Cómplices y culpables: las mujeres

"El poder no sólo reprime, también incita, seduce, induce, facilita o dificulta, amplía o limita, hace más o menos posible una acción, constriñe o prohíbe, pero siempre es una manera de actuar sobre la acción de otros sujetos".

Emiliana Lilloy

Cuenta la historia que un hombre consagrado a Dios se enamoró de Dalila. Sansón que era perseguido por los Filisteos era un hombre muy fuerte y poderoso. Juez en su pueblo y muy admirado y amado por todos. El secreto de su poder y su fuerza radicaba en sus cabellos largos. Dalila, en connivencia con los Filisteos aprovechándose del amor que Sansón sentía por ella utiliza la ternura y a la seducción para convencerle de que le confiese su secreto. Por la noche, cuando él duerme, le corta su cabello. Con ese acto de traición, le extirpa su poder y lo entrega a sus enemigos.

Este relato que muchas de nosotras escuchamos de pequeñas, es muy triste pero sobre todo impresionante de escuchar en la niñez por la injusticia que implica. Ninguna de nosotras quería que le cortaran el cabello a Sansón y menos que perdiera su poder. Era un hombre bueno que amaba a Dalila. Esperábamos que en algún momento de la historia Dalila se sincerara con él y le confesara que estaba siendo obligada a entregarlo a los Filisteos. Pero no, como en tantos otros relatos, mitos y leyendas, la mujer es traicionera, engatusadora, peligrosa, y siempre está mandada o manejada por otros. Es de carácter frágil, poco confiable y para colmo de males, con armas de seducción que no hay que dejarle usar (la ternura por ejemplo) porque pueden debilitar a los hombres y hacerle perder su poder frente a ellas y a los otros varones.

Es un rasgo común de los patriarcados modernos que en su literatura, símbolos o mitos, atribuyan significados negativos a las mujeres, o por el contrario, la ubiquen en el polo opuesto con características angélicas, abnegadas, sumisas, mostrando así, qué es ser una buena o mala mujer. Estos cuentos y relatos que parecen inocentes, nos afectan de pequeñas porque los interiorizamos como verdaderos y construyen todo nuestro imaginario.

La trampa consiste en poner a la mujer en un lugar tan encumbrado y noble como el de una santa, virgen, pura, el ángel del hogar, "la buena", para luego culpabilizarla de todo cuanto haga que se aleje de ese rol. Además, esto se refuerza con la advertencia de peligro hacia los varones, que ven en cualquier alejamiento de ese ideal una amenaza a su poder. Por otro lado, es tan culpable si cumple el ideal como si no lo hace.

Cómplices y culpables: las mujeres

Todas estas influencias se ven en nuestra cotidianeidad en frases como "lo que pasa es que una mujer como vos intimida a los hombres", "El machismo es culpa de las madres que son las que educan a sus hijos/as, "las mujeres son más machistas que los varones, son las peores"

Esta construcción macabra nos tiene como un perro que se muerde la cola. En el primer caso, es decir, si nos salimos del rol social asignado, sabemos que no seremos totalmente aceptadas, "que nos vamos a quedar solas", que no obtendremos los beneficios que una feminidad sumisa puede otorgarnos en el mundo en donde son los varones los que ostentan el poder, y que pueden compartirnos aunque más no sea una pequeña porción. Así, tanto el mensaje de no salir de la norma como la advertencia de peligro hacia los varones, actúa en nosotras como un mecanismo de control social.

El segundo caso, el de ser culpabilizadas hagamos lo que hagamos, es aún más kafkiano. Porque implica culpabilizarnos de nuestra propia opresión. Se nos educa enseñándonos a idealizar todo lo que llamamos masculino, inferiorizando o dando menos valor a lo que llamamos femenino, se nos enseña a comportarnos de manera diferenciada y a responder a los mandatos impuestos por los mitos y relatos que nos estigmatizan y condenan a relaciones de desigualdad, y finalmente se nos encarga la crianza y transmisión de este mensaje a nuestras/os propias/os hijas/os. Luego, se nos culpa por hacerlo. Se nos culpa diciendo que somos más machistas o peores que los varones, por transmitir y reproducir esas normas y esa crianza que nos pone en desventaja y que sabemos que si no lo hacemos "les causaremos un daño a nuestras/os hijas/os" porque no se adaptarán a la sociedad y a los establecido.

Es que conquistados los derechos civiles y políticos, lo que nos queda conquistar son nuestras creencias. Nuestras mentes colonizadas a través de constantes mensajes que recibimos diariamente en donde se nos enseña qué significa ser varón y qué significa ser mujer, reproduciendo un mundo lleno de desigualdades en la asignación de las tareas del hogar, de cuidado y en la ocupación de los cargos y roles de poder. Es la colonización simbólica que aún subsiste en nosotras y que se mantiene por obra de los medios de comunicación, el lenguaje, los mensajes de la cultura que todo el tiempo nos dice qué roles que debemos cumplir por ser varones o mujeres y por lo tanto nos dice qué nos merecemos en nuestra vida. Tan naturalizado que hasta las mujeres los defendemos con uñas y dientes (y no a las piñas) porque sentimos que cumplir esos mandatos nos define. Ejemplos simples y cercanos como el hecho de depilarnos nos dan una idea fuerte de lo que hemos interiorizado y que no tienen ninguna razón de ser.

Esta colonia que ya lleva más de 5000 años no es fácil de erradicar. Independizarnos de esta matriz de pensamiento para desarmar un mundo lleno de símbolos en donde el poder es de los varones y eso es lo natural o lo que corresponde y en el que las mujeres estamos aquí para compañía pasiva, al servicio de ellos so pena de ser rechazadas o tratadas como peligrosas no se logra de un día a otro. Pero como toda revolución, o descolonización, lo primero es reconocer que existe la conquista, unirse al resto de las colonizadas y quitar valor, poder y reconocimiento al colonizador.

Otro comentario merecen las cómplices, las que habiéndose dado cuenta de todo esto, siguen siendo funcionales y sumisas al poder y al patriarcado. Otro comentario merecen y también compasión, porque tener que vivir a conciencia en un mundo en donde las normas son masculinas y los varones detentan el poder no es fácil. Tener que amar y compartir el viaje de la vida con quien sabemos que posee los privilegios tampoco lo es.

Dicho de otro modo y en palabras de García Canal: "Nadie escapa a las relaciones de poder, y éstas no son únicamente violentas ni tampoco requieren consenso. El poder no sólo reprime, también incita, seduce, induce, facilita o dificulta, amplía o limita, hace más o menos posible una acción, constriñe o prohíbe, pero siempre es una manera de actuar sobre la acción de otros sujetos. En la relación hombre/mujer, es el hombre quién ejerce el poder en su condición de género masculino como dominante dentro de una concepción del mundo en torno a los valores de la masculinidad"

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