Inteligencia Natural y Artificial: entre organismo y mecanismo
José Jorge Chade dialoga con otros autores que han opinado en Memo en torno a la Inteligencia Artificial y desarrolla los conceptos.
Complementándome con los artículos precedentes míos y del colega Guillermo Caggiati (https://www.memo.com.ar/economia/ia-apocalipsis/ ) en Memo e investigando un poco para reflexionar sobre cuáles son realmente los cambios de la Inteligencia Artificial sobre la Inteligencia Natural, nos vamos dando cuenta que, si sabemos ver las cosas, la IA no es tan disturbada como pareciera o como quieren algunas fuentes hacernos creer.
La inteligencia artificial es tan antigua como la inteligencia natural, al menos tan antigua como la escritura, condenada por Platón en nombre de la memoria viva. Dar profundidad histórica a la inteligencia artificial es esencial no sólo para comprender el fenómeno que se está produciendo, sino sobre todo para entender el carácter y el valor de la inteligencia natural, que sigue siendo el verdadero motor de toda la transformación.
El giro tecnológico de la escritura
Permítanme tomar distancia. En tiempos de Platón (siglos V-IV a.C.), la escritura, que era de uso común pero especializado -era el coto de una casta de escribas, de personas cultas y formadas, y la lectura solía hacerse en comunidad y en voz alta-, empezó a enseñarse en las escuelas elementales del Ática. Esto generó mucha inquietud, sobre todo porque había quien sostenía que ya no era necesaria una educación «viva»: bastaba con aprender el alfabeto y disponer de libros, y el conocimiento estaba al alcance de la mano. Cuánto decir que no eran los «obreros» (que entonces no existían) los que se veían amenazados por este avance tecnológico, sino los «trabajadores de cuello blanco», o mejor dicho, en este caso, los chitones de los filósofos.
Platón presenta la situación a través de una fábula egipcia que Sócrates cuenta a Fedro[1]. El mito habla de Thot, un semidiós, que propone al faraón Thamus una serie de inventos, entre los que se encuentra la escritura, que Thot magnifica como un pharmakon, es decir, como un remedio, para la memoria, ya no agobiada por el peso de recordar, pues bastará con recurrir a notas externas para traer a la memoria todo lo que necesitamos. El Faraón está de acuerdo en que la escritura es un pharmakon, pero en el otro sentido que esta palabra tiene en griego: es un veneno. Convencidos de que lo guardan todo en escritos externos, los humanos dejarán de ejercitar la memoria viva, y el propio conocimiento se envenenará, porque se confiará a textos que, sin la ayuda de su autor, serán mudos o, peor aún, estarán expuestos a todo tipo de equívocos. (Aquí aparece ya la incertidumbre que hoy tenemos sobre la IA)
La hora de la escritura, así, se convierte en la hora del aficionado, del autodidacta; en cierto momento, Sócrates pregunta a Fedro si le curaría un médico que sólo se ha formado en los libros, lo que es más o menos como preguntar si conviene curarse consultando Internet.
Escritura e inteligencia artificial
Bien: ¿se trata de escritura o de inteligencia artificial? ¿No es esto precisamente lo que se achaca a ChatGPT? Y, a la inversa, ¿qué es ChatGPT sino un nuevo aparato que se añade a los muchos, todos basados en la escritura, que han caracterizado el desarrollo de la civilización humana? Dar profundidad histórica al fenómeno, no dejarnos seducir por la engañosa idea de que lo que se avecina es un unicum sin precedentes es, en mi opinión, un elemento esencial, no sólo para no caer víctimas de las muchas posibles leyendas que rodean a la Inteligencia Artificial, sino sobre todo para comprender el carácter y el valor de la inteligencia natural, que sigue siendo el verdadero motor de toda la transformación.
Hagámoslo precisamente partiendo de Platón, quien no sólo enuncia una paradoja -la condena de la escritura tiene lugar en la escritura, y si no hubiera escritura, no tendríamos memoria de ella-, sino que sostiene que la escritura externa no es sino la copia deficiente de la escritura interna, del logos, del razonamiento del alma que aprende. Esto nos dice, a través de la condena de la inteligencia artificial, algo muy importante sobre la inteligencia natural. Un punto de partida del que no debemos desviarnos para comprender un presente que parece futurista, imprevisible y de ciencia ficción, sino que nos remite a algo esencial, que es a la vez antiguo y actual.
