Las Juntas Calificadoras, ¿qué son?

En base a las próximas elecciones en la conformación de los Cuerpos Colegiados, la autora, en un recorrido por la memoria y la sorpresa, comparte su desconocimiento sobre las Juntas Calificadoras de la DGE, sus funciones y relevancia en la carrera docente.

Celia Chaab Abihaggle

Hace unos días, en medio de una charla animada, me preguntaron acerca de las juntas calificadoras de la DGE. La persona con la que conversaba asumía que yo tenía claro ese tema. De repente, me quedé sin palabras, en blanco, a pesar de mis estudios, no lograba recordar y carecía de respuestas. Ante mi estupor, mi interlocutora persistió con el interrogatorio: ¿qué hacen?, ¿para qué sirven?, ¿qué sucede si me postulo en una lista?, ¿cuánto dura el cargo electivo? Me sentí transportada de nuevo al cuarto año del Belgrano, frente a la profesora de Contabilidad, lunes: 7:45 a.m., lección oral.

Permanecí en silencio, con la mirada perdida, buscando respuestas en mi disco rígido mental, pero no encontré ni una pista para mi colega. ¡Ni una inferencia con cierto grado de certeza, nada! Después de un gran esfuerzo de memoria, solté de repente: Ah, ¿te referís a esas personas que evalúan los antecedentes? Anita respondió: Sí, claro.

Pude sentir en su voz una profunda decepción. Yo, con tantos años en el sistema, escritora de documentos curriculares, funcionaria, evaluada en concursos y también evaluadora, no sabía qué eran las juntas. ¡Crash! No renovaba el bono desde los lejanos '90 y nunca más había vuelto a aparecer para evaluar mis antecedentes. Más de 30 años después, con la neblina de la desmemoria, recordé con dificultad el miedo que sentí ante la Junta de Méritos por la que Anita me preguntaba. Las causas de ese temor: mi inexperiencia y los comentarios de colegas más con más antigüedad sobre la rigurosidad de los miembros de la junta al valorar los antecedentes. Hablaban de la legalización de las copias, la legibilidad de la documentación, la organización de la papeleta, la coincidencia de apellidos y otros datos de contacto con el DNI. Los sustos del pasado volvieron a presentarse, y como sabemos, la mente es selectiva. Había borrado las experiencias negativas de mi juventud: ¡Supérese y archívese!, dictaba el mandato cultural de la época.

Casi me avergoncé, pero en lugar de dejar que la congoja avanzara, tomé el celular y busqué el famoso Estatuto del Docente de Mendoza. En el capítulo V encontré respuestas. Acomodé mi voz y postura corporal, intentando parecer entendida en el tema, aunque no lo logré del todo; más contunde que mi relato vacilante fue el PDF de la Ley provincial 4934 de 1984. Esa mañana leímos el Estatuto y averiguamos cómo se constituyen las juntas, a quiénes representan, cómo se integran, qué requisitos deben cumplir los miembros, la duración de sus cargos, las funciones, entre otra información útil para la vida laboral docente. No obstante, aún nos quedaron dudas operativas y cotidianas respecto de cómo se manejan las juntas.

Ana, siempre perceptiva, notó mis grietas: ¿cómo es posible que tengás que buscar la información ahora que te pregunto?, ¿nunca indagaste?, ¿no lo aprendiste en la gestión o en la facu? Confesé: No, Anita, declaro mi ignorancia y la escasa incidencia que tuvieron las juntas en mi carrera. ¡Vaya uno a saber! Quizás si hubiera estado más informada, habría gestionado mi trayectoria de otra manera. Entonces exclamó sonriendo: ¡Y qué!, ¿habrá muchos que no saben nada del tema, así, como vos? Su curiosidad conmovedora me invitaba a seguir en el ruedo: ¡Ayayayay! ¡Hoy te viniste con todo!, amiga- dije. El interrogatorio no había concluido y continuó: ¿Qué te parece que se puede hacer para dar a conocer qué son las juntas de méritos y cuáles sus funciones? Luego de algunos segundos manifesté: Campañas en redes, charlas de sensibilización a docentes y estudiantes de profesorados en escuelas e institutos, mesas de gestión, hay muchas alternativas para difundir y mejorar el trabajo de juntas.

Nos despedimos. Me quedé pensando y murmurando por lo bajo, con cierto dejo de pesadez, que al menos una tortuga se me había escapado.

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