Matrimonio o prostitución

En su columna de este domingo, Emiliana Lilloy asevera que "Existieron hombres justos (que sí amaban a las mujeres)". Abunda en el caso de John Stuart Mill, el esposo de la feminista y pensadora Harriet Taylor, y un importante pensador y político del siglo XIX.

Emiliana Lilloy

Vivimos en sociedades humanas que se ordenan según distintos relatos. De acuerdo a los guiones de las distintas etapas de la historia, nos hemos vinculado determinado nuestros roles, asignándonos tareas, funciones, posiciones superiores o inferiores (a otros/as) e incluso objetivos y sueños que debemos desear o cumplir en el paso por este planeta. Todo ello, teniendo en cuenta determinadas características para establecer a quién le toca qué: sexo, etnia, ubicación geográfica, origen familiar, etc.

Así, no es lo mismo nacer mujer en el 2020 (con el relato de la igualdad al menos en lo formal) que en el 1840 (con el relato de la mujer sin inteligencia ni derechos, al servicio del varón). Menos aún lo es nacer en la colonia española en que las indias eran violadas y castigadas hasta la muerte de manera sistemática. En este caso existía claro está, un relato que exaltaba la superioridad del macho, la sujeción de la hembra y el discurso además de que las personas originarias de américa no eran justamente eso, sino animales al servicio de los varones blancos.

La humanidad se nos aparece entonces como una lucha por sostener o cambiar ese relato, y en el segundo caso, por lograr uno que nos favorezca. Lo interesante es que pareciera ser que este sistema tiene fisuras, porque así como según Beauvoir, "en las líneas de los oprimidos se alistan aliados del opresor", en las líneas de los opresores sucede lo mismo: a veces algunos se alistan con el oprimido. Este es el caso de John Stuart Mill.

Mills y Taylor.

Mills y Taylor.

John fue el esposo de la feminista y pensadora Harriet Taylor, y un importante pensador y político del siglo XIX. Siendo un varón inteligente, precoz intelectualmente (según sus propias palabras) y parlamentario de la Cámara de los Comunes en Inglaterra, defendió arduamente los derechos y libertades de las mujeres. En la Cámara abogó por la reforma electoral en que las mujeres accedieran al voto. Esto último le costó la ridiculización de sus pares y hasta las bromas que el Times del momento hizo sobre él.

Definió al contrato de matrimonio (tal cual estaba regulado) como una forma de prostitución que planteaba un intercambio de subsistencia por sexo y servicios, y propuso la reforma de la ley de matrimonio, el divorcio y la necesidad de que las mujeres recibieran una educación que permitiera su independencia económica. Aseguró que sólo con esta última circunstancia, la mujer sería libre de decidir tener una relación con un hombre y que lo haría sólo por amor.

En 1869 publica "Sujeción de la mujer", libro que escribe con su esposa Taylor y su hija, y que generó conmociones y los debates más fervientes de la época, siendo traducido y editado en más de 10 países europeos. Un dato curioso es que la referencia a la co-escritura de esta obra maestra de Mill, no se encuentran en las ediciones posteriores a su muerte. De hecho, en su autobiografía expresa que su obra es el resultado de las reflexiones y conversaciones con ellas, aunque en aquel entonces esto sólo fue motivo de risas.

Sin perjuicio del valor que tuvo tanto la acción política, que puso el derecho al voto de las mujeres en la agenda y su aporte ideológico a través de su libro, convirtiéndose en un manual de estudio y militancia, el aporte de Mill que hasta hoy parece destacable y sorprendente es uno más: la conciencia y renuncia a los privilegios masculinos que las leyes le otorgaban a través del pacto humano que mas daño le ha hecho a las mujeres: el matrimonio.

Dos años antes de casarse con Harriet Taylor, a quien tuvo que esperar por 20 años porque ella era casada y las leyes de la época no admitían el divorcio y la libertad de las mujeres, escribió:

Estando a punto -si tengo la dicha de obtener su consentimiento-, de entrar en relación de matrimonio con la única mujer con la que, de las que he conocido, podría haber yo entrado en ese estado; y siendo todo el carácter de la relación matrimonial tal y como la ley establece, algo que tanto ella como yo conscientemente desaprobamos, entre otras razones porque la ley confiere sobre una de las partes contratantes poder legal y control sobre la persona, la propiedad y la libertad de acción de la otra parte, sin tener en cuenta los deseos y la voluntad de ésta, yo, careciendo de los medios para despojarme legalmente a mí mismo de esos poderes odiosos, siento que es mi deber hacer que conste mi protesta formal contra la actual ley del matrimonio en lo concerniente al conferimiento de dichos poderes; y prometo solemnemente no hacer nunca uso de ellos en ningún caso o bajo ninguna circunstancia. Y en la eventualidad de que llegara a realizarse el matrimonio entre Mrs. Taylor y yo, declaro que es mi voluntad e intención, así como la condición del enlace entre nosotros, el que ella retenga en todo respecto la misma absoluta libertad de acción y la libertad de disponer de sí misma y de todo lo que pertenece o pueda pertenecer en algún momento a ella, como si tal matrimonio no hubiera tenido lugar. Y de manera absoluta renuncio y repudio toda pretensión de haber adquirido cualesquiera derechos por virtud de dicho matrimonio"

Finalmente, aunque podría escribirse mucho más de él, es dable decir que ya en aquella época resaltó lo difícil que es para las mujeres salir de esta opresión, porque no se trata de una esclavitud normal, sino una que compromete el afecto y la familia, destacando que esta esclavitud afectiva se logra a través de la educación:

"Así, todas las mujeres son educadas desde su niñez en la creencia de que el ideal de su carácter es absolutamente opuesto al del hombre: se les enseña a no tener iniciativa y a no conducirse según su voluntad consciente, sino a someterse y a consentir en la voluntad de los demás. Todos los principios del buen comportamiento les dicen que el deber de la mujer es vivir para los demás; y el sentimentalismo corriente, que su naturaleza así lo requiere: debe negarse completamente a sí misma y no vivir más que para sus afectos".

Hay varones que se dan cuenta que vivimos en un sistema injusto, que saben que gozan de privilegios por ser tales. Algunos no hacen nada porque no les importa. Otros aprovechan los privilegios a sabiendas y sacan la mayor ventaja. Otros intentan no abusar de ellos. Pero son pocos, muy pocos, los que como John Stuart Mill se atreven a renunciarlos y a abogar porque ya no existan. A ellos, vale la pena nombrarlos.

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