La mente equipada
En efecto, al afirmar que nuestra alma se asemeja a un libro, que es como una mesa de escribir, Platón nos dice algo importante sobre nuestra mente, que está «equipada», es decir, compuesta en gran medida de inteligencia artificial, es decir, procedente del exterior, de dichos, prácticas y habilidades que se aprenden y no poseen nada innato o interno. Básicamente, en la concepción de Platón, nuestra mente está suspendida entre dos exteriores, el del mundo de las ideas, al que recurrimos a través del conocimiento, y el mundo de las infinitas partes de la experiencia, que constituyen la vida de nuestra mente y que, de nuevo, son como escrituras que se depositan en el alma: un «natural» que tiene mucho que ver con lo artificial, y un «interior» que procede del exterior.
Es importante señalar que aquí es el artificio el que revela la naturaleza: se toma una herramienta, el tablero de escritura, en este caso, y se utiliza la analogía para explicar el funcionamiento del pensamiento. En otras palabras, es la técnica la que se manifiesta como revelación de lo natural, y no al revés. Esta consideración echa por tierra las sugestivas suposiciones[2] de que las prótesis técnicas derivan de órganos corporales: la cámara oscura del ojo, la pinza de la mandíbula, etc. Porque, sin duda, se pueden encontrar analogías entre los aparatos técnicos y los órganos corporales, pero ello no significa que estos últimos hayan surgido para una función específica, como las herramientas. En otras palabras, es la cámara oscura la que nos permite la comparación retrospectiva con el ojo, y es la pinza la que nos permite la comparación con la mandíbula. Porque las herramientas nacen con una finalidad externa explícita, lo que permite proyectar una especie de finalidad externa sobre los organismos y sus componentes, que, a la inversa, sólo tienen una finalidad interna.
En definitiva, cuando se trata de un organismo, humano o no humano, se trata de evitar la tentación del finalismo, de pensar que el organismo y sus partes están destinados a una función externa, como ocurre con los mecanismos. Definir la mente como una «máquina de conocimiento»[3], en otras palabras, es pasar por alto la circunstancia de que no fue «hecha» para conocer, y que el conocimiento es el resultado secundario de un desarrollo orgánico que, como tal, no estaba en modo alguno «destinado» al conocimiento. La mente no está hecha para conocer como la nariz no está hecha para sostener los lentes; simplemente, un organismo se desarrolla en una dirección bajo el efecto de un contexto social y técnico, y el resultado, en forma de vida humana, es la mente con su capacidad cognitiva. (https://www.memo.com.ar/opinion/ia-que-pasa-con-nuestras-capacidades-cognitivas/ )
La mente, por lo tanto, no puede definirse como una herramienta, sino que el cuerpo humano (y la mente como parte de él) resulta estar específicamente destinado al uso y desarrollo de herramientas, que están hechas para servir a fines externos que se corresponden con las necesidades del organismo humano, el cual, además, no tiene ningún otro fin fuera de sí mismo.
La mente encarnada
Hay otro punto, que probablemente importaba menos a Platón, a saber, el hecho de que, a diferencia de la memoria escrita en los libros, la memoria depositada en las almas está encarnada, es decir, inserta en un cuerpo, o más bien forma parte de él.( La cognición encarnada es un movimiento de pensamiento que se ha desarrollado en oposición al cognitivismo tradicional. Ella cree que la mente no debe ser concebida como una computadora, sino que debe ser entendida en el contexto del cuerpo y su interacción con el entorno). Ahora bien, es precisamente este aspecto el que constituye la verdadera diferencia entre la inteligencia artificial y la natural. En el marco de su descalificación general de lo sensible y lo individual, esto era, para Platón, una limitación, pero para nosotros constituye la razón por la que la inteligencia artificial nunca superará a la inteligencia natural, no en el sentido de que la primera no pueda ser infinitamente más poderosa que la segunda, sino en el sentido de que sólo la inteligencia natural, en la medida en que está dotada de un cuerpo -que Platón consideraba la tumba del alma- puede realmente tener alma, es decir, poseer intenciones, direcciones, temores, expectativas, voluntades y sentimientos. Lo que, en otras palabras, nos hace interrogar a ChatGPT y no al revés.
