No hay plan perfecto: Claves para un nuevo diccionario político argentino
Isabel Bohorquez en un artículo para degustar a paladar completo. Imperdible análisis.
(No hay plan perfecto [1])
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
cuando la mentira es la verdad
La prensa de Dios lleva poster central,
el bien y el mal definen por penal
fía "la chapita' porrón en Palomar
cruzando la vía pa' poderla pasar
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad [2]
El presidente Milei nos infundió el término casta que todos, desde adherentes hasta opositores, incorporamos rápidamente a nuestro vocabulario.
Creo que ese fue uno de los motivos de su triunfo electoral.
Vociferar en contra del establishment político.
Actitud con la que se identificó gran parte de la gente que ya estaba harta de tan profusa galería de malhechores de guante blanco, que, además, para seguir delinquiendo fomentaron toda otra forma de delincuencia que nos acorraló en un entorno hostil y violento.
Todos estos años, nos fuimos volviendo cada vez más vulnerables. Más empobrecidos, más inseguros, más desencantados y más pesimistas. Temerosos en la Patria que vio progresar a nuestros abuelos con esfuerzo y valentía, siendo nosotros opacos reflejos de aquellas generaciones que con mucho menos pudieron hacer mucho más.
Creo que Milei triunfó porque resultó para muchos la voz que se alzaba en medio de la noche.
Y le puso nombre a una de las principales razones de nuestra profunda decepción.
La bautizó casta.
Casta se volvió una palabra en boca de todos. Circulando en medios periodísticos, en las redes, en los debates sobre si esto es de la casta o aquello otro...
La casta resumió el repudio generalizado y se volvió una mala palabra. Así como las concomitancias de la impunidad y los privilegios de los que han gozado por décadas los miembros de la misma.
La casta promovió la pobreza como un modo de clientelismo político.
La casta usó las crisis económicas inflacionarias y recesivas a su favor y en contra de la gente.
La casta manipuló las necesidades sociales, las enmascaró y las manipuló para ejercer poder y nunca tuvo reales intenciones de resolverlas.
La casta hizo obras públicas para robar, creó mecanismos de dependencia permanente y adulteró las instituciones estatales, así como los organismos sociales.
La casta se transformó en una especie de realeza farisea, narcisista e inescrupulosa.
La casta...
El profundo convencimiento social de que la casta es responsable en gran parte de todos nuestros problemas, ha alimentado la ilusión de que -quizá-, restringiéndola, penalizando sus malas acciones y retirándole sus privilegios, podremos encontrar otro camino de respuesta a nuestros desafíos.
¿Esto es así?
En algún punto, transparentar la administración pública, volverla más eficaz y menos politizada, deberá traernos beneficios en todas las áreas. Aunque no es suficiente.
También debemos condenar a los corruptos que han cometido diferentes delitos aprovechando su rol en el Estado, debemos establecer una línea divisoria entre quienes pueden asumir responsabilidades colectivas y quienes no, debemos convalidar los méritos antes que las lealtades partidarias y no aceptar postulaciones de personas que sean candidatas cuando son figuras sobradamente cuestionadas por su desempeño.
Desde que Milei asumió la presidencia hubo una explosión de información respecto a despilfarros con dineros públicos, fraudes y malversaciones de todo tipo, la cantidad de ejemplos es tan diversa y extensa que parece ser un monstruo de mil cabezas...
Mi impresión es que lo público, la cosa pública, aquella que es propiedad de todos, fue convertida en un negocio y saqueada como una forma contemporánea de colonización.
Mientras tanto, nos dejamos vender espejitos de colores...la codicia reinó y la cobardía de tantos pudo más que algún excepcional mártir...
Mi pregunta recurrente es: ¿Dónde estuvieron el resto de los miembros de la vida política mientras un puñado de personas sin escrúpulos tomaron por asalto nuestro patrimonio común? Quizá no fue un pequeño puñado de personas...quizá fueron demasiados socios en la desgracia de corromper lo público. Entonces, ¿dónde estuvimos todos nosotros?
Probablemente también acostumbrándonos a que lo público se puede usar sin medida y sin responsabilidad. Y por eso mismo, la casta política es ese espejo oscuro donde no queremos mirarnos.
¿Cómo cambiar una sociedad desgastada y aletargada que quiere despertar porque la mugre ya le llegó al cuello?
Un primer comienzo es el uso del lenguaje como modo de interpretar y de simbolizar la realidad. Y al respecto, quisiera expresar aquí un posible universo vocabular como diría Paulo Freire, recuperando palabras que nombren nuestro mundo y sean nuestras, aunque no las hayamos creado nosotros.
Ya tenemos casta, corrupción, Estado ineficiente, motosierra, ajuste fiscal, etc., etc.
A esas, le agregaría: honestidad sin fisuras, empatía con los más vulnerables, solidaridad genuina (no demagógica), unión y fuerza colectiva, justicia social.
