La Cancillería argentina, frente al autogolpe en Venezuela, les pide a los golpeados que pongan la otra mejilla

¿Qué tipo de diálogo cree Solá que puede haber entre aquel que recibe los palos sobre su cabeza, siendo legislador elegido democráticamente, y los uniformados del régimen amorfo y autoritario de Venezuela que ignoran su representatividad?

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

El canciller argentino, Felipe Solá, recurrió a una frase hecha, propia de su militancia "papista", para abordar el gravísimo nuevo autogolpe que el chavismo intentó este domingo en Venezuela. Solá, creador del peronismo más cercano al Jorge Bergoglio vuelto Papa (antes de serlo, el jerarca católico era anti K), por poco le pide a la oposición que ofrezca, ante las artimañas de Nicolás Maduro, "la otra mejilla".

En un tuit sostuvo: "El gobierno argentino viene intentando por todos los medios que el diálogo y los acuerdos sean el camino para la plena recuperación del funcionamiento democrático de la República Bolivariana de Venezuela".

¿Qué tipo de diálogo cree Solá que puede haber entre aquel que recibe los palos sobre su cabeza, siendo legislador elegido democráticamente, y los uniformados del régimen amorfo y autoritario de Venezuela que ignoran su representatividad?

Su posición, acaso la de una parte del Gobierno y la institucional de la Argentina, suena a burla sino a burrada, a desinterés sino a respaldo directo a los atropellos con que se aplasta a los que se oponen al chavismo agónico.

Resulta necesario hacer distinciones de este tipo porque no pareciera ser la de Solá la misma posición que esgrime el presidente Alberto Fernández, que negocia la supervivencia argentina con su enorme deuda justo con naciones que no se fijan en cuestiones carismáticas a la hora de condenar a las dictaduras. Y tampoco, la postura de la vicepresidenta, Cristina Fernandez de Kirchner, quien se ha manifestado sumamente cómoda con ese tipo de regímenes y sus líderes forzosos.

A la hora de las formalidades diplomáticas -que tiene su lenguaje y sus moños, pero nunca el tono de homilía pastoral extraterrestre que usó Solá- la Argentina desentonó con el contundente comunicado formal del Grupo de Lima, en el otro extremo de la política en la maniquea Latinoamérica. ¿Está mal que así sea? No. Está bien, siempre y cuando no termine dejando un precedente que, institucionalmente, ponga al país de todos -y no solo de los que obtuvieron la mayoría de votos para controlar el Poder Ejecutivo el año pasado y por rechequeable en cuatro años- en una posición tan dual como sería igualar el poderío de la opresión del Estado con el reclamo de sus oprimidos. Allí no hay puentes, sino abismos.

No puede encontrar el canciller argentino una oportunidad más para quedar bien con Dios sin ofender al Diablo.

Lo sucedido en Venezuela debería, en todo caso, hacer redoblar los esfuerzos para que quien ceda en su posición de fuerza sea el régimen chavista, que hasta ha degenerado proclamas de su mismísimo fundador, Hugo Chávez, y que se mueve con la sutileza de una manada de elefantes dentro de un bazar.

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