Leé un fragmento de "Cómo mandar a la mierda de forma educada"

La experta en neuropsicología y psicoterapia cognitivo-conductual nos enseña a trabajar la empatía para conseguir relaciones plenas y honestas, sentirnos respetados y ser más libres.

¿Por qué nos cuesta poner límites? El miedo a perder el trabajo, la idea del amor romántico o el temor a que dejen de querernos si decimos "no" son algunas de las razones. Por ello nos cuesta tanto hacerlo y, cuando nos decidimos, sentimos culpa, temor o ansiedad. 

Lo cierto es que poner límites en las relaciones es tan necesario como ponerlos en una ruta: evita accidentes. No obstante, no siempre es positivo ni sano: es el cómo se comunican esos límites lo que nos ayuda a mejorar nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. 

En este libro, la psicóloga y neurocientífica Alba Cardalda nos enseña a decir "basta" con asertividad y empatía para conseguir relaciones más plenas y honestas, que nos harán sentirnos más respetados, amados y, sobre todo, libres de ser quienes realmente somos.

Alba Cardalda

Leé un fragmento de "Cómo mandar a la mierda de forma educada"

Alba Cardalda es psicóloga experta en psicoterapia cognitivo-conductual, terapia breve y estratégica y en neuropsicología. Desde hace más de diez años se dedica a la terapia infanto-juvenil y de adultos, tanto individual como de pareja y familiar, y desde 2017 viaja por todo el mundo sin residencia fija. Además, a través de sus canales en redes sociales comparte consejos para mejorar el bienestar diario de sus cientos de miles de seguidores.

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IG & TikTok:@albacardalda.psicologa

Empezá a leer:

Hace unos años viví en un pueblito de Bolivia donde trabajaba como psicóloga voluntaria en un orfanato. Habitualmente, además de mis labores como psicóloga, era la encargada de ir a comprar a la ciudad la comida para toda la semana. En una de las ocasiones en que me dirigía al mercado, me encontré con que la carretera que siempre tomaba se encontraba cortada debido a las inundaciones que habían dejado las lluvias torrenciales y tuve que optar por una ruta secundaria que no conocía. No tenía ningún mapa ni señal de GPS, así que mi única manera de llegar a la ciudad era siguiendo las señales.

Llevaba ya veinte minutos conduciendo bajo la intensa lluvia cuando me percaté de que no había visto aún ninguna señal de tráfico: ni indicaciones de alguna localidad, ni límites de velocidad, ni cruces de vías, ni stops, ni distancia hasta la ciudad... Ni siquiera las líneas de los carriles estaban señalizadas. Aquello parecía más una interminable pista de aterrizaje que una carretera.

De repente, divisé un coche dirigiéndose hacia mí a toda velocidad en sentido contrario. El pánico se apoderó de mí, mi cuerpo entero se tensó y mis manos agarraron con fuerza el volante mientras lo hacía girar hacia mi derecha para intentar no chocar con el vehículo que venía de frente.

Aun no sé cómo, pero nos esquivamos.

Me detuve en la cuneta para calmar mis nervios al tiempo que miles de preguntas asaltaban mi mente: ¿era yo quien estaba circulando en dirección contraria? ¿Había invadido yo el carril contrario o el otro coche había invadido el mío? ¿Dónde estaba mi salida? ¿Cuántos kilómetros me quedaban para llegar? ¿A qué velocidad podía circular?... Estaba completamente confundida.

Una carretera sin indicaciones es igual que una relación sin límites: nadie sabe lo que está permitido y lo que no, o qué esperar de los demás o si los demás esperan algo de uno; no existen códigos sencillos que establezcan lo que está bien o mal; tampoco puede saberse si uno respeta el espacio del otro ni este sabe si respeta el de uno, ni está claro dónde empieza y dónde termina la responsabilidad de cada individuo... y así, es altamente probable que ocurra un accidente.

Del mismo modo que las señales de tráfico nos ayudan a conducir con seguridad para arribar sanos y salvos a nuestro destino, los límites en las relaciones ejercen esa misma función: garantizar que los vínculos sean sanos y seguros para proteger la integridad de todos.

