El acto político de nombrar

Una fuerte crítica a la real Academia Española de la Lengua, con fundamentos y que le ofrece probar de su propia medicina con las palabras que "autoriza" y las que se niega a aprobar. Un artículo de Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Es la catalana Eulalia Lledó quien mayores aportes ha hecho al lenguaje no sexista y quizás quien mejor explica el valor simbólico y político de nombrar a las mujeres en su discurso y la falta de inocencia cuando se elige o no hacerlo.

Esta prestigiosa lingüista catalana doctora en lenguas, que se define a sí misma como una "reivindicadora de los espacios arrebatados a las mujeres en el lenguaje", ha redactado innumerables manuales aplicables a las distintas áreas de la realidad (derecho, salud etc) con diferentes maneras de decir las mismas cosas, evitando repeticiones. Esto con el objetivo de despejar el camino a quienes creen que nombrar a las mujeres hace el discurso engorroso y repetitivo.

Así, a modo de ejemplo propone: en vez de "los/as escritores/as", utilizar "quienes escriben", en vez de profesoras/es utilizar "el profesorado o el cuerpo docente". Y es que el principio de la economía del lenguaje ha sido uno de los principales argumentos de la RAE para oponerse y negarse a la posición política de apoyar el uso del lenguaje inclusivo. No es inocente el termino posición política, ya que es bueno aclarar que la RAE no tiene ninguna posibilidad de impedir y menos prohibir el uso del lenguaje inclusivo o no sexista, e incluso si la tuviera, porque se la otorgáramos por algún mecanismo que hoy no existe, podríamos, en una especie de desobediencia civil del lenguaje, negarnos al cumplimiento de una ley o institución injusta (o misógina)

Cabe también preguntarnos, por qué damos como sociedad prioridad a cuestiones como el principio de "economía del lenguaje" y lo anteponemos al perjuicio que ya hemos comprobado ha causado y causa invisibilizar y suprimir a las mujeres del discurso. En relación a esto último, cuenta Eulalia en uno de sus trabajos que, del último censo en Cataluña, España, surge que ya no existe ninguna persona catalana que no hable español. Sin embargo, si una tiene la posibilidad de visitar Barcelona por ejemplo, advertirá que la señalética, las voces de los altoparlantes en el metro, las páginas web, los panfletos informativos, los carteles de las calles, todo, exactamente toda la comunicación de la ciudad, está escrita o dicha primero en catalán y luego en español. ¿Es que en Cataluña no han escuchado sobre la economía del lenguaje? ¿No saben que ya todas la personas son bilingües? ¿No han sacado la cuenta de todo lo que se ahorrarían en tiempo, dinero, recursos humanos, espacio etc. si no se estuvieran repitiendo? Cataluña quiere independizarse de España, y saben perfectamente que tienen que conservar su lengua para hacerlo. Pero no sólo conservarla, sino también nombrar el catalán y nombrarlo primero, porque nombrar es político y afecta la manera en que vemos y pensamos el mundo, no importa cuanta economía nos cueste o estemos dispuestas a invertir en ello.

Es por eso que desarmado el argumento de que necesariamente el discurso que nombra o visibiliza a las mujeres y por tanto que no se refiere solo a los varones como hacedores de la construcción global de la humanidad es engorroso o repetitivo, nos queda ver por qué hay tanta resistencia y ocupan tanto tiempo en negarse u oponerse instituciones prestigiosas como la RAE, o como lo hizo recientemente la Academia Nacional de Educación.

Es que la respuesta se nos hace evidente cuando observamos a esta alta institución defender a ultranza el principio de la economía del lenguaje siendo que ella misma no cumple con la primera norma o principio, esto es, el orden alfabético. Principio que viola de la A a la Z anteponiendo todos los sustantivos masculinos primero al solo efecto de nombrar a los varones o darles una prioridad. Una institución que hasta hoy en día define al conjunto de mujeres como el sexo débil y a pesar de los constantes reclamos se niega a cambiarlo. Una academia que no tiene ningún problema en incluir la palabra dependienta (cuando supuestamente dependiente, presidente e intendente no encuentran un femenino en la lengua) y que al mismo tiempo resistió la palabra presidenta, y que hoy admitida, conserva para ella "esposa del presidente". Que se sonroja con el uso femenino de ciertas palabras "que no corresponden" pero que ha incorporado las siguientes con el argumento del uso frecuente: dotor, vagamundo, papichulo, almóndiga, toballa, abracadabrante, papahuevos y amigovio, entre otras. Finalmente, una organización que hasta 1978, a 267 años de su creación excluyó expresamente a las mujeres y de sus casi 500 miembros, sólo 11 han sido mujeres.

Elija quien lee si dará importancia o no a la posición de ciertas instituciones y priorizará- quizás en un acto de inocencia- "la belleza del lenguaje" y las normas gramaticales que son defendidas en uno u otro caso según convenga a quien las inventa e impone.

Lo que importa en definitiva, es elegir o no sumarse a este cambio, a esta revolución por la igualdad que tiene como uno de sus campos de batalla la lengua, sabiendo que nombrar o no hacerlo no es un acto inofensivo o inocuo. Nombrar es dar poder y omitir es un acto político. Nombrar es poner luz, nuestro interés y pensamiento donde antes no existía. Es visibilizar, es crear un símbolo que verán niñas y niños en la cultura y que inspirará sus vidas y les hará además comprender su rol, lugar e importancia en el mundo. Porque conocemos a través del lenguaje, y para estar y ser parte de este mundo, tenemos que estar en él. 

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