¿Debe Mendoza volver a Fase 1, 2 o 3 como lo pide el Presidente?

Desde hace un tiempo hasta hoy, el gobierno nacional se desentendió de las decisiones que toman las provincias en la administración de la emergencia por la pandemia de coronavirus covid-19. Al exceso de opinión de los infectólogos, que no tienen bajo sus microscopios a la economía sino a un virus, se le fue adosando de a poco la divergencia política, dividida en dos factores: 

1- el ideológico, con militantes a ultranza del cuarentenismo por un lado y de la libertad de acción y movimiento, por el otro.

2- el partidario, en donde no importa tanto qué se piensa, se cree o en qué se confía, sino a quiénes tiene que defender el militante. Gente de un mismo partido puede defender el encierro total o la libertad, según lo que decida su líder político local.

En medio de todo esto, las cifras de la Argentina son de las peores del mundo.

Valdría una autocrítica seria y desprejuiciada de todos. Y luego, un replanteo sincero con solidez científica, social, económica y política.

Pero no: surge la tentación de la pelea. Y lo peor es que gana. 

Las redes del odio y la imposibilidad de los acuerdos representan el signo de este tiempo y han dado origen a una política que le sigue los pasos. Estar en contra gana más puntos, más allá de la discusión de fondo. Importa más la espuma que la sustancia que la genera, podríamos decir siguiendo con las metáforas.

Vale pensar a fondo, aunque surjan voces todo el tiempo señalando que "no es el momento" y pidiendo reacciones espontáneas, más que acciones reflexionadas.

De allí que sea válido preguntarse si es necesario o no volver a cero, pero que esta vez nos expliquen por qué, cómo y qué viene después.

No se puede administrar una crisis sin saber a qué horizonte se pretende llegar.

Si no se explica todo, solo se trata de demoler, todo, días tras día.