Sin embargo, no nos han educado para que entendamos los límites de esta manera, sino que nos han criado en la creencia de que poner topes es un gesto egoísta y que cuando uno ama de verdad debe hacerlo incondicionalmente. Estas ideas que hemos ido adquiriendo desde nuestra infancia forman ahora parte de la base de nuestra conducta y de nuestra forma de asimilar e interpretar las relaciones y hacen que nos culpemos cuando establecemos límites para los demás y que los consideremos como una falta de afecto cuando los demás nos marcan los suyos. Esta interpretación errónea nos lleva a mantener relaciones tóxicas, dependientes o abusivas, a decir «sí» cuando queremos decir «no» y a no sentirnos libres de expresar nuestras necesidades y emociones aun con las personas que más queremos.

De la mano de estas creencias totalmente equivocadas sobre lo que son los límites está la ausencia en educación emocional y en comunicación asertiva. Hoy en día, en algunas escuelas ya están empezando a ofrecer educación emocional a los niños y las niñas desde una tierna edad, pero la mayoría de los que nacimos antes de los 2000 no recibimos ningún tipo de pautas para desarrollar herramientas que nos permitan identificar y poner nombre a nuestras emociones, darles valor y transmitirlas de forma empática y asertiva. Por ello, cuando ya somos adultos y queremos expresar cómo nos sentimos, decir «no» o mostrar nuestra disconformidad nos cuesta encontrar las palabras adecuadas. Jamás nos enseñaron a comunicarnos de una manera sincera y honesta a la vez que respetuosa con las otras personas; no nos enseñaron de qué forma exteriorizar nuestro enfado sin atacar al otro, ni cómo podemos ser más elocuentes a la hora de manifestarle a otra persona nuestras necesidades.

En consecuencia, solemos callar lo que nos gustaría decir porque no encontramos una manera asertiva de hacerlo. Nos decimos «no tiene importancia» o «no quiero causar un conflicto» o «no me gustaría hacer enfadar a la otra persona», es decir, nos autorreprimimos. Pero cuando nos reprimimos, lejos de reducir la intensidad de nuestras emociones, esta aumenta en nuestro interior y vamos acumulándola hasta que un día explotamos como un volcán y terminamos expresándonos de la peor forma. Es entonces cuando causamos daño y nuestras relaciones se deterioran.

Tenemos derecho a establecer límites, pero no de cualquier modo. Saber hacerlo teniendo en cuenta las emociones de los demás y las nuestras propias, con las palabras precisas y en el momento adecuado, es clave para que tales límites sean sanos y nos ayuden a construir, no a destruir, relaciones tanto con los demás como con nosotros mismos. Para ello hace falta no solo ser asertivos, sino también conocer estrategias de comunicación efectiva y claves de comunicación no verbal que nos faciliten esta ardua tarea con eficacia y sin menoscabar nuestras relaciones.

Pero empecemos por el principio.

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LOS LÍMITES: ¿QUÉ SON Y QUÉ NO SON?

Todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo que somos. MARGUERITE YOURCENAR

¿Qué son los límites?

Un límite se define como una línea real o simbólica que marca el fin de algo, ya sea material o no material, o la separación entre una cosa y otra. Indica un punto que no debe o no puede traspasarse. En el ámbito de la psicología hablamos de límites interpersonales, y podríamos definirlos como las reglas y líneas que establecemos en nuestras relaciones (y con nosotros mismos) para que estas sean sanas. Existen diferentes tipos, como veremos a continuación.

Por un lado, están los límites físicos, que se refieren al espacio personal y al contacto físico. Hay personas que se sienten cómodas con el contacto físico y son más cercanas cuando se relacionan con los demás (tocan la mano o el brazo del otro mientras hablan, saludan con un abrazo, les gusta expresar y recibir afecto por medio del contacto físico...) y otras prefieren mantener más distancia (saludan con un apretón de manos, se sienten invadidas cuando alguien se les acerca demasiado, les incomoda que otros traten de mostrