¿El fin del nacionalismo aduanero?

Las medidas antidumping anunciadas por el gobierno durante esta última semana, suponen un boom de las importaciones y el fin del proteccionismo bobo a empresas nacionales ineficientes, que por años cazaron dentro del zoológico.

La casta industrial- empresaria parece cercada ante las últimas medidas del gobierno libertario de Javier Milei. Las desregulaciones comerciales; la apertura de las importaciones y las medidas antidumping, parecen ser el principio del fin para los hijos del lobby estatal.

Hoy quiénes se manifiestan preocupados por la caída del consumo interno, en apenas un año de administración libertaria, fingen demencia cuando se les recuerda que las políticas proteccionistas, cepos e importaciones cerradas por falta de dólares, les permitió emprender y vender en un mercado local cautivo y cada vez más chico, por el aumento de la pobreza.

Esos empresarios, a quiénes no hay que demonizar pero tampoco alabar, no reconocen los beneficios ni los favores de gobiernos pasados, que por impericia o por intereses creados, les dieron un trato especial y les crearon un mercado cautivo artificial, sin competencia y con precios elevadísimos en pesos y también en dólares. 

El temor, al final de cuentas, no se trata solamente de que entren bienes o servicios importados, sino de perder los privilegios. Luego de la crisis del 2001 y hasta 2023, fueron los únicos oferentes de productos terminados o servicios defectuosos, en muchos casos sin roce ni estándares de calidad reconocidos por el mundo.

El problema fue la subestimación al consumidor. Muy pocos vieron o consideraron que la hiperglobalización, la complementariedad económica y la alta exposición de los consumidores a las redes sociales, permiten comparar precios y calidades y sobre todo comprar en plataformas digitales que viven (nada más y nada menos) de llevar de un lugar a otro del mundo, los mejores productos. No la vieron, pero así es el libre mercado.

Los que defendieron a muerte la industrialización por sustitución de importaciones, pensaron que el modelo sería eterno y ni siquiera contemplaron que el consumidor, con rápidos reflejos y sin miramientos ideológicos, se iba a inclinar por comprar más y mejor, al menor precio posible.

Si hay atraso cambiario o no, será un largo debate entre "mandriles", economistas serios y "econochantas".

Mientras todos quieren tener razón, el consumidor final con el corazón frío y el bolsillo caliente, se inclinó por hacer largas filas en las fronteras, explotar en capacidad shoppings y supermercados foráneos y eligió la mejor oferta de productos y precios que los que se consiguen en Argentina.

Si de competir se trata el comercio, quizás tenga razón Milei cuando dice que en los próximos años, "será cuestión de adaptarse o morir". El tiempo dirá también, si el consumidor tiene siempre la razón y los industriales-empresarios argentinos logran reinventarse.