La igualdad es un acto creativo
"No desarmaremos en una vida, los 5000 años de cultura y más de dos siglos de legislación basada en la posición superior del varón en la tierra. Pero si lo haremos, poco a poco, día a día, con nuestros actos cotidianos, nuestra voz y en nuestra tarea", escribe aquí Emiliana Lilloy.
Pensar en un mundo en que seamos tratadas de una manera justa, con igualdad en el acceso a bienes y al cumplimiento de nuestras metas, exige un acto creativo. Una imaginación fructífera que nos permita visualizar las posibilidades y una conciencia filosa que habilite a detectar las cadenas y limitaciones invisibles que nos sostienen en situaciones adversas ante la misma realidad.
Esto se nos hace evidente cuando se escuchan argumentos que sostienen que las cosas deben ser de determinada manera porque así está establecido por determinada norma, sin permitirnos siquiera pensar en qué contexto cultural se creó dicha norma, o por quién y para qué fines fue creada. Prestigiosos/as juristas se inquietan al ver que los principios generales del derecho y nuestras constituciones se ven reinterpretadas o valoradas de manera diversa, ante los reclamos de que otros principios o manera de ver el mundo tienen que nacer, para equilibrar aquella balanza que puso a las mujeres en desigualdad de derechos.
"Igualdad libertad y fraternidad" fue una idea gloriosa del racionalismo del siglo 18 que puso a los varones en el panteón del mundo, ordenando todo lo que lo rodeara a su servicio. Esto incluyo a las mujeres, legislándolas como un animal doméstico, dispuesto para garantizar la alimentación, el hogar y el cuidado de la prole, mientras ellos ocuparon su tiempo y energía para diseñar el andamio cultural en el que hoy vivimos.
¿Podemos considerar honestamente que ese andamio, construido por ideas, instituciones, normas, creencias, etc. es verdaderamente uno que es justo para la otra mitad de la población? Quizás es hora de perder la inocencia.
La revolución del feminismo viene a ser aquí, la revolución francesa de la visión androcéntrica del mundo. Pensar o, imaginar si se quiere, un mundo en el que los varones ya no son el centro de las cosas, es un desafío que nos invita a revisar cada espacio de nuestra cultura y de cómo aprehendemos el mundo. Desidentificarnos con los mandatos, para saltar en nuestras mentes a un mundo con un nuevo diseño.
En esa utopía, las mujeres podríamos seducir y abordar a las personas que despiertan nuestros deseos sin tener que esperar de manera pasiva a ser conquistadas, negando nuestro derecho al placer y capacidad de conquista. Podríamos elegir libremente nuestras profesiones sin temer a ser discriminadas en nuestro espacio de trabajo y sin enfrentarnos al techo de cristal o a los pisos pegajosos que caracterizan nuestras carreras profesionales. Dejaríamos de pensar en nuestra estética o modo de presentarnos ante el mundo de los varones, que son quienes aceptan o no, nuestros atributos y maneras de expresarnos para darnos acceso a los espacios. Compartiríamos las tareas de cuidado sin ser estigmatizadas o culpabilizadas por elegir no llevarlos a cabo, como eligen los varones que priorizan otras actividades sin culpa alguna.
Tendríamos sistemas legales que no nos sometan a condiciones de supuesta igualdad cuando no somos iguales. Normas pensadas por y para las mujeres, reconociendo que somos diversas y que como humanas, tenemos derecho a no ser consideradas la excepción, sino a contar con un andamiaje jurídico que optimice nuestra presencia en el mundo, como ha optimizado hasta hoy a los varones creando desigualdades, feminizando la pobreza y acumulando el poder y el capital en sus manos.
No desarmaremos en una vida, los 5000 años de cultura y más de dos siglos de legislación basada en la posición superior del varón en la tierra. Pero si lo haremos, poco a poco, día a día, con nuestros actos cotidianos, nuestra voz y en nuestra tarea. Entre tanto, es un esfuerzo, un acto de valentía e inteligencia sortear las vallas culturales y permitirnos repensar nuestro derecho e instituciones para bañarlos con una perspectiva amplia que reconozca e ilumine este mundo creado bajo ciertas consignas, para desarmarlo poco a poco, con las armas que hoy tenemos y que nos ayudan a visualizarlo. La perspectiva de género como herramienta viene a contarnos este relato, el de que según con que genitalidad nos tocó nacer, se nos asignó un modo de habitar en el mundo. Que esa asignación nos pone en situación de desventaja a las mujeres, no sólo porque atribuye funciones que empoderan a los varones en detrimento de las mujeres, sino porque además de jerarquizarnos, invisibiliza a las mujeres ante las instituciones y les resta participación en la construcción global de la cultura.
Los derechos reproductivos, la patria potestad compartida, la legislación de la violencia de género (que antes era considerada como facultades correctivas del jefe del hogar hacia la mujer) son conquistas recientes, producto de mujeres que saltaron las limitaciones de su época y lograron tomar el lápiz para legislar por fin, por y para las mujeres. Es un derecho humano ser representadas en los gobiernos, decidir sobre nuestro destino, acceder a las posibilidades en igualdad de condiciones; porque si no lo es para nosotras, no debería serlo para nadie de la raza humana. Sigamos el ejemplo de las mujeres que nos precedieron, porque lo que cambiemos hoy, será un beneficio para las que habiten este mundo mañana.