¿Qué temen los hombres de las mujeres?
Hay una teoría que indica que las mujeres se pasan cada día tramando cómo arruinarles la vida y pensando en elegir a su próxima víctima para denunciarlo. La columna de Emiliana Lilloy.
Hace unos años se difundió un experimento de Margaret Atwood en donde se pidió a un grupo de hombres que dijeran qué temían de las mujeres. Los varones contestaron que el miedo más fuerte era a "que las mujeres se rieran de ellos". Ante la pregunta inversa, las mujeres contestaron que el miedo era a "ser asesinadas por los varones, a que las maten".
Pero con los avances en nuestra legislación en cuanto a la eliminación de las limitaciones a la capacidad de la mujeres (poder trabajar, estar en juicio, hacer una denuncia, ser testigo etc) y a considerar delitos a las conductas violentas y humillantes que antes estaban vistas y legisladas como normales (el acoso sexual, la violación, la violencia dentro del espacio del hogar o la pareja etc) pareciera ser que ha crecido en los varones un nuevo miedo, más aberrante aún que el que sienten porque las mujeres puedan llegar a reírse de ellos: el miedo a ser denunciados falsamente.
Pareciera ser, que aquel mito fundacional en que Eva manipula, tienta y engaña a Adan privándolo del Paraíso y haciéndolo caer en desgracia por pura malicia se ha convertido en una pesadilla y realidad para los varones actuales. Según esta hipótesis, las mujeres (encarnaciones vivientes de esa Eva) nos pasamos cada día tramando cómo arruinarles la vida y pensando en elegir a nuestra próxima víctima para denunciarlo.
¿Por qué? Porque sí, porque así somos las mujeres, mentirosas, vengativas y nuestro único móvil es perjudicar a cuanto hombre se nos cruce y sacarle dinero si se puede. Porque sin perjuicio de que hemos logrado que las leyes nos permitan acceder al mercado de trabajo y tener una vida digna, preferimos denunciar hombres buenos, teniendo que humillarnos, pasar procesos engorrosos en los que somos revictimizadas, y estigmatizadas con adjetivos prediseñados e instalados en nuestra cultura para silenciarnos: mentirosa, ventajera, inestable, complicada, de dudosa reputación etc.
Nos gusta hacer esto, inventar historias y denunciar a algún hombre que encontremos para que en general no pase nada, en el trabajo nos despidan y la gente termine por defender o priorizar al varón, que seguramente tiene mucho más poder e influencias que la denunciante y que por eso mismo queremos arruinarlo. Por eso, porque somos malas y envidiosas.
Y si esto no es así, o esta no es la premisa de la que partimos, ¿por qué un hombre bueno y respetuoso tendría miedo de ser denunciado? ¿Por qué habría de preocuparse evitando ciertas situaciones como quedar a solas con una mujer que no conoce si va a comportarse como una persona decente?
Si esto no es así, ¿por qué se escuchan comentarios como que "ahora los hombres tienen miedo a las mujeres y tienen que cuidarse"? ¿Qué se quiere decir con esto, qué implican estas afirmaciones en donde los varones parecen convertirse en las victimas de una trampa?
Hace poco un caballero que pedía permiso para pasar delante de mí en la caja de un resto me dijo: "Como están las cosas ahora, trato a todas las mujeres con respeto, por las dudas". La inquietud que genera esta afirmación es evidente ¿antes cómo las trataba? ¿No debería ser el respeto una conducta de base para vincularnos independientemente de nuestro sexo o género?
Otra hipótesis que contestaría el por qué los varones hacen este tipo de comentarios estigmatizantes hacia las mujeres, es la de que efectivamente hayan naturalizado las conductas que hoy "sí" están mal vistas, legisladas y por tanto pueden denunciase, y se sientan intimidados porque tienen que dejar de hacerlas. Sería algo así como que sin perjuicio de que sabían que estaban mal esas conductas, que eran abusivas o humillantes para las mujeres, las realizaban igual, porque nadie les decía nada. Entonces, así se entendería el "ahora hay que cuidarse de las mujeres"
Sea cual sea la hipótesis que elijamos, sabemos ya mucho de este mecanismo. El de difamar y estigmatizar a nuestra interlocutora para invalidar su discurso, sus palabras, su valía. Fue el mecanismo histórico para privar a las mujeres de derechos, y sobre todo del derecho a la palabra, a ser creída y escuchada. Estigmatizarnos como poco creíbles, inestables, seres emocionales con falta de razón, fue la estrategia para privarnos del derecho al voto, el acceso a la justicia, la posibilidad de testificar y de ocupar cualquier espacio de poder en donde nuestra voz fuera escuchada.
Decir que nos tienen miedo nos vuelve a poner en la posición del estigma e intenta neutralizar nuestra voz, nuestro justo reclamo de no vivir violencia constantemente en nuestra vida. Decir que las mujeres denunciamos falsamente en un contexto en el que solamente el 25% de las mujeres asesinadas en femicidios en Argentina habían realizado una denuncia previa (2016) es una negación de la verdad más evidente: el fenómeno es inverso, las mujeres no denunciamos incluso cuando debiéramos hacerlo.
Ahora bien, si creyéramos que ese miedo es sincero y que manifestarlo no es una estrategia desacreditante hacia las mujeres, lo cierto es que la ecuación sigue siendo bastante alarmante. Porque los varones pueden haber cambiado su respuesta sobre qué les da miedo de las risas a las denuncias, pero la nuestra no ha cambiado, nosotras e incluso más que antes, seguimos teniendo miedo a que nos maten.