Quién es Cristina Fernández y quién cree que es: la viuda negra
La vicepresidenta cree que es una suprapresidenta. Vive en una burbuja sin Constitución. Pero quien no está en su realidad virtual, sino en la real, debe comprender con qué armas juega dentro de la democracia liberal vigente y no "cancelarla".
Cristina Fernández de Kirchner es la vicepresidenta argentina y una expresidenta que gozó de dos mandatos en la Casa Rosada, tras suceder en el cargo a su marido, Néstor Kirchner. Es la jefa de un sector del Partido Justicialista que actúa en política aliado con otros partidos y movimientos sociales, grupos de reivindicación sectorial y sectores creados ad hoc como instrumento de movilización social o electoral por fuera de la estructura del PJ. Es, además, la jefa del Instituto Patria, un think tank que responde a sus directivas técnicas y necesidades políticas, a la vez que lidera -consciente o colateralmente- grupos diversos no peronistas que la han elegido como referente, más allá de su pertenencia al peronismo.
Tiene -como puede apreciarse- una cuota de poder importante. De hecho, como lo acaba de ratificar en un mensaje de reposicionamiento de fuerzas ante la crisis del partido/gobierno del Frente de Todos, fue quien determinó que fuera Alberto Fernández el candidato a presidente y a quien le factura esa elección, cuando pudo haberlo hecho por cualquier otro, como ella misma lo verbalizó al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional del Chaco Austral.
Sin embargo, cuando rechaza aceptar que otros sectores puedan convivir con un pensamiento contrario al que ella propone, los niega e invisibiliza. Es en esa burbuja en donde Cristina Fernández se impone como una "Fidel Castro" que pone y saca proyectos, presidentes, ministros y decide qué está bien y qué no en toda la Argentina, qué es Patria y qué antipatria.
De acuerdo al pensamiento explícito, ella no es vicepresidenta, sino suprapresidenta.
"Pude haber elegido a Sergio Massa o Emilio Pérsico, uno presidente del Partido Renovador con varias elecciones encima, el otro, referente de movimientos sociales. Pero elegí a Alberto Fernández, que no era nada, ni nadie; que me había atacado y lo puse allí: es mío; no existe: es mi reflejo, mi marioneta. Y si no acata, no existe. Existo yo y los míos", podría traducirse interpretativamente su discurso chaqueño, cambiándole muy pocas palabras.
La Constitución y las leyes son un tropiezo en el mundo en que Cristina Fernández cree que vivimos todos. No logra comprender que su realidad no es la de todos. No entiende cómo puede ser que haya gente que no piense como ella, la adule, aplauda, reclame su liderazgo y se cuadre o tire de rodillas al piso, por ella.
Por eso hay que saber decodificarla y no "cancelarla". Cristina Fernández está equivocada, pero cabe en el sistema democrático, que -a diferencia de lo que ella entiende por "democracia"- es la libertad total de convivencia de ideas contrapuestas, y no solamente el moverse con el andador de sus caprichos.
Tampoco es Cristina Fernández una fuente de ideología, porque si bien se la suele encasillar simplonamente con "la izquierda", es esa la pose, la coartada, que más le ha convenido, pero no su ejercicio exacto al conducir el poder, en el que ha habilitado o clausurado -como si se tratara de una canilla- el flujo de posiciones, protagonistas, recursos, personajes y poderes de derechas e izquierdas según su propia conveniencia.
Cristina Fernández no es Kirchner, aquel que habló de la "transversalidad" política y sumó voces al peronismo, ampliando la base de sustentación y reconstruyendo -mal que les pese a todo atikirchnerista fanático- la confianza en el sistema después de haber saltado con éxito el acantilado anárquico del 2001.
Y Cristina sí es Kirchner cuando se lanza sobre el pogo que le hacen los sectores "progresistas" de la cultura como refugio ante críticas y ataques, ya que ha mantenido activa la maña de su marido para estimular a ese activo y visible sector exprofeso para tal misión.
De tal modo que Cristina Kirchner, la mujer que nos puso al Presidente y que ahora quiere desactivarlo, está convencida de que esa es su misión en un país sin Constitución, como en el que ella vive su propio sueño de poder.
Pero no deja de ser una jugadora en el tablero de la democracia liberal vigente y hay que comprenderla, contenerla, condicionarla, refutarla, reconducirla confrontándola con la realidad argentina, bastante distante de la burbuja de sus circunstancias.
Si se la irrespeta y niega, se cae en su trampa. Un ritual de amorodio análogo al de la viuda negra.