Nada más peligroso que una mujer despechada

Emiliana Lilloy y su columna de domingo en torno a las cuestiones de género. Más debates que abrir en la mesa del domingo, con responsabilidad e inteligencia.

Emiliana Lilloy

A la injusticia económica y social, es decir, a la explotación laboral, sometimiento a la pobreza, privación de los bienes económicos y de los espacios de poder y de toma de decisiones, siempre precede o coexiste una injusticia simbólica. Esto es, un relato que avala ese trato deshumanizado o injusto, que es creído tanto por quien oprime como por la persona oprimida. ¿Cómo pudieron esclavizar si no a las personas racializadas o a los pueblos originarios de América? El relato de superioridad de la "raza blanca" o el de la falta de alma dada por un dios a los pueblos originarios justificó la colonia, las muertes, el saqueo, los abusos etc.

Esta injusticia simbólica es latente y patente por ejemplo cuando una visita Chile. Teniendo una población constituida casi en su mayoría por descendientes de los pueblos originarios, basta encender la televisión para ver que son las personas blancas descendientes de europeas/os las que están representadas en los espacios de poder y que definen y representan los estándares de belleza. Así, cada niño o niña que nace en el país hermano sabe perfectamente a qué grupo social pertenece y cuál será su destino: uno lleno de oportunidades o la pobreza obligatoria.

Algo similar nos sucedió y sucede actualmente a las mujeres. Cuando fuimos privadas de derechos argumentaron que éramos débiles, frágiles, seres imbéciles, incompletos y privadas de razón. Entre los grandes seudo filósofos que lo dijeron encontramos a Aristóteles, Rousseau, Tomas de Aquino y Darwin.

Como hoy ya no pueden decir estas barbaridades, se inventan y reproducen otras cosas: la mujer es mentirosa, quiere arruinarle la vida a los hombres, es vengativa, es despechada. La cuestión se agrava cuando las mujeres salen a la calle a pedir justicia o a luchar porque cambien las condiciones que provocan tantas muertes: feminazis, violentas, asesinas, descerebradas etc. La diferencia central entre antes y ahora, es que la palabra y la opinión se ha democratizado y no hace falta leer un libro, la misoginia esta en los medios de comunicación y en las redes.

Otras estrategias utilizadas fueron invisibilizar nuestro logros y contribución a la construcción del mundo, reírse constantemente humillándonos, inventar y destacar características que no tenemos etc.

A todo esto la teoría feminista lo resume en cuadro acciones: androcentrismo, invisibilización, irrespeto y sexismo. Todo ello, constituyó y constituye la injusticia simbólica de la que fuimos y somos destinatarias las mujeres.

Más allá de la amplitud del tema, hoy toca abandonar la injusticia simbólica hacia la mujer y llamar a las cosas por su nombre de manera urgente. ¿Por qué? Porque nos están matando.

Vemos hoy como todo el mundo está objetando a las mujeres: a las víctimas, a las feministas, a las familiares que piden por ellas etc. Todo nos parece mal y no estamos de acuerdo. Encontramos mil argumentos para decir que no nos representan y buscamos en cada detalle, cada error que algunas mujeres puedan cometer para seguir reproduciendo (muchas veces sin ser conscientes) esta conducta que implica difamar a las mujeres en su detrimento frente a la sociedad y no nos deja ver el verdadero problema: nos están matando y no hay nada más peligroso que un hombre despechado.

Tenemos que corregir nuestro imaginario, nuestro mundo simbólico, para tomar cartas en el asunto y ejecutar verdaderas medidas. Este año en la Argentina han muerto más de 70 mujeres por varones despechados. Varones que matan a su ex pareja porque no vuelve con ellos, a su pareja actual porque no quiere tener un hijo o no le hizo la comida, a su cita porque no acepta tener sexo, viola y abusa en manada a una mujer que pasa caminando como forma de demostrar su poder u "hombría" etc.

Dicho esto, lejos de pensar o desear estigmatizar a los varones como se ha hecho con las mujeres, la idea nos invita a pensar en las masculinidades. ¿Qué estamos construyendo? ¿Por qué enseñamos a nuestros varones a ser despechados, a imponer su voluntad ante todo, a matar para doblegar la voluntad o autonomía de otra persona? ¿Es la masculinidad tal como la estamos creando un dispositivo de violencia y por tanto un elemento de peligro?

Que estén matando a una mujer cada 23 horas nos exhorta a repensarnos, a ver la realidad, a intentar cambiarlo. Pero esto sólo lo podremos hacer cuando soltemos este mundo imaginario al que nos desvivimos por sostener, dejemos de defender lo indefendible y culpabilizar a quien no es responsable, llamemos a las cosas por su nombre y pasemos a la acción.

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