Porque acá mando yo
Hay una concepción cultural histórica que cree y postula que las mujeres no son seres humanos. Emiliana Lilloy analiza, desde la historia hasta el acoso callejero actual, la situación.
El acoso sexual callejero es el último resabio y manifestación de que el espacio público siempre ha pertenecido a los hombres y de que por eso (algunos no todos) se sienten con derecho a expresar lo que creen sin pensar si esto puede afectar o no a sus destinatarias: las mujeres.
Ante la existencia de este fenómeno tan normal, tan cotidiano, sobre todo tan incómodo, nos surge la siguiente pregunta: ¿vivimos en una sociedad igualitaria si en nuestra vida cotidiana no podemos transcurrir de forma tranquila sin recibir constantemente comentarios, señales, insinuaciones que nos incomodan, intimidan y distraen de nuestras verdaderas tareas diarias y objetivos? A esta se suman otras: ¿Es normal que cada mañana nos miremos al espejo y debamos pensar en vestir de una manera u otra para no "provocar" o ser víctima de comentarios en la calle, señales de luces o miradas incisivas? ¿Tenemos el mismo derecho que los hombres a transitar nuestro espacio público y los espacios laborales sin ser constantemente sexualizadas, esto es, que se nos esté haciendo constante referencia a la manera de vestirnos, de llevar nuestro cabello, nuestro cuerpo etc.?
Esto que parece algo tan básico e inocente, no deja de tener razones históricas y políticas profundas que mantienen su implicancia hasta nuestros días. Porque la ocupación del espacio público históricamente ha sido de los hombres (como una forma de acaparar el poder) y nuestra incorporación al mismo es todavía relativa y condicionada al cumplimiento de ciertos requisitos, modos de estar en el mundo, a la tolerancia de ciertas conductas y agresiones (a veces sutiles, a veces no tanto), e incluso tiene límites horarios (diurno so pena de...).
Cuando en la revolución francesa las mujeres fueron excluidas de la declaración Universal de los Derechos del Hombre (justamente por no ser uno de ellos) una de las principales tácticas para lograrlo fue recluirlas al espacio privado y prohibirles los espacios públicos. Durante este proceso que incluyó el gobierno de Napoleón Bonaparte, se cerraron los clubes de mujeres, se prohibieron las reuniones de más de tres mujeres y se legisló la autoridad absoluta del varón sobre la mujer en todos los ámbitos de su vida. Fue así que los varones en occidente lograron reducir a la mujer a la domesticidad alejándola de los espacios de poder y de la reunión y lazos con otras mujeres. Fue así controlando y prohibiendo el uso del espacio público que se logró la opresión.
La historia la conocemos. Las mujeres comenzaron a organizarse, a hablar con otras mujeres, obtuvieron la colaboración de otros hombres y así poco a poco fueron conquistando sus derechos y el uso del espacio público. Pero una vez reformadas las leyes que nos privaban de derechos civiles y nos privaban del trabajo por ejemplo, nos encontramos con otras opresiones que no estaban en la ley sino en nuestra cultura. Son las mismas que hoy hacen que las mujeres no accedamos de la misma manera a posiciones o trabajos que los hombres y que hacen que en la Argentina muera una mujer a manos de un varón cada 30 horas.
Esta concepción cultural que cree que las mujeres no somos seres humanos y que fue la que justificó que no nos correspondieran derechos civiles y políticos subsiste en la mente de algunas personas. Es la misma que cree que las mujeres habitamos el mundo por y para los hombres. Es la que hace que los habitantes y dueños del espacio crean que las mujeres lo transitan sólo para deleitarlos y para alegrar sus sentidos y que por lo tanto, pueden expresar aquello que sienten o que les sale de la boca sin preocuparse por lo que vaya a sentir la otra persona. Esta concepción cultural es el resabio de aquella historia, aquella legislación que no está muy lejos en el tiempo y que mandaba a la mujer a cumplir todos los deseos y órdenes de los varones. Que mandaba a la mujer a ser bella y joven eternamente y vivir su vida para contentarlos. Es esta creencia la que subyace a esta conducta masculina que se siente dueña del espacio y ve a la mujer como una visitante casual y transitoria puesta allí a su servicio.
No está tan lejos y por eso no es tan descabellado que recibamos constantemente agresiones sexuales e insinuaciones en la calle. Esta incorporación limitada al espacio en sus distintas manifestaciones (diurna so pena de ser mal vista o de sufrir violencia, siendo válida sólo si eres bella y joven, no mostrando mucho poder o personalidad so pena de ser excluida o estigmatizada etc.) incluye esta última consecuencia: la de tener que soportar que los ocupantes originarios, completos y sin límites te lo hagan sentir de forma constante. ¿Y qué es eso que nos pretenden hacer sentir los varones con cada mirada lasciva, grito, comentario o señal en la calle?
"Que acá todavía mando yo, y por eso, puedo decirte o hacer lo que yo quiera".
LA AUTORA. Emiliana Lilloy. Abogada. Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad. Vicepresidenta de la Comisión de Género del Colegio de Abogados de Mendoza.