Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro
El doctor Eduardo Da Viá ha escrito su primer libro y, en lo sucesivo, Memo informará sobre cómo conseguirlo y de qué trata. Pero aquí, nos regala su intimidad en torno al desafío concretado. lo comparte con sus lectores.
A propósito de haber escrito mi primer libro, y de haber cumplido también con los dos primeros términos de la sentencia, se me ocurrió escribir sobre el tema, pero como siempre procedo, comencé por buscar bibliografía al respecto.
Así fue como encontré una excelente referencia escrita por Ignacio Mantilla Prada, profesor de matemáticas y rector de la Universidad de Colombia, y sin dudas filósofo también por otras publicaciones que así lo indican, quien sostiene "que no existe hoy una frase más conocida, a nivel mundial, inspiradora de metas, como la contenida en el dicho que hemos oído desde niños, según el cual ?en la vida hay que hacer tres cosas: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro'. Se ha difundido tanto este mensaje, que tiene varios matices; en algunos casos se repite diciendo que antes de morir hay que hacer esas tres cosas; también se transmite afirmando que la vida termina cuando has hecho esas tres cosas"
El origen del dicho sobre las tres cosas que hay que hacer en la vida parece ser una la adaptación de un relato profético de Mujámmad, Mensajero del Islam; aun cuando hay quienes afirman que fue el político y pensador cubano José Martí quien pronunció esa frase por primera vez.
Pues bien, según mi parecer las tres premisas tienen un común denominador, y es que a pesar de estar concluidas, cuando lo están, en cuyo caso se podría muy bien agregar el verbo haber en infinitivo para enfatizar que son tarea cumplida, las tres implican a mi juicio un compromiso tácito con el futuro.
En el caso del hijo, no hay dudas que la responsabilidad de su futuro es una tarea que dura toda la vida, no solo no basta con tenerlo, sino que hay que criarlo y protegerlo al inicio de su vida.
Apoyarlo y escucharlo incentivando el diálogo en la edad adolescente que es la de las dudas, por cuanto el joven comienza a descubrir el resto del mundo, que hasta ahora fue fundamentalmente su hogar, con la paz y la seguridad que uno bien constituido brinda a todos los integrantes y sin tener todavía idea clara de la enorme tarea materna y paterna que ese bienestar exige.
El mundo exterior cambia la hermosa situación de ser el más valioso, por ser un número, incluso perfectamente determinado y que es el que figura en el famoso DNI. Con el tiempo irá la sociedad adjudicándole otros números, cuya sumatoria lo harán desaparecer como persona y ninguno de los cientos de seres que lo rodean a diario, especialmente en la calle, le prestará la más mínima atención, lo transformará en un ente indistinguible de la muchedumbre. Para adquirir nuevamente personalidad reconocida, deberá apartarse de las normas tácitas con las que se mueve la mencionada sociedad, y para ello hay solo dos caminos: la transgresión o la exaltación.
La transgresión implica a su vez dos riesgos, la punición o la exclusión, todo depende de la variante criminal que elija o en la que caiga.
En tanto la exaltación es el destacarse por logros que directa o indirectamente recaen en beneficio de esa sociedad juzgadora; tal como podría ser el llegar a ser un científico destacado o un eximio educador o simplemente un futbolista afortunado; pero cualquiera de ellas implican tener éxito.
Incluso, si uno lo profundiza un poco, un criminal también, tiene que alcanzar el éxito en su delinquir para adquirir notoriedad.
Pues bien, en cualquiera de estas circunstancias, el rol de los padres juega un papel decisivo, vale decir que no basta con tener un hijo sino brindarle el apoyo necesario para que opte por actitudes, que sin llegar a la cúspide, por lo menos no dañen a sus congéneres.
Plantar un árbol, cuyo significado puede ser desde el compromiso con el medio ambiente hasta destacar el sentido de posesión de una parte del planeta tierra donde el vegetal ejemplar hunde sus raíces, pero siempre implica cuidados para que se yergue sano y esbelto, que brinde sombra y si es posible frutos, y además que se reproduzca. También es tarea de por vida de los respectivos responsables de su implantación.
Escribir un libro es una tarea ímproba, muy distinta de las anteriores, por cuanto tanto el hijo como el árbol, habrán de crecer por su cuenta, teniendo por cierto el adecuado suministro alimentario y adquirirán la forma, la altura, el color etc. ya previsto en su genoma.
En cambio el libro debemos edificarlo letra por letra, sílaba por sílaba, palabra por palabra y siempre con una idea mediante, sobre todo respecto del final.
Sin embargo, muchas veces sucede que la idea cambia en mitad del océano, o simplemente naufraga y se hunde ora para siempre ora temporariamente. Hay escritores que trabajaron decenas de años para dar por concluida su tarea satisfactoriamente; James Joyce tardó doce en escribir su obra cúlmine "Ulises".
Pero además, el libro tiene casi siempre un destino: el público lector, que consciente o inconscientemente habrá de juzgarlo y de interpretarlo según sus preferencias y sus personalidades, y, sin quererlo, habrá de modificarlo. Y así, nuestra muy elaborada obra tendrá tantos facsímiles como personas lo lean. Pero independientemente del juicio de la gente, el escritor, además de las dotes necesarias para serlo, debe gozar de la condición de ser honesto, debe escribir lo que piensa y lo que siente, aun cuando pueda herir susceptibilidades sin premeditación alguna, o bien que revele facetas desconocidas por la sociedad incluso su propia familia, de su más absoluta intimidad.
Yo sostengo que cuando nos atrevemos a escribir, debemos saber que hemos de desnudarnos frente a los destinatarios, mostrarnos tal cual somos si es que nos mueve el porque y no el para, vale decir escribimos porque nos surge la necesidad de hacerlo y no para agradar y tener éxito, si bien ambas consecuencias todos anhelamos, pero no deben constituirse en el leitmotiv de nuestra tarea.
Al escritor, como al artista plástico, le surgen motivaciones donde la mayoría de las personas no advierte nada atractivo, y cuando la motivación lo cautivó no tiene más remedio que ponerse a escribir, a pintar, a cantar o a esculpir, simplemente porque así lo siente y con tal intensidad que no puede resistirse.
Por otra parte, tanto el escritor como el artista, son observadores natos de la realidad a la que sondean hasta lo más profundo descubriendo secretos no perceptibles desde la superficie habitual, ejemplo paradigmático es la famosa pintura de Claude Monet "Impresión Sol Naciente". Sólo él captó la especial iluminación del momento y surgió la obra, magnífica y que diera lugar al famoso impresionismo. Lo cierto es que cuando la vivenció, no pudo menos que ponerse a pintarla.
En resumen, según mi parecer, el tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, no son logros premeditados, son compromisos con uno mismo surgidos de nuestra particular valoración de qué es lo importante en la vida y qué no, e insisto, el haber alcanzado esas metas no significa que podemos descansar tranquilos, todo lo contrario, debemos aquilatarlas y cuidarlas por el resto de nuestras vidas.