¿Volver a la derecha o la izquierda? Un análisis sobre la polarización y la "guerra cultural" del género
Emiliana Lilloy profundiza en una discusión latente en torno a la cuestión de género.
Hace unas décadas, era común afirmar que las distinciones políticas entre derecha e izquierda estaban desfasadas. Hoy, sin embargo, vemos cómo estas categorías resurgen con fuerza, como si fueran grandes bolsas en las que cabe un sinfín de ideas diversas, muchas veces inconexas entre sí. La polarización en torno a estos términos lleva a que temas complejos -como la subrogación de vientres, los derechos humanos, el aborto, el comercio y la "familia tradicional"- se agrupen bajo etiquetas ideológicas que requieren a las personas alinearse sin matices, ya sea a favor o en contra. Pero ¿realmente esta dicotomía de "derecha" e "izquierda" refleja la diversidad de ideas o solo simplifica y acentúa la confrontación?
Uno de los aspectos que surgen en este contexto polarizado es la crítica al concepto de género. Hace poco, en un encuentro de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina (AMJA), durante un intervalo entre las disertaciones una persona allí presente expresó: "Estoy en contra del género". Esta frase nos invita a reflexionar: ¿Es el género algo de lo que se puede estar a favor o en contra? ¿O es, más bien, una realidad humana tan fundamental como la propia existencia del sol?
El género no es una ideología ni una postura política. En términos simples, es la manera en que históricamente hemos educado y socializado a varones y mujeres para que asuman distintos roles y tareas en la vida. La identidad de género, en esta línea, no es más que la forma en que cada persona se identifica con estos roles o se siente distanciada de ellos. Si lo pensamos bien, el género no es algo sobre cuya existencia podamos estar a favor o en contra, sino que "es algo" que surge de la organización social en torno a la producción y la subsistencia humana. La crítica a "lo binario" (al binarismo), entonces, no niega la existencia biológica de macho y hembra, o la diferencia física entre los sexos. Más bien, cuestiona que las expectativas sociales nos obliguen a asumir ciertas actitudes y tareas solo por nuestro sexo, privándonos de otras.
Es paradójico, además, observar cómo en este contexto polarizado las propias ideas se vuelven contradictorias. Desde las filas conservadoras o de derecha, se reivindica la libertad individual como un valor supremo, hasta el punto de rechazar la intervención estatal en el mercado o en los derechos personales. Sin embargo, esa misma postura liberal se convierte en conservadora cuando se trata de legislar sobre el cuerpo de las mujeres. La libertad individual, que debería permitir la decisión sobre el propio cuerpo, se transforma en paternalismo cuando se busca regular prácticas como el aborto o la gestación por sustitución.
En el caso de la gestación por sustitución, la contradicción se hace muy evidente: quienes defienden la libertad absoluta del individuo para tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida, se ven divididos cuando esta libertad se aplica a las mujeres en situación de vulnerabilidad económica. Muchos de los mismos defensores de la libertad de mercado y el liberalismo se oponen a que las mujeres puedan decidir libremente gestar a una persona para que otra sea su madre o padre. Así, se alega que permitir la gestación subrogada podría derivar en la explotación de mujeres pobres, quienes -según esta postura- no tendrían plena capacidad de elección al estar condicionadas por su necesidad económica. De este modo, la autonomía de estas mujeres queda subordinada a una lógica paternalista que interviene en nombre de su "protección".
Lo irónico es que quienes, desde una perspectiva progresista, sostienen un enfoque de derechos humanos y de igualdad de condiciones, muchas veces llegan a la misma conclusión: sin una regulación que equilibre el acceso y el poder económico, la gestación por sustitución podría profundizar la explotación y la desigualdad de género, convirtiendo a las mujeres menos favorecidas en instrumentos al servicio de aquellos con mayor poder adquisitivo. Así, tanto desde la derecha como desde la izquierda, surge una preocupación compartida por las posibles desigualdades y abusos, pero llegan hasta ahí por caminos distintos.
Estas coincidencias nos muestran que no existe una dicotomía clara ni bolsas ideológicas herméticas. Los desafíos de temas tan complejos como la gestación subrogada nos exigen un análisis más crítico y menos polarizado, y nos dan un ejemplo claro de que debemos evitar caer en fanatismos y abordar cada asunto social con la complejidad que realmente merece. No se trata de derecha o izquierda, sino de encontrar enfoques éticos y justos que resguarden la dignidad y los derechos de todas las personas. Las contradicciones dentro de cada postura también reflejan que, al final, necesitamos una perspectiva más abierta y menos dogmática para comprender y legislar sobre estos temas y tantos otros. Solo así podremos enfrentar las necesidades de nuestra comunidad sin que los prejuicios o los sesgos ideológicos se interpongan y terminen restringiendo derechos innecesariamente.