-19?

"Son sólo números que suben o miles de dolores presentes, es lo que resta saber qué haremos con ello cuando el próximo 3 de marzo sea el primer aniversario de la primera muerte en Argentina", escribe Carlos Varela Álvarez en esta nota.

Carlos Varela Álvarez

 En el ámbito de derechos humanos por las víctimas de la dictadura militar hay una discusión sobre la cantidad de ellas. Unos se afirman en el Informe del Nunca Más que acreditó una cifra cercana a las 9.000 personas. Los organismos de derechos humanos utilizando otras variables, entre otras avalados por la cantidad de centros clandestinos de detención, habeas corpus presentados, informes del Departamento de Estado de Estados Unidos, cuyos cifran llegan a 22.000 personas, instalaron la cifra en 30.000 detenidos-desaparecidos. 

La grieta no descansa ni siquiera ante ninguna circunstancia incluso en esta tragedia nacional. Pero cualquiera sea la cifra exacta que alguien quiera saber, la política de terrorismo de estado tuvo una sanción en el más importante fallo de la historia judicial argentina que fue la sentencia del Juicio a las Juntas, que estableció sin lugar a dudas la existencia de un plan sistemático de eliminación del enemigo por fuera de toda ley o a través de fachadas de leyes. 

Las miles de víctimas de ese período en los estrados judiciales lograron concientizar sobre el valor de la vida, que no se puede jugar con la democracia, el derecho a un juicio justo y el horror del cautiverio clandestino. Otro caso importante en la memoria del dolor por las víctimas lo constituyen los de AMIA, que quedaron sin justicia con el adicional de la muerte de Alberto Nisman, y donde precisamente esa ausencia de la ley ha estirado el sentimiento de culpa de un Estado incapaz de dar una respuesta cierta, y por ello el dolor no se irá jamás de ese escenario negativo. 

Finalmente lo que sucedió con los tripulantes del Ara San Juan, más allá de cualquier resultado legal, con sus responsables aún sin juzgar, no hay duda que esa hundimiento atravesó toda la sociedad con la historia de cada uno de sus integrantes a la deriva de la soledad y del yo no fui. 

Sin embargo hay un hecho raro en el sentimiento hacia las personas fallecidas por covid-19, que desde que el 3 de marzo del 2020 cuando se anunció la primer muerte por este virus ha llegado al 28 de febrero a +51.946 muertes compuestas por vecinos, amigos/as, compatriotas, extranjeros, artistas, trabajadores, padres, hermanas, hijas, abuelos, de todas las profesiones, deportistas, periodistas, funcionarios, empresarios, es decir todo el arco social quedó en riesgo en cualquier lugar del país incluso en el lugar donde no hay ninguna irregularidad como en Formosa según el Informe Oficial de la Secretaría de Derechos Humanos. 

A la fecha según la estadística se han contagiado 2.104.197 personas y seguramente tanto las cifras de altas, muertes y contagios seguirán aumentando y serán parte del diario informe de la fatalidad o la suerte. En el reciente acto contra el Gobierno por la Vacuna para los elegidos y privilegiados, ese vital regalo del rey, la gente puso el acento sólo en esas personas sujetas a la discrecionalidad del gobierno y sus contradicciones. 

A mi entender hay un error generalizado al no destacar la cantidad de personas fallecidas, amén de recalcar sobre aquellos que no se pudieron vacunar dado que el poder gubernamental eligió otra persona distinta del protocolo establecido (personal de salud, mayores de 80, 70, 60 años y luego los famosos estratégicos). 

Más de 50.000 personas fallecidas merecen un respeto especial en nuestra memoria y deben atravesar toda la posible grieta, porque esas personas que ya no están pertenecían a nuestra comunidad, con o sin ideología, hayan estado a favor o en contra del gobierno nacional, provincial o de la intendencia donde hayan vivido. 

No hay grieta posible que lo ampare. 

Ese recuerdo de las más de +50.000 personas fallecidas también le corresponde al Estado, porque son el producto de la pandemia que nos ha azotado y de las políticas públicas realizadas. No se trata de echar culpas por esa cantidad, eso merece otro análisis así como el impacto económico-social de producto de las medidas adoptadas. 

Los más de 50.000 fallecidos no pueden ser un número incómodo para el poder ni un olvido para la oposición y la sociedad civil. Así como en las rutas nos encontramos con cientos de pequeñas grutas donde se homenajea a un ser querido perdido en ellas, los más de +50.000 seres humanos que ya no están, hayan adquirido el covid-19 como sea, lo importante es el mensaje que dejaron para nosotros. 

Ese no es otro que la salud y las políticas públicas deben ser transparentes, y que la vida, cada vida, de esos +50.000 que seguirán aumentando, fue un proyecto que ya no está, alguien que ha dejado un vacío en otro o en otra persona, y que merece más que una estadística cotidiana, donde su propia muerte aparece dentro de esa cifra todos los días, cuando lo importante es ninguno de ellos lo leerá.

¿+50.000 víctimas fallecidas, no merecen un instante de unidad entre silencio y asombro para recordar quienes eran y que quizás sirva para saber lo que somos y adónde vamos? Son sólo números que suben o miles de dolores presentes, es lo que resta saber qué haremos con ello cuando el próximo 3 de marzo sea el primer aniversario de la primera muerte en Argentina. 

La naturalización o conversión de una vida por un número es la peor vacuna moral aplicable, si se pierde el dolor el abismo está a solo un paso. 

Como dijo la exguerrillera y luego presidenta de Israel, Golda Meir, "Perdona pero nunca olvides".

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