Sembrar broncas para cosechar votos amargos
La columna de Gabriel Conte. Los candidatos que agitan rupturas y que buscan más enojo en la sociedad, con tal de conseguir sus votos, sin asumir que esa bronca es también contra ellos.
Cuando uno camina por las calles de la maravillosa ciudad de Sevilla, en España, lo acompaña una imagen hipnótica: miles de naranjas que cuelgan del arbolado público y que, en muchos casos, sucumben al reclamo magnético de la Tierra, acumulándose por docenas en el suelo, hasta que algún servidor público las recoge y las descarta.
A quien no conoce su origen, tradición y función, lo acompaña una estela de dulzura que parece invitarlo tomar de los frutos para saborear su pulpa. Pero no: los que sí saben, están prevenidos de la amargura del producto y de su valor solamente ornamental.
Resultan un engaño hermoso.
Valga la analogía con esta situación para hablar de aquellos que en la política, saben de la bronca social contra el sector, que no ha cambiado la realidad del país y por lejos, lo ha sumido en una canasta de cepos y decisiones temporales, subibajas y toboganes sociales, desesperanza permanente y como único horizonte una incertidumbre basada en principios más propios de una lotería que como producto de un propósito planificado y construido con seriedad.
Elegir o castigar: los que integran la "planta permanente" de candidatos
Así y todo, informados del desprecio palpable, redoblan la apuesta y salen a agitar a la ciudadanía que, en definitiva, son votantes y seguirán practicando con el voto una y otra vez. Intentan canalizar todo ese descontento con sus propios mensajes y acciones. Se enojan, imitando la bronca de la gente contra ellos mismos y buscan con eso ser vistos como intérpretes del malestar y, de tal forma, conseguir ser elegidos, reelegidos, puestos en lugares de decisión.
De algún modo, están sembrando más bronca a la bronca ya existente y posiblemente con ello consigan votos y seguir estando arriba. Difícilmente le podamos sacar jugo dulce a estas naranjas de la política y, por lo tanto, el desencanto llegará má pronto que tarde, pero ellos ya se habrán atornillado por un período más a un cargo en el Estado.
Viene sucediendo en todo el mundo: alta popularidad a la hora de votar y desbarrancamiento de los respaldos al día después, cuando todos se dan cuenta de que cayeron en sus trampas: consiguieron que los votaran, pero están secos de propuestas, soluciones y actitudes.
Es difícil que este esquema sea comprendido en una sociedad en la cual los culpables del desastre vuelven a ser votados porque la situación de caos les favorece.
Hace unos días Memo publicó un informe que nadie debería dejar de leer: aquel que compara a la predisposición a polarizar opiniones, a refutar todo el tiempo en los peores términos posibles, con la peor de las adicciones. Es un problema que ya no pasa por la política, sino por la salud mental. Un cuarto de la población lo sufre y no puede dejar de polarizar, de romper, criticar, marcar profundas diferencias con otros. Si no consigue imponerse, sufre hasta consecuencias físicas, lo cual habla de un alto componente psiquiátrico en el diagnóstico.
Una enfermedad social: analizaron la polarización de opiniones como una adicción
La campaña política de este año es absolutamente previsible: se centrará en destruir al contrincante ante la opinión pública, con tal de imponerse o bien, capitalizar a su favor el descontento masivo.
Sin embargo hay un dato clave: en muchos casos los políticos se sobrevaloran y autoperciben como verdaderos cracks de la manipulación social. Creen, en ese convencimiento, que las redes sociales lo son todo. Pero no tienen en cuenta que en la comunidad profunda la gente tiene sus propias polarizaciones sobre temas básicos y cotidianos que les afectan y no tienen tiempo, ganas o posibilidades físicas de transformarse en espectadores (mucho menos, en hinchas) de los que suben al ring solo para ganar por nocaut.
Una realidad paralela. Un naranjo en las calles de Sevilla.