Primero, la Nomenklatura: así funcionó el socialismo real

El manejo de la vacunación por parte del Gobierno no demuestra una prolijidad que consagre el derecho igualitario a recibir la garantía de no sucumbir ante la pandemia, sino una faceta horrible: la Nomenklatura se salva primero.

Memo

La vacunación contra el covid-19 en la Argentina ha dejado al descubierto cómo funciona el socialismo real y por cierto, recuerda a las nuevas generaciones que no conocieron las atrocidades de los experimentos que se realizaron en mundo bajo esa premisa totalitaria por qué cayó.

Salvo algunas experiencias que han logrado encriptar a la sociedad alejándola del mundo o sumiéndola al miedo a la tener que vivir en libertad y sin la tutoría de un Estado absoluto, no quedó en pie estructura alguna: fue y es una experiencia política que fracasa.

En ese modelo que algunos desean ingenuamente hoy desde su iPhone o con alguna remera del Che Guevara, la sociedad es una sola masa y por lo tanto, la conducción que recae en un grupo, decide qué puede hacer y qué no, cuándo y de qué manera. Como contexto, consignas altisonantes que exaltan la vocación de servicio de las autoridades, a quienes no se les puede cuestionar ni sugerir mejor forma de hacer las cosas.

A su cuidado, todos los que no son parte de la cúpula, tienen la obligación de sentirse protegidos, apapachados, mimados y por sobre todo, agradecidos.

En ese esquema, los viejos sobran y los jóvenes son el instrumento de consolidación del mandamás y los suyos a lo largo del tiempo.

Y por cierto, ante una pandemia, el primer sector que el socialismo real y autoritario necesita y justifica proteger, es a la Nomenklatura. 

Como en aquella sombra de algunos de los días más oscuros que pasó la humanidad, la vacuna llega primero a los que mandan, a sus amigos, a sus familiares y personas al servicio de su continuidad al frente.

Nadie tiene oportunidad de escapar de las decisiones de la conducción y las vidas de cada habitante del país laten o dejan de latir al ritmo de sus deseos, no importa cuál sea la argumentación que se esgrima para reclamar vacunación masiva, general, sin atajos para algunos.

En Argentina se está demostrando una experiencia que sirve para cachetear a todos en torno a los peligros del control total por parte de un grupo.

Sabiamente la Constitución se basó en principios de control y equilibro, pero ante situaciones de miedo colectivo -como el produce una pandemia- pocos creen que deben exigir la continuidad de la vigencia de sus derechos y reclamar al resto el de sus deberes.

No hay alternativa a que sectores adinerados del sector privado hagan su aporte y se facilite descomprimir la ansiedad generada por la necesidad de sentirse inoculados.

El modelo inocula contra cualquier posibilidad de morir por la peste solo al Politburó. Para el resto, consignas y promesas de las que cuesta seguirles el rastro en los hechos.

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