El siglo de las mujeres
Vuelve la columna de Emiliana Lilloy que provoca el pensamiento, la reflexión y el debate. Hombre y mujeres, y el perro que se muerde la cola.
El 8 de marzo conmemoramos la lucha de las mujeres por la conquista de los derechos básicos humanos de los que goza la población masculina por el hecho de nacer varones. Es un periodo en que las mujeres organizamos encuentros de todo tipo y nos paramos a pensar dónde estamos, por qué y cómo hacer para finalmente cambiarlo todo. Preguntas simples nos dan respuestas de la misma naturaleza, y estas últimas nos ponen frente a una realidad bastante paradójica e incómoda ¿Cómo puede ser que la mitad de la población haya sido privada de derechos? ¿Cómo se logró asignar a esa mitad una cantidad de roles, características, deberes seudo morales y con ello, se las privó del acceso a toda actividad que implicara poder económico? ¿Cómo, siendo las mujeres seres humanos inteligentes, se logró oprimirlas para que aún hoy en 2022 sigamos conmemorando las luchas que comenzaron hace más de 200 años y aún no se haya revertido aquella injusticia?
Una educación diferenciada en donde se estimula a las niñas a actividades relativas a la costura y otras tareas de cuidado y el hogar, la enseñanza de artes como herramienta para deleitar, el estímulo y ponderación de la juventud, la belleza y la candidez, el desarrollo de la coquetería y servicio al varón como elementos básicos para ser esposadas, la instrucción en valores morales y religiosos que presentaban a la abnegación y virginidad como dignos de toda mujer, y alguna que otra estrategia más, nos dan una clave de cómo se convenció y engañó a la mitad de la población.
En aquella Revolución Francesa donde se declararon los derechos del hombre y el ciudadano se instituyó al varón como jefe del hogar y se lo nombró patrón indiscutible de su propia familia. El Estado moderno recién estrenado nombró así a los varones, en palabras de la querida Federici, representantes de su poder en cada casa, y con ello, le permitió la administración de su economía, hijos y mujeres a su arbitrio, sometiendo a estas últimas a través de la privación de derechos y educación, a una esclavitud doméstica. Desde lo religioso se justificó aquella sujeción a través de un dios que también era imaginado como varón, creándolo a su imagen y semejanza y degradando a su compañera, idea esta que en el conocido pensamiento de Santo Tomás quedó firmemente representada "La mujer es un ser ocasional e incompleto, una especie de hombre fallido. El hombre es la cabeza de la mujer como Cristo es la cabeza del hombre. Es evidente que la mujer está destinada a vivir bajo el dominio del hombre y no tiene por si misma ninguna autoridad"
Es que sin derechos básicos, sin una educación igualada a las de los varones y con un designio supra humano que nos degradaba y obligaba a la obediencia absoluta, la trampa estaba consumada. Cabe aclara aquí, sobre todo para la lectora o lector que tiene creencias religiosas, que no es al dios católico o algún otro en que se crea a quien se le atribuyen estas injusticias y difamaciones, porque como bien expresó Rahola en el W20 llevado a cabo en la Argentina hace unos años "No existen los dioses que esclavizan a las mujeres, existen los hombres que usan a los dioses para esclavizar a las mujeres"
Entonces ¿quién debe reintegrar o restituir los derechos arrebatados que por nacimiento nos corresponden y nos son negados? ¿quiénes hacen que sin perjuicio de todas nuestras acciones, esfuerzos y reclamos, aún las mujeres tengamos menos oportunidades y seamos consideradas ciudadanas de segunda categoría?
Muchas personas e incluso las mujeres contestarán que somos todos, varones y mujeres, que aquí no hay responsables. Llevamos esta idea al extremo de repetir que "las mujeres somos muchas veces más machistas que los varones o que incluso somos las responsables de criar a nuestros hijos e hijas y por tanto de perpetuar el machismo"
Y es que el perro se muerde la cola y se completa el círculo. De nuevo las mujeres somos las culpables y somos por tanto castigadas por la propia opresión que vivimos. Si tuya es la culpa, no tienes de qué quejarte. Pero lo que se niega cuando se afirma este tipo de ideas, es que el proceso cultural, religioso y simbólico al que las mujeres hemos sido sometidas es y fue la clave para que el varón pudiera erigirse como el jefe absoluto sin ninguna culpa y vergüenza, y que muchos vivan hasta hoy sus privilegios como algo dado por la naturaleza. Porque al instituir dios y el estado al jefe del hogar, también instituyó a las mujeres como las encargadas del orden moral y transmisoras de la educación a los y las niñas. Una moral basada en estas creencias y valores que sostienen que el varón es el ser universal, representante en la tierra de dios, y que define a la mujer como un ser complementario, pulcro, puesto a su servicio y al cuidado de la prole sin posibilidad de quejarse.
Así planteadas las cosas y siendo nosotras las transmisoras morales del sistema de pensamiento, las mujeres no tenemos permitido hacernos estas y otras preguntas para lograr encontrar en sus respuestas una pista para lograr los cambios necesarios, esto último so pena de ser tachadas de rebeldes, traicioneras, insufribles u odiadoras de los varones.
He aquí el gran truco que hace que ante las conmemoraciones de este mes o ante las marchas en reclamos de derechos, muchas mujeres se des identifiquen y como si estuvieran bajo el panóptico de Foucault se disculpen públicamente a través de frases como "creo en la igualdad pero no estoy en contra de los hombres" (como si alguna mujer lo estuviera), "necesitamos a los varones porque sin ellos no somos nada" (idea por si descabellada en tanto que nadie no es nada sin ningún otro ser humano y porque el hecho de ser necesario o no, no debería hacer que una persona sea válida y digna de ser amada y respetada), u otra frase aún más extraña que es la que dice "no creo en los extremos, varones y mujeres somos complementarios".
Y es que está claro que hablar en términos polares, de necesidad o complementariedad tiene una raigambre cultural y religiosa que nos lleva nuevamente a la base de todas las desigualdades, esto es, la creencia de que estamos destinados naturalmente y divinamente a un rol en la vida, sumado ello a la idea de que para lograr cierta plenitud necesitamos de otra persona, y más específicamente de una persona de otro sexo que tiene unas determinadas características por pertenecer a él.
Por eso es cierto que no todo el mundo mira estas conmemoraciones desde una perspectiva crítica y en cambio aprovecha este tiempo para festejar, hacer regalos y sobre todo para exaltar "virtudes femeninas". También sirve. Alda Facio dice que el respeto por otra persona y su correlato, que es considerarla una igual, se da por los procesos de admiración o de identificación, y agrega que ninguna de estos dos mecanismos son posibles si seguimos difamando, invisiblilizando y estigmatizando a las mujeres o a lo asimilado a lo femenino (agrego yo).
Este es, según Rahola, el Siglo de las Mujeres. Por ello, aunque sabemos que las "virtudes femeninas" no existen como propias de las mujeres, la idea de valorar las formas de estar en el mundo y habilidades que fueron asignadas a las mujeres y que a grandes rasgos sí reproducimos por ser educadas en nuestra cultura, puede ser un buen camino hacia el respeto y la igualdad. Valorarlas para que cada varón se identifique con ellas como nosotras nos hemos identificado en los últimos siglos con las funciones asignadas a los varones por respetarlas y valorarlas. Así quizás logremos varones y mujeres que experimenten la diversidad e integración, que puedan vivir y elegir cómo desarrollarse y lograr sus objetivos, así como también amar y compartir con personas que no las complementen ni las necesiten, sino con personas que por el hecho de ser completas y diversas, puedan acompañarles libremente.