Pienso en la Corte Suprema de Justicia y me digo que las personas candidatas deben ser honorables, meritorias, con una gran capacidad de trabajo y logros destacables en su trayectoria. O sea, que tenga una honestidad sin fisuras. Pienso en el juez federal Lijo, en su mala reputación, en una trayectoria que refleja más bien lo que el propio Milei definió como casta...y me pregunto: ¿Cómo afrontará esta tremenda contradicción nuestro presidente si persiste en sostener su candidatura?
¿La gente común que pretende la honestidad sin fisuras, podrá instalar esta demanda con la fuerza suficiente? ¿Podremos?
Pienso en los contrastes de un país donde conviven los jubilados que tienen una pre paga médica de alta gama y usan el PAMI para retirar gratis la crema con vitamina A cada mes para regalársela a su empleada doméstica por ejemplo y los jubilados que no alcanzan a cubrir el mes y siempre andan a la intemperie porque llegaron a viejos con las manos vacías.
¿Hay que ordenar y despejar entre los que necesitan de la cobertura del PAMI y los que se abusan, incluyendo los propios médicos? Claro que sí. Debemos acabar con esta historia de que todo lo que sea público lo podemos usar sin responsabilidad y a destajo. Pero es indispensable la empatía y la solidaridad. Y son los ancianos, así como la infancia, los destinatarios primordiales de nuestro esfuerzo de solidaridad y de comprensión profunda porque si están desvalidos no podemos mirar para el costado.
¿Cómo lograr ese equilibrio? ¿Cómo ordenar un país desmadrado sin acorralar a los que siempre, absolutamente siempre, pierden la parada?
Me interesan especialmente estas dos palabras: justicia social.
El partido justicialista en Argentina fue creado en noviembre de 1946, también se denominó partido único de la revolución y posteriormente partido peronista en alusión a su fundador y conductor, Juan Domingo Perón.
Y parece que desde entonces la justicia social ha tenido bandera, dueño, identidad político partidaria y poseedores de la tabla de la verdad doctrinaria para siempre conducirnos hacia un destino inalcanzable de progreso de la clase obrera en función de combatir la oligarquía y el capital para defender los derechos de los trabajadores.
Hasta donde puedo entender el concepto, la justicia social no debería tener dueño ni ser la bandera exclusiva y excluyente de ningún partido, sino la voluntad de un pueblo maduro y pacífico que puede y quiere vivir en base a la igualdad de oportunidades y la solidaridad, así como la justicia distributiva que no es ejercida solo por el Estado, aunque lo involucra inexorablemente.
¿Podremos incorporar estas palabras con su profundo significado, hacerlas parte de nuestros valores argentinos sin politizarlas y ejercer la presión suficiente para que este gobierno y los próximos sean un reflejo de este país justo, de gente honesta y laboriosa que nos atrevemos a proyectar?
Un país con menos casta y con más justicia social, sin tanta necesidad de motosierra y con gran sensibilidad por el prójimo.
Dice impecablemente Edgar Morín:
"Supongamos que un observador hubiera descubierto la Tierra hace cuatro mil millones de años. En ese período, la Tierra estaba agitada por convulsiones: erupciones volcánicas, ciclones, tempestades, tormentas. Observando este planeta de locos, diría: ‘Es un planeta de locos en el que nada puede ocurrir'. Sin embargo, es en ese momento en el que nacía la vida. Si el mismo observador retornara, vería que la fauna y la flora se han desarrollado, cuando nada permitía preverlo. Cuando se trata de un gran cambio, este último es invisible. (...) El segundo basamento de nuestro optimismo es que lo improbable puede a menudo suceder en la historia. (...) Lo improbable se ha producido en la historia tras un acontecimiento mayor que la gente de mi generación ha vivido en 1940 (...) en muy poco tiempo, lo probable se transformó en improbable, y lo improbable en probable. Intentemos entonces tener un poco de fe en lo improbable, pero tratemos también de actuar en su favor."[3]
Así, digo con Morín, tengamos un poco de fe en lo improbable y actuemos en su favor: una Argentina a la medida de ese gran sueño que ya soñaron los Padres de la Patria. Y que ya anida en cada uno de nosotros.
No hay plan perfecto. Habrá que ir avanzando un paso a la vez. Con palabras nuevas o vueltas a renacer.
[1] No hay plan perfecto es el título de un artículo de mi autoría que publicó la Revista Desterrados en junio de 2020 https://issuu.com/revistadesterradxs/docs/desterradxs_60?utm_medium=referral&utm_source=isabelbohorquez.com. Por la contundencia de su significado tomé el título para este escrito.
[2] Divididos, La era de la boludez, canción Que ves. Federico Gil Solá, 1993
[3] Jean Baudrillard y Edgar Morín, La violencia del mundo, Libros del Zorzal, Bs As 2003, pp. 50-52.