Jaque mate a la clase política: reseña de un hartazgo
Isabel Bohorquez trata al cierre de listas y los sucesos de los últimos días como un "reality show". "¿Y la gente? Se las arregla como puede. Sobrevive, se adapta, busca soluciones o paga los costos, a veces con su propia vida", reflexiona en esta nota..
El reality show electoral por estos días lejos de generar condiciones de certidumbre social, intranquiliza e inspira repudio.
¿Hasta cuándo los políticos en todos los sectores y agrupaciones repetirán su lógica funcional y su manera de interpretar las reglas del juego?
Sin darse cuenta que a la mayoría no les importan los planes de Massa, sus aparentes negociaciones con Alberto y Cristina, las aspiraciones de Wado o Grabois, los entredichos internos de Juntos por el cambio, los vaivenes de algunos radicales o peronistas, las promesas hechas y vueltas a incumplir tantas veces y las injustificables ganas de muchos de seguirse eternizando a cualquier costo.
Algo palpita en el aire y no es solamente el miedo a la inflación que en definitiva hace menos daño que todo nuestro caudal de estupidez para hacerle frente a una crisis que nos encuentra sin recursos humanos (el más preciado de todos) por sobre otros necesarios.
Hemos tropezado con incongruencias de todo tipo implementadas en nombre de nuestro bienestar.
No cabe menos que preguntarse, ¿la gente que es responsable de la gestión y la conducción de nuestro país y de nuestras provincias, ciudades y comunas, luego tiene oportunidad de testear su efectividad y sus reales alcances en la vida de las personas? Parece que no.
Vamos a los tumbos y reaccionando frente a nuestra propias dificultades.
Seguimos cometiendo torpezas y retrocesos. Alimentando el miedo y la confusión.
Y mientras tanto...se nos derrumba la confianza en que la clase política- tal como se estructuró y desarrolló en los dos últimos siglos- pueda tener capacidad de respuesta.
Han mostrado su inutilidad y su deshonestidad.
Los desafíos que tenemos en este momento histórico son los mismos que venimos arrastrando hace décadas y la agenda que cualquier territorio planetario tiene en prioridades tales como el medio ambiente, la contaminación, la seguridad, la tolerancia, la paz, la educación, la salud, el trabajo, la producción sustentable, la vivienda, etc., etc.
Estos desafíos son globales y son de todos. No tienen ni deberían tener banderas sectoriales.
Es la humanidad que debe decidir que camino tomar como tal.
Como sociedad hemos constatado la impericia y la indecencia en muchos de los que deberían representarnos en todos los ámbitos de la vida social. Y nuestra propia y dolorosa indecencia al ser partícipes silenciosos y pasivos de nuestro propio derrumbe.
Ya basta de tanto círculo vicioso de poder siempre destinado a una tarea que se retroalimenta: sostenerse a cualquier costo.
¿Y la gente? Se las arregla como puede. Sobrevive, se adapta, busca soluciones o paga los costos, a veces con su propia vida.
Pero algo ha cambiado.
Un ánimo social que evita la politización y no admite dueños de protestas, se expresa y manifiesta su disgusto frente a una clase política que no considera ni honrada ni asertiva en su desempeño.
Hasta los gremios han caído en desgracia y empieza a verse el repudio de la gente por no sentirse representada. El termino autoconvocados comienza a surgir...
Hay un movimiento social, sin bordes ni contornos definidos, que cobija sectores muy diversos y que funciona como una oleada espontánea, afirmándose en todas partes.
Entender esta marea como una respuesta de un sector de la oposición a cualquier gobierno o como una reacción conservadora e intolerante a la vida democrática o como una actitud de mala fe, de gente que no es de bien o incluso que desprecia la vida... es por lo menos padecer de una ceguera mental y emocional peligrosamente necia.
Y no se trata de estar a favor de un gobierno, de un partido, de una alianza política o de otra. En definitiva, todos han mostrado sus limitaciones.
Lo que está pasando debe abrir los ojos y oídos de toda la clase política. Los que actualmente gobiernan y los que esperan su turno.
Nadie tiene el voto comprado aunque muchos vendan hasta el alma para conseguirlos.
La gente común está reclamando, sin un horizonte delineado, sin liderazgos, sin pertenencias partidarias incondicionales, que sin confianza no hay consenso ni paz social.
No son las medidas económicas, ni los subsidios paliativos, ni las posiciones divididas y de división intencionada de la trama social lo que va a asegurar que una figura política tenga adhesión.
Se espera -y entiendo que cada vez más será así- probada integridad ética, coherencia, decencia, austeridad, humildad, capacidad amorosa y sensible frente a los problemas de la gente. ¡Y resultados!
Ojalá no sea tarde para nosotros como país. Ojalá empecemos a transformar nuestra propia conducta ciudadana y a exigir lo mismo que damos. Ojalá aprendamos.
El mundo necesita más corazones generosos y mentes brillantes que reyezuelos de opereta. Y lo está reclamando.
¿Escucharán?