Revolución de Mayo: entre la escuela y la pandemia
Gustavo Capone reflexiona en torno a la celebración patria sin patios ni actos escolares, a raíz de la cuarentena y las escuelas cerradas.
Ese patio escolar: un testigo que invita a reflexionar
La escuela sigue activa. Muy activa. Los maestros a full. Los estudiantes, las tareas diarias, los padres, los directivos, los cuadernillos, mendoza.edu.ar, Zoom, Moodle, Dokeos, Claroline, Classroom, Edmodo, E-ducativa, Blackboard, videollamadas, whatsApp, y la lista continúa. Todo con un ritmo vertiginoso. El hecho educativo nunca paró. La amplísima mayoría del sistema siguió conectado. Pero este 25 de mayo de 2020, conmemorando el 210º aniversario de la histórica revolución, el patio estará vacío.
Una lástima. Por todo lo que conllevan los actos escolares en la justa reivindicación histórica, pero también en nuestra historia personal y familiar. Hay cosas que no podemos revertir. La pandemia nos obliga responsablemente a estar en casa, aunque como todo desafío es una buena oportunidad para reflexionar.
Los actos escolares y su emotiva tradición
Los relatos del 25 de mayo tuvieron siempre un formato establecido. Se movían generalmente entre tres ejes discursivos.
1) "No olvidemos a esos hombres"; el breve resumen narrativo de aquel contexto político y sus circunstancias, nos mostraba que solo impolutos hombres "de bien" llegaran a modificar la coyuntura imperante. Ellos luchaban contra el "imperio".
2) "Hoy como ayer"; una especie de analogía entre presente y pasado, donde aquel hecho fundacional de 1810 nos invitaba a velar por aquellos momentos de gloria. Lo "narrativo" del punto anterior, giraba a un costado "poético".
3) "Sigamos su camino"; aparece una actitud admonitoria y épica que nos alentaba e invitaba a seguir sus pasos. Admirábamos el pasado y debíamos imitarlo.
Si todo esto fuera así, estamos en problemas. Pues no siempre quedaba claro realmente qué pasó en 1810. Tomábamos solamente una foto "lógica" de un espacio que no era el nuestro. Una foto porteña que se encontraba (y encuentra) muy lejos del desierto mendocino. Siempre parcial. Más o menos real, pero parcial. Seguramente, muy emotiva. Indudablemente, esos actos quedaron grabados en nuestra memoria para siempre. En el imaginario colectivo los actos escolares son irremplazable, aunque no sean lo necesariamente precisos o verídicos.
La duda metódica
La versión oficial sobre el 25 de mayo de 1810, reflejo cabal de aquellos tradicionales actos escolares, recreaba siempre la repetida escena: tibios rayos de Sol otoñal asomando tras días de copiosa lluvia. El pueblo con sus paraguas congregados en torno al Cabildo esperando el desenlace libertario. Jóvenes apuestos (todos con patillas hasta el mentón; levita, galera y bastón) mostrándose muy preocupados para que nadie de los presentes quedara sin las cintas que vinculan el celeste del cielo con el blanco de la pureza, como atributo ineludible para ser considerado un patriota. Damas muy arrequintadas. Además, una robusta morenita, de profesión mazamorrera, se encargaría de paliar la ansiedad de los presentes con sus exquisitos productos caseros. Esa era una de las pocas escenas donde aparecía en escena otro sector social. Y aunque la escena histórica fuera diurna, el "sereno" nocturno alertaba con su grito, mano en boca, "y nos dieron las diez, y las once y las doce" (como Sabina). Aunque el hecho histórico haya sido tempranito y los pocos "elegidos" que estaban allí, ya sabían muy bien de que se trataba. Siempre había también un aguatero y sus pregones.
Tal proceso emancipador, según el relato centenario, duraría sólo una semana, y cada día reflejaría un hecho sintomático que desencadenaría irremediablemente en una resolución feliz y definitiva: el anhelado 25 de mayo. Mientras tanto Buenos Aires, y solo Buenos Aires se convertiría en el centro de atención del mundo entero.
El maestro como un investigador social
Al anterior relato le faltaron algunas notas y muchos interrogantes. Afortunadamente la escuela de hoy se pregunta otras cosas y se abrió críticamente a distintas posturas.
Durante años, dicha versión mítica y romántica, marcó a fuego la educación y la memoria de la amplia mayoría de nuestra ciudadanía. Posición propia de las corrientes historiográficas de fines del siglo XIX que inundó las escuelas del país. Versión que aisló al Río de la Plata del contexto universal y regional, despojando del análisis la dimensión política y económica internacional, e ignorando el protagonismo y la perspectiva de los pueblos. Se ignoraron en dicha versión (con honrosas excepciones) los procesos políticos provinciales como sí todo fuera parte de un mismo (homogéneo) fenómeno; el rol de las economías regionales; el amplio acervo cultural indio y su panteón nativo; el protagónico papel de la mujer; los valores y labores culturales locales y la identificación regional con una flora y una fauna, que nada tenía que ver con la pampa húmeda. En síntesis, nuestra historia comenzaba en 1810. Si comenzará la política criolla en 1810. Pero no nuestra historia.
