En números: así creció la "grieta" entre los ciudadanos chilenos y su clase política
Aunque la clase política se muestra sorprendida por el estallido social en Chile, no se puede decir que no hubo señales. Los datos que arrojan las estadísticas de las elecciones presidenciales desde el retorno a la democracia, lo demuestran.
Los millones de chilenos que se están manifestando en las calles pidiendo terminar con la desigualdad y mejorar las condiciones de los más pobres y de la clase media, claramente no se sienten representados por la clase política y por eso consideran que los cambios que necesitan para mejorar su calidad de vida se tienen que conseguir en la calle.
El estallido social demuestra la distancia que hay entre la clase política trasandina y la población, una "grieta" que viene creciendo desde que se retornó a la democracia a inicio de la década del 90.
Una forma de notar la grieta es la relación entre los ciudadanos y los procesos electorales para elegir a su presidente. Los datos no mienten y demuestran que -a medida que pasaron los años- los chilenos perdieron interés en las elecciones en todos los rangos, desde las municipales hasta las presidenciales.
En 1989, la primera elección presidencial después del plescibito que terminó con la dictadura, el padrón electoral se volvió a abrir y se estableció que la inscripción sería voluntaria, pero el voto obligatorio una vez que se ingresaba a los registros.
En esa elección el padrón fue de 7.557.537 personas y votaron 7.158.727, lo que se traduce en un 94% del total de habilitados para sufragar. Una participación muy alta después de 17 años de dictadura.
En 1993, la siguiente elección, la cantidad de personas en el padrón llegó a los 8.085.493 personas y votaron 7.376.691. Ese año ya se registró una baja en la participación que alcanzó el 91.23%.
En 1999, elección en la que ganó Ricardo Lagos, el padron tenía 8.084.476 personas y en primera vuelta votaron 7.271.584. En segunda vuelta, en tanto, sufragaron 7.326.753. Se bajó a una participación del 89% y 90%, respectivamente.
En ese momento ya se registraba una tendencia. El padrón electoral aumentaba a un ritmo mucho más bajo que el aumento de la población. Los jóvenes que estaban habilitados no se anotaban y se congelaba el padrón en torno a los 8 millones de personas.
En 2005 el padrón fue de 8.220.897 personas, en circunstancias que por la edad había más de 11 millones que podrían haberse inscripto para votar, pero no lo hicieron. En primera vuelta votaron 7.207.278 personas y en el balotaje lo hicieron 7.162.345. Se bajó en participación al 87% en ambas votaciones.
En 2009, cuando fue electo por primera vez Sebastián Piñera, el padrón estaba compuesto por 8.285.186 personas, aunque más de 12 millones ya estaban en edad. En primera vuelta votaron 7.264.136 y en segunda 7.203.371. La participación se mantuvo en un 87%.
El padrón universal
En la eleccion de 2013 todo comenzó a cambiar y la "grieta" se comenzó a hacer muy notoria. Era la primera elección en la que había un padrón universal y voto voluntario. La clase política notó la falta de interés en participar y vio que el padrón se congeló aunque creció la población que podía votar.
Para solucionar esa situación consideraron que el cambio al voto voluntario con padrón universal podría ser una buena idea.
En 2013 quedaron más expuestos cuando con un padrón universal de 13.573.088 personas. En primera vuelta votaron 6.699.011 y en segunda 5.697.751. La participación fue bajísima y aún con un padrón más amplio votó menos gente que en todo el historial de elecciones desde el retorno a la democracia. En porcentajes, en primera vuelta votó el 49% del padrón y en el balotaje sólo el 42%.
Ya en 2017 se volvió a ver muy clara la indiferencia de los chilenos ante sus políticos. El padrón fue de 14.347.288 personas. Aún así, con la lista más grande de la historia, la participación no creció. En la primera vuelta sólo votaron 6.700.748 y en el balotaje 7.032.523. En porcentajes votó el 46.7% en primera instancia y el 49% en la definitoria.
Entonces, con los datos sobre la mesa, no debería sorprender el estallido social, porque las señales estuvieron y la clase política trasandina no la vio venir.