La diferencia entre el organismo y el mecanismo es aquí resolutivo, dirimente. Mientras que el mecanismo está diseñado para realizar movimientos en serie, como la sucesión de encendido y apagado de una bombilla, el organismo sólo tiene una fase, que comienza con el nacimiento y tiene su conclusión insuperable en la muerte. Este marco explica por qué un organismo puede tener pulsiones, necesidades y miedos que están completamente ausentes en el mecanismo. En efecto, el organismo, a diferencia del mecanismo, está inmerso en un ciclo vital, es decir, en un único movimiento lineal que va del nacimiento a la muerte. En ese ciclo surgen sentimientos como la ansiedad, la necesidad, el aburrimiento y, a medida que aumenta la sofisticación, el amor romántico o el sentimiento de distinción social.
En otras palabras, en el caso del organismo, al contrario que en el del mecanismo, se abre una dialéctica entre naturaleza y segunda naturaleza. Los mecanismos sólo tienen una naturaleza, el fin para el que fueron creados. Los organismos, en cambio, poseen una primera naturaleza, que no tiene otra finalidad que ella misma -se vive porque se vive, no hay otras razones-, que, sin embargo, en el caso del organismo humano, se enfrenta a una segunda naturaleza, el mundo tecno social, que puede conferir al organismo humano finalidades y propósitos externos.
Tres lecciones
¿Qué nos enseña esta historia greco-egipcia? Esencialmente tres cosas.
En primer lugar, que la inteligencia artificial es tan antigua como la inteligencia natural y comparte su historia y sus dificultades: desde que los humanos son humanos, siempre han inventado máquinas, más sofisticadas de vez en cuando, pero que es al menos desde la invención de la escritura cuando tenemos una inteligencia artificial y negociamos con ella. En esta negociación, mirar al pasado es la mejor manera de planificar el futuro.
En segundo lugar, la fábula de Platón nos sugiere que la especificidad de la inteligencia natural, no sólo humana sino de todo ser vivo, consiste en estar situada en un cuerpo, y es esto lo que define la diferencia esencial entre lo natural y lo artificial en la inteligencia. Por ejemplo, la distopía (Distopía o cacotopía son términos antónimos de eutopía, significando una «utopía negativa», donde la realidad transcurre en términos antitéticos a los de una sociedad ideal, representando una sociedad hipotética indeseable.) de una inteligencia artificial que se hace con el poder impulsada por una ciega voluntad de poder es inverosímil porque las máquinas no poseen voluntad, ni miedos, ni deseos, ni mucho menos ansias de poder, características todas ellas de los organismos, desde los más simples hasta los más sofisticados.
En tercer lugar, que la mente humana, al estar situada en un organismo capaz de utilizar sistemáticamente aparatos técnicos, es una mente equipada, es decir, abierta a modos de uso que, como tales, están vedados a la inteligencia artificial, que es una herramienta en sí misma, mientras que la mente humana es capaz de utilizar herramientas. Son estas extensiones de la mente y el cuerpo humanos las que marcan la diferencia entre los animales no humanos y el animal humano, que no es por casualidad el único que ha inventado lo que, con un nombre que ha indicado cosas muy distintas a lo largo del tiempo, llamamos «inteligencia artificial».
Fuentes
[1] Platón, Fedro, en Platón, Opere, ed. de G. Cambiano, Utet, Turín 2000.
[2] Florensky, P., La proyección de los órganos (1919-1922), en Id., Estratificaciones. Scritti sull'arte e la tecnica, ed. por N. Misler, tr. it. por V. Parisi, Diabasis, Parma 2008.
[3] Clark, A., La máquina de la experiencia. Nueva York, Pantheon Books 2023.
Apuntes de Maurizio Ferraris (Turín, 7 de febrero de 1956) Filósofo y académico italiano.