Un gobierno que teme ser víctima de la espera eterna, como en Zama, intentará romper el maleficio

El inicio de un nuevo año es una largada imaginaria para un nuevo comienzo, después de permanecer flotando como se pudo en medio de una crisis a la que parece no hay por dónde agarrarla para poder desmembrarla y superarla.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

El gobierno mendocino vive un estado de debate interno, tras el repaso que cada área ha hecho de su gestión y, con la copa de find el año horrible que termina, solo sentir gusto a poco. Entre sus ministros y principales funcionarios, las frases hechas están a la orden del día

Al "no hagan olas" que rige a todo el gobierno y que es utilizada aun surfeando en la cresta de un tsunami, se le están sumando otras como "los últimos serán los primeros", "vamos a tener en enero un nuevo comienzo" (que otros patean a marzo, a la espera que los calores del verano les den un respiro), "estamos decididos a dar batalla al quietismo", "el año electoral no nos tomará por sorpresa y estaremos haciendo lo máximo que podamos" o el clásico de todos los tiempos: "no supimos comunicar todo lo que hicimos en medio de la peor pandemia que haya conocido esta generación...".

El asunto es que cada área exhibe un poco excitante listado de cosas: desde trámites que señalan como "exitosos" ante la Nación, hasta enormes nóminas de cositas que pudieron realizar ante las adversidades numerosas que se pusieron en fila para pegarle cachetadas a Mendoza, como si se tratara de típica comedia de enredos del cine Clase B para los domingos por la tarde.

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Hay conocimiento de que "todo es poco" y que cuesta instalar hechos concretos de gestión en medio de un retroceso de los recursos en comparación con provincias que le aplauden cada momento de épica forzada al gobierno nacional y de los condicionantes a la autonomía provincial, que no se sustenta sin nuevas actividades que generen divisas en forma genuina, sin tener que arrodillarse ante la Casa Rosada, como muchos en Buenos Aires, pero también en Mendoza, quieren que suceda, simplificando el concepto de dignidad.

Nada indica que 2021 vaya a ser mejor, más que el hecho de que desear es gratis. Pero el ánimo está, aunque en algunos casos parezca una pose y se pueda adivinar un agotamiento interno notable, debido a la impotencia de querer y no poder hacer, de intentar dejar un legado que trascienda y no tener con qué o bien, como algunos funcionarios analizan para conformarse, "con la gente mirando para otro lado".

Así como están las cosas, nadie se destaca en el gobierno de Mendoza salvo el gobernador, que chequea la encuesta principal, elaborada por Martha Reale y le convidan de las otras. En esos espejos se mira y se ve bien, por ahora. Es un carpe diem constante e inquietante. 

Es auspicioso sentirse apoyado, aun en medio del pantanal. Pero nadie es ingenuo y saben que algún hecho fortuito, sobre todo vinculado a la pandemia de covid-19 -a cuyo combate y "éxito" del "modelo mendocino" se le han puesto fichas en demasía- podría romper el espejo y augurar los tres años que quedan como "de mala suerte".

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El optimismo que mueve al gobernador Rodolfo Suarez día a día, tal como lo ha confesado una y mil veces, podría llevar a decir que "son tres y no los siete del mito del espejo roto". Sin embargo, hay que repasar las lecciones aprendidas de gobiernos anteriores, con y sin estrella milagrosa, con y sin equipos de gestión, con y sin relato para darse fuerza interna.

Tal vez esté faltando un encuentro de todo el funcionariato que acompaña al primer mandatario en alguna jornada de reflexión. Con menos autoayuda y filosofía que los encuentros de Mauricio Macri y sus gurúes de la felicidad, aquí es Suarez el que tiene que marcar la cancha y decirles a todos (y a cada uno) qué espera de ellos en este 2021. En primer lugar, podría empezarse con que el primer paso que den 1 de enero sea con el pie derecho: si abonamos teorías mágicas, cada cosa que hagan los gobernantes influirán en los 2 millones de mendocinos que, con cara de susto, terminamos un año olvidable y creemos que por el solo paso de las horas y un choque de copas, llegará uno fantástico.

Las cosas que quedan de un gobierno no pasan solas, azarosamente. Hay que tejerlas con buen material para que además de suceder, perduren en el alma de cada mendocino.

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Se puede, sin dudas. Mendoza es producto de la resiliencia una y otra vez, el asunto es que no todos pueden esperar demasiado tiempo para que lleguen los buenos tiempos a esta, la tierra prometida según encuestadores, analistas y profetas de la era tecnológica.

Un gobierno que teme ser víctima de la espera eterna, como en Zama, intentará romper el maleficio

Caso contrario, seremos aquellos a los que el gran Antonio Di Benedetto dedicó su enorme novela Zama (1956): "A las víctimas de la espera". Allí, abordó la desintegración física y moral de un corregidor español que, por diez años, aguardó la mejora de su situación en el Paraguay colonial. Cosa que no sucedió jamás.

Desde aquí, los resultados de las encuestas sobre el gobierno de Mendoza y los intendentes

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