"¿Buscamos desde la Historia, la objetividad o un argumento convincente?", se pregunta con preocupación Humberto Maturana. Probablemente parte de la respuesta la encontremos en Hannah Arendt: "Lamentable, la historia y la política construyen argumentos para justificar lo que se ha resuelto victorioso".
La escuela actual, y sus maestros mayoritariamente, hace un tiempo advirtieron esto. Es cierto que ayer la educación pública fue considerada una de las herramientas para la integración, poniéndose en marcha desde el Estado la llamada "educación patriótica", proceso de "argentinización" que girará alrededor de parciales postulados con el fin educar al ciudadano, donde más de la mitad eran inmigrantes o descendientes de extranjeros. Hasta ahí bien. Pero eso ya debió haber caducado. Eso fue hace más de un siglo atrás.
Profe, no me quedó claro cómo...
En esta "educación patriótica" había cosas que en perspectiva no se entendían. Cómo que hubo triunfos con banderas prohibidas, desobediencias geniales, escarapelas de varios colores, persecuciones a patriotas, premios a traidores, fusilamientos de hombres y mujeres gloriosos, reconocimiento a nuestros acérrimos enemigos, silenciamiento de gestas multitudinarias, grandes hombres muriendo en el exilio, ponderaciones de conquistas y logros cuando en el fondo hubo despojos y genocidio, ocultamiento de documentos "entreguistas" que desenmascaraban a los supuestos sujetos probos, ninguneo de triunfos heroicos, una iglesia cómplice de los mayores latrocinios, negociados aberrantes, golpes cívico - militares justificados como necesarios, "letra chica" de artículos que disimulaban saqueos inescrupulosos, nombres de calles que reivindican a probados corruptos, negación del rol de las mujeres en el marco de los procesos libertarios, minimización de la importancias de los sectores populares, marginación de los artistas, delincuentes que entran al calabozo por una puerta y al ratito salen por la otra. Ahora y siempre. Y la constante desacreditación de posiciones divergentes, más la subestimación de una patria que parecía agotarse a diez cuadras del Cabildo de Buenos Aires, o de la Casa Rosada. Realmente inexplicable.
La historia vuelve por sus fueros: el 25 de mayo en 2020
"Derribar los muros para encontrar lo que siempre estuvo ahí" (Milan Kundera). La palabra "patria" sigue teniendo una sagrada relación con el compromiso heroico. La patria nos arropa. Nos liga sanguínea y jurídicamente. Su simbólica y racional carga teórica sigue siendo el punto identitario más férreo y aglutinante que podemos encontrar y las conmemoraciones reafirman ese sentimiento. Eso hace necesario "los actos" y las veladas patrióticas. Pero hace tiempo también que la palabra "patria" dejó de operar como un comodín mágico que garantizará el patrimonio de la verdad a quien la pronuncie. "Dato mata relato", y los discursos "patrioteros" ya no conmueven. Por eso muchas veces queda la sensación, cuando escuchamos un discurso, que ese interlocutor no está siendo plenamente sincero. Vuela sobre nosotros una gélida percepción de sospecha. Por ende, no dejaremos de amarla si decimos que aquel 25 de mayo de 1810 también se dirimieron otras cuestiones. Pero sin detenernos en la anécdota que siempre asombra y despierta curiosidades: escarapelas, paraguas, relojes, bailes, amores, la cantidad de gente, los cuadros pictóricos, Mariquita, las damas, French, y un extenso etcétera. El 25 de mayo de 1810 fue una bisagra paradigmática indiscutida en la composición de nuestra propia historia, pero en el fondo, ayer como hoy (obvio, en inigualable comparativamente contexto político y social) lo que se dirimió (lógicamente) fue un proyecto de poder. Proyecto de poder que interrelacionaba criollos y peninsulares, vinculando a dos posturas. 1) por un lado a quienes buscaban alcanzar la independencia política ante la absoluta pérdida de legitimidad de España, influidos por las ideas y acontecimientos desprendidos del "ideario ilustrado" francés; y 2) por otro lado, los que buscaban un nuevo pacto económico de la mano de las ideas del librecambio para modificar el régimen mercantil favorable exclusivamente a los comerciantes monopolistas. En primera instancia fue un debate "puertocéntrico". Y no exento, posteriormente, de virulento debate en el resto de las "Provincias Unidas" cuando la noticia llegó.
La verdadera revolución empezó en Mendoza
A lo lejos aparece un nuevo actor. En el futuro país profundo. Es ahí donde empezó a librarse la verdadera revolución. Donde cobraron protagonismo quienes habían tenido un papel de reparto en esa saga. El sujeto anónimo y social que miraba sorprendido y expectante el derrotero del momento. "Los otros". Los heroicos pueblos y soldados que pelearon en el norte y en el litoral. Y las provincias, cuyo protagonismo se resaltará recién con la llegada de San Martín a Mendoza, verdadero comienzo de la revolución emancipadora americana. A partir de ahí comenzará una nueva historia. Y revolución verdadera.