Un nuevo orden cultural en lo cotidiano

Escribe Emiliana Lilloy en esta columna: "Aún hoy en el 2021 más allá de los números evidentes sobre la posesión del capital y la pobreza, muertes y programas de organismos internacionales para lograr la equidad y eliminar la violencia contra las mujeres, existen personas que niegan la existencia de desigualdades y llegan incluso a expresar que las feministas son odiadoras de los varones y que desean destruir el 'orden familiar"'.

Emiliana Lilloy

¿Dónde se ha visto que las mujeres se comporten como si la presencia de los varones no les afectara? Sin pedir permiso para tomar la palabra con alguna broma o excusa. Sin meter la panza, sin cuidarse de "si se les ve algo" o sin pensar en estar con buena postura y sonrientes, siendo siempre agradables y queriendo sentirse deseadas.

¿Dónde se han visto mujeres sin reírse de cada una de sus bromas, sin asentir a cada uno de sus comentarios o, sin sostenerles la mirada y la atención cuando hablan entre ellos largos periodos de tiempo en nuestra presencia, con un público femenino callado, incondicional y sin contradicciones u opiniones propias?

¿Dónde acaso se ha visto, que las mujeres encontremos interés en otra mujer? Para hablar de experiencias de viajes, logros profesionales o en la política, de peluquerías o de uñas, de los seres queridos y, que esto haga que incluso en una juntada con varones nos demos la atención y tengamos un diálogo en el que los varones no son el centro de nuestro interés, y no nos sintamos fuera de lugar o incumpliendo alguna norma por ello.

¿Dónde se ha visto que podamos enamorarnos de la inteligencia, forma de ser, belleza y sentido del humor de otra mujer?

¿Dónde se ha visto que una mujer hable y exprese que las conductas y los chistes sobre las mujeres le ofende? Incluso que al hacerlo, lejos de quedar sola y marginada en el grupo humano en que sucede, otras mujeres expresen la misma disconformidad y la apoyen más allá de la amistad que tengan o no con ella. Esa que expresa que los chistes sobre golpes, violencia, maltratos o violaciones, no nos dan risa. Que ya no dejamos pasar los comentarios que nos asimilan o comparan con objetos o animales, que no somos camiones (ni autos que se puedan manejar) ni yeguas, y menos víboras.

¿Dónde se ha visto que las mujeres asumamos la dirección de nuestras sociedades, ocupando cargos de poder y opinando sobre los temas centrales? Que pese a todos los prejuicios que pesan sobre nosotras, nuestros cuerpos, nuestro tono de voz, nuestra "manera de hacer las cosas", la desconfianza y difamación generalizada sobre lo femenino, pese a todo ello, lo logremos y cambiemos el destino de nuestra sociedad y cultura.

¿Dónde se ha visto?

Esto está sucediendo hoy en nuestras sociedades. Son cosas tan cotidianas que no parecen de gran trascendencia, pero la tienen. Todas estas situaciones que son impensables hace treinta años (salvo en caso de que una se moviera en espacios feministas), generan dos fenómenos contrapuestos: la negación y la resistencia.

Respecto a la primera, es claro que, en palabras de la soviética Rosa Luxemburgo, "quien no se mueve no siente las cadenas". Es que aún hoy en el 2021 más allá de los números evidentes sobre la posesión del capital y la pobreza, muertes y programas de organismos internacionales para lograr la equidad y eliminar la violencia contra las mujeres, existen personas que niegan la existencia de desigualdades y llegan incluso a expresar que las feministas son odiadoras de los varones y que desean destruir el "orden familiar".

Sucede que, en el orden establecido, y justamente para su sostenimiento, somos educadas en los roles que se adapten a él. Es por esto que nos parecen "normales o naturales" nuestros roles y la injusticia en la asignación de tareas y acceso a los recursos. Estamos colonizadas desde pequeñas y ya no sentimos las cadenas.

Mujeres de clase media, media alta, blancas y heterosexuales que nos hemos adaptado a los mandatos culturales de nuestra época tenemos un desafío por empatizar con aquellas que no gozan de estos privilegios, y sobre todo el de intentar corrernos a un lado y observar cómo el sistema funciona, o mejor dicho, somos funcionales, en tanto y en cuanto no nos movemos de lo esperado y establecido para nosotras. Sólo moviéndonos de allí, notaremos lo importantes que somos en nuestra complicidad con los valores culturales que mal llamamos "familiares", y que no son tales como virtud, sino que sostienen desigualdades e injusticias.

La segunda de las reacciones nos remite a la frase apócrifa del Quijote: "Ladran Sancho, señal de que cabalgamos".

El enojo que provoca que las mujeres no ocupemos las posiciones tradicionales no hace más que mostrarnos nuestros avances y logros como mujeres y como sociedad. Habrá quienes tengan la inteligencia empatía y compasión para sumarse a estos cambios y quienes no podrán hacerlo. Lo que si sabemos es que cabalgamos.

Pero hay un tercer fenómeno en este cambio cotidiano. Y es que las mujeres ya no estamos solas frente a la estructura en la que nacimos. Hoy las mujeres tenemos una conciencia común en la importancia de la conquista del espacio público como un lugar legítimo para nosotras. Esto cambia no sólo la sensación y la actitud ante el mundo, sino también las estrategias.

Esta red simbólica, esta conciencia, complicidad sana y necesaria entre nosotras, es un legado inconmensurable que estamos mostrando y dejando a las niñas y adolescentes que hoy presencian nuestro quehacer en la vida, y que será un faro para vivir su propio mundo.

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