No importa cuándo lean esto: Aníbal, "mariscal de la derrota"

Aníbal Fernández una y otra vez logra que el peronismo pierda. Lo hace verbalizando lo probablemente que realmente piensa o quiera que suceda. La gravedad de sus afirmaciones ya les ha costado el poder en otras oportunidades. Pero la sociedad lo viene perdonando. ¿Qué hay detrás?

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Se desconoce tanto el origen como los propósitos ocultos, si los hubiera, y méritos, si se los encuentra, de la sensualidad política de Aníbal Fernández que lo coloca siempre, en lugares de altísimo poder a pesar de los efectos que termina produciendo.

En términos simples: no se destacó por los resultados en beneficio del país en cada cargo que ocupó, aunque sí sirvió como elemento distractor debido a su estilo picante y la capacidad para la catalización total de la picardía criolla.

Detrás de las cortinas de humo de actuación pasó de todo, lo que ya se ha ventilado y lo que posiblemente todavía no descubramos, durante los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y el actual del triunvirato compuesto por Alberto Fernández, CFK y Sergio Massa.

Sus "anibaladas" han ido desde lo gracioso a lo burdo, desde lo simplemente inaceptable a lo dramático, como su última intervención pública, cuando profetizó "calles con muertos y sangre" si gana alguien que él no haya bendecido en su rosario peronista.

Lo que el peronismo le perdona, todavía, es una condición que en los primeros años de esta democracia que ya renguea y padece de demencia senil en sus tempranos 40 años de vida: es el típico "mariscal de la derrota".

Es un término bien peronista, siempre a mano, otrora, cuando había que echarle la culpa a algún "compañero" por una mala performance electoral. Pero así como se reinterpreta y reinventa a Perón mostrándolo como el inventor de la democracia, o a Evita como la matriarca del feminismo, tanto como se celebra a Néstor y su viuda cuál próceres de la historia en lugar de lo que fueron, también se han olvidado del viejo folclore partidario. Ante eso, se anibaliza todo y junto con ello, cada vez que actúa, pierden una elección.

Ya lo dijo en su momento Julián Domínguez, quien compitió con el siempre ministro Aníbal Fernández en las Primarias (PASO) bonaerenses. Ganó Aníbal por dentro, pero la sociedad lo repudió en las urnas, otorgándole la gobernación a la macrista María Eugenia Vidal.

También puede venir a cuenta su fuerte vínculo con los dueños de una empresa de vía pública y noticias curiosas de Mendoza, y su contundente apoyo, "al cuete", a la precandidatura del médico Matías Roby. Aníbal y el clan empresario lo levantaron, pero chocó contra las urnas, estrepitosamente.

Ahora Aníbal Fernández vuelve a recordarle a la sociedad lo que es capaz de hacer el peronismo en la oposición: "sangre y muertes en las calles", como sucediera en 2001 en las provincias gobernadas por esa fuerza y en las que, a la vez que impulsaban a los saqueos y movilizaciones, movían a las fuerzas policiales a reprimir sin miramientos. Hubo al menos 39 muertos en aquella oportunidad que el peronismo suele endilgarle en sus discursos al gobierno de Fernando de la Rúa, pero solo 3 ocurrieron bajo jurisdicción nacional. El resto sucedió en las provincias por ellos gobernadas.

Pero es bueno recordar que las bravuconadas de Aníbal Fernández son inversamente proporcionales a lo que la sociedad valora y requiere de sus dirigentes. Solo es un repaso del pasado, una invocación a fantasmas ya desdibujados de tanto que se los ha usado para atemorizar al electorado en beneficio propio.

Una vez más, se "derrota encima". Y la sociedad no puede volver a perdonar -como ya lo ha hecho tantas veces- que personajes de este nivel integren la conducción de un país en el siglo XXI. ¿O sí?


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