El imbécil en la escena de control social

Un artículo oportuno de Isabel Bohorquez, doctora en Ciencias de la Educación, exdirectora de Políticas Educativas del Ministerio de Educación de la provincia de Córdoba, exrectora de la Universidad de Córdoba, actualmente asesora del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Córdoba.

Isabel Bohorquez

El imbécil: ese personaje infaltable 


En cada suceso de la vida social siempre -porque además abundan- aparece alguien que actúa como un imbécil . ¿Por qué?

Yo creo que son el exponente de la concreción de nuestra larga lista de permitidos. ¿Quién no cruzó alguna vez un semáforo en rojo? Ejemplos que llenarían páginas enteras nos recuerdan que todos somos un poco imbéciles en alguna ocasión. En esto no hay barrera social ni cultural, ni económica. Cuántas celebridades políticas, artísticas, etc., etc. nos dan testimonio de ello.

Lo más duro es aceptar que somos nosotros los imbéciles, que los fabricamos, los permitimos, los amparamos, incluso, los idolatramos.

Somos nosotros mismos representados en una persona que asume su derecho de cantaculismo (me tomo el permiso de expresarlo así) y que no puede comprender que algo o alguien por fuera de esa atribución le impida ejercer su voluntad.

Y en ese sentido, cambiar esa condición tan dañina, dependerá de nuestra capacidad de hacernos responsables siempre -no sólo ahora en medio de la pandemia donde el miedo nos corre por la espalda- de nuestras acciones frente a la contaminación, la basura, la inseguridad, la violencia, el hambre, etc., etc.

Hoy necesitamos sin más, darnos cuenta del valor inmenso de la palabra responsabilidad ya que el ejercicio de la libertad y de los derechos puede ser un juego entre la vida y la muerte, donde casi siempre pierde el más débil.

Actuar como un imbécil llega a alcanzar la dimensión de un crimen, un abuso, una injusticia.

El control social temido/objetado/deseado/reclamado es necesario

El orden generador de la norma y por ende de la disciplina y el control social para que se materialice, no surge indefectiblemente de un plan cruel y maquiavélico de ejercer el dominio.

En su condición positiva y legítima, el orden surge de una necesidad común, al que nos prestamos voluntariamente porque lo que está en juego es un bien mucho mayor que el de un interés individual, aunque también lo incluye.

El orden social, bien concebido, no atenta -o no debe atentar- contra la libertad de las personas ni excluye a nadie.

Todo lo contrario, es la condición más igualitaria: si generamos acciones comunes por el bien de todos, les aseguramos esa misma dignidad justamente a todos. Ya no se arbitran decisiones en base a ricos y pobres o débiles y fuertes, o varones y mujeres o ancianos, jóvenes o niños, etc. etc. Esa totalidad, multifacética, compleja, dinámica y diversa, se vuelve UNA y allí lo de todos nos importa a todos, nos duele a todos, nos desvela a todos, nos conmueve a todos.

Con esto quiero afirmar que el orden humaniza y el control social asegura su realización, máxime en las sociedades donde el acérrimo individualismo consumista e indiferente ha fomentado solamente el propio bienestar.

La disciplina carece de significado si no expresa un valor. Y aquí conviene revisar nuestros temores y nuestras sospechas respecto a lo que implica que un gobierno asuma la responsabilidad del control social.

Gobernar es una responsabilidad con mayúsculas

La democracia con control social es posible y es necesaria. Será nuestro compromiso intervenir colectivamente para que los procesos democráticos funcionen y sean ejercidos legítimamente. Sin demagogia, sin liviandad, sin indiferencia de parte de todos.

Esta pandemia que ha provocado el caos mundial, nos exige regular nuestras conductas en base a un bien común, recordándonos que nada de lo que pasa por fuera de mí me es ajeno.

La responsabilidad juega un rol fundamental. Y ya no es la responsabilidad individual solamente. Es la del conjunto. Es la de los gobiernos. Es en alianza.

Es éste, el momento crucial en que los gobiernos deben ejercer un rol que nos resulta tan temido y tan inquietante. Algo deberemos aprender sobre ello. Una nueva experiencia social y política podrá surgir a partir de este presente tan amenazante.

¿Cómo aprenderemos a confiar en el control social que tanto hemos depreciado en estos últimos años, hoy, que nos cuidan tanto médicos y enfermeras como policías y militares? Quizá a partir de ahora surjan nuevos modelos y representaciones sociales y un médico y una enfermera sean más reconocido y un policía o un militar sea menos temido. El aprendizaje deberá alcanzarnos a todos. El respeto y la tolerancia también deberá llenar todos los casilleros. Recuperar la palabra obediencia como un acto de acatamiento a las normas que nos salvan la vida. La propia y la de otros.

La educación será una prioridad real y material. Los maestros también salvan vidas. En las escuelas se enseña -o debe enseñarse- el valor de vivir y convivir.

Esos aprendizajes nos vuelven personas capaces de alteridad. O sea, de preocupación por el otro, de cuidado del otro, de ponerme en el lugar del otro.



¿El día después después del coronavirus?

Depende de nosotros


Somos humanos, somos ecológicos y somos comunitarios por opción. No es una condición garantizada, son las circunstancias históricas y cómo las afrontamos, lo que nos enfrenta a nuestra definición acerca del destino que elegimos.

Hoy tenemos recursos, ciencia y tecnología que nos posibilitan generar redes solidarias mundiales, podemos hacer mejor las cosas y debemos hacerlas urgentemente. Aunque ello requiere un control social que ponga en debate nuestras prioridades y salga a responder por todos.

Me parece imprescindible que esta experiencia nos deje muy en claro que el orden, la regulación a través de las instituciones y los gobiernos ejerciendo sin pruritos y con honestidad su responsabilidad de velar por el bien de todos, es una práctica que debe profundizarse y continuar.

Hoy uno de mis dos hijos que viven en Italia, me dijo, cuando pase la cuarentena todo va a seguir igual.

Yo le respondí: veremos qué pasa.

Me gusta la idea de un planeta más habitable, más limpio, menos ruidoso.

Lo anhelo habitado por nosotros sin que seamos indefectiblemente el virus aterrador para el resto de las especies.

Me gusta la idea de un planeta tan solidario y justo, que todos sus habitantes puedan convivir en paz. Y que puedan ordenarse en base a un bien común.

¿Hará falta control social? Seguramente. Dependerá de nosotros en que nos convertimos. Quiero ser una persona libre, de un modo amoroso y ético. Con la menor dosis de imbecilidad posible.

Y que eso sean principios suficientes para gran parte de mis acciones. Si mi accionar no sirve al mundo entero, algo estoy haciendo mal.

Esa magnifica noción de alteridad es la causa abarcadora del resto de las luchas.

Tuvimos que enfermarnos todos al mismo tiempo para tomar conciencia de que somos UNO.

Esta nota habla de: