Papa Francisco, ¿santo o demonio?
Jorge Mario Bergoglio cumplió siete años como papa Francisco en el Vaticano. No es un protagonista cualquiera de la realidad, por más que se pretenda hacer pasar desapercibida su presencia. Para bien o para mal, un argentino gobierna el Vaticano y la Iglesia (o al menos lo intenta)
Es muy difícil determinar quién puede ser considerado "santo" y quiénes lo contrario, "demonios", para una sociedad tan conflictiva y, en los últimos años, con sus ideas personalísimas expuestas al máximo por acción y gracia de las redes sociales. Todo se confunde y, en cierto modo, puede decirse que la ausencia de un "Norte" creíble, confiable en la brújula de la vida para tantos miles de millones de habitantes, nos ha vuelto dueños de verdades pequeñas, pero contundentes, de las que nos cuesta salir para aceptar otras.
Allí, aquí, en este mundo, hay un jefe de Estado que es argentino pero no gobierna la Argentina, y que trata -siete años después de haber sido elegido Papa- conducir a la iglesia católica.
Antes de ser líder de una religión que alcanza a una gran parte del mundo (recordando siempre que no es la más numerosa del planeta y que hay gente que no lo conoce ni cree en las cosas que él invita a creer) Jorge Mario Bergoglio, simplificando, fungió en su país de conector de opositores al gobierno kirchnerista, por ejemplo, durante "el conflicto del campo" por la Resolución 125 sobre retenciones al agro que despertó un quiebre dentro del Gobierno y en la sociedad.
Es necesario recordar su perfil político, porque es su característica central también como Papa. Aquí lo aplaudían por entonces los mismos sectores que hoy los defenestran, salvo aquellos que lo aceptan igual (o bajo íntima protesta) por cuestiones de fe.
El día en que hace siete años fue elegido como Papa, la entonces presidenta Argentina daba uno de sus muy habituales arengas en Tecnópolis a sus propios acólitos. Al informarles de la novedad, Bergoglio/Francisco fue silbado. Bastó un chistar de la Presidenta para que todos giraran en el aire y empezaran a adorarlo. Ella se encargaría luego de seducirlo, aunque en los pasillos del Vaticano cuentan la versión inversa: que fue él quien la hizo quebrar en un diálogo a solas y la hizo papista.
La curia romana está dividida desde hace siglos, peleada desde hace décadas, en complots desde siempre y el "factor argentino" sumó enconos y nuevos relatos, aquellos que solo la viveza criolla es capaz de infiltrar en una organización mundial tan grande y sofisticada.
Lo cierto es que de un repaso de la prensa internacional puede notarse que el papa Francisco es un ídolo popular y de una dimensión épica. En la Argentina ocurre todo lo contrario: los que lo respetaban por su antikirchnerismo, ahora le reprochan ser más kirchnerista. De paso, el peronismo generó diversas corrientes papistas más o menos cercanas, más o menos afines, con interpretaciones de su discurso más acá o más allá de los dichos y escritos propios del pontífice, como lo hacía con Juan Domingo Perón la militancia cuando llegaba una cinta suya con mensaje desde el exilio.
Dos años después de empezar su papado, comenzaron las sospechas en torno a su estado de salud y fue el propio Bergoglio quien desencadenó los temores: "Tengo apuro", dijo, cuando se le preguntó por la variedad de reformas, aparentemente en contra del status quo conservador, que había iniciado. Hoy se le acusa desde todos los costados ideológicos, salvo desde una estela progresista que cree ver en él representado el liderazgo frustrado de, por ejemplo, Hugo Chávez.
En 2016 el autor de estas líneas se reunió con el Papa y con varios miembros de sus equipos en una invitación periodística que duró dos días, intensos, importantes, contundentes. Todo era misterio en torno a Francisco de parte de los que no lo conocían. Había mucho miedo en los partícipes de la tradición de la curia romana, autogobernada por detrás de la figura del sumo pontífice, y esperanzas tal vez sobredimensionadas de todo un mundo de sectores no tan homogéneos al reunirse. Debe ser por ello que está costando tanto "dar vuelta" a la Iglesia.
¿Por qué Bergoglio es Papa? En los pasillos del Vaticano siempre se admitió, sin distinción de sectores, de que hacía falta carisma para contener la sangría de fieles que había producido décadas de escándalos silenciados o acallados por la fuerza. Veían en la simpatía del jesuita argentino tal posibilidad, que se había demorado cuando perdió la votación con el alemán Joseph Ratzinger en 2005, cuando se convirtió en Benedicto XVI.
Hoy parece ser que más los ateos creen en Bergoglio que los mismísimos cristianos que adscriben al catolicismo, pero probablemente su misión esté más o menos encaminada en cuanto a contener a la gente que huía de las parroquias y de los bautismos. Representan una contención y la posibilidad de abrir nuevas puertas, como su deseo de expandir el catolicismo en Oriente.
Nadie le pidió que encarara reformas de la dimensión que se le adjudican, pero desde su entorno más cercano se impulsaron en simultáneo, por aquel "apuro" en que los achaques de salud le jugaran una mala pasada.
Nadie le pidió tampoco que se metiera en política en Argentina, pero lo hizo, lo hace y lo seguirá haciendo.
Consultado por este periodista una persona muy cercana a su despacho en torno a su condición de peronista o no, la respuesta fue contundente: "Él sueña con ser más que Perón". Entonces es imposible no calificar, con todo este panorama (un brevísimo resumen de todo lo que podría analizarse) de ser un papa polémico, por o menos.
Así como en política hay más papistas que el Papa, el pontífice es más peronista que Perón. Para lo bueno y para lo malo que pueda interpretarse ese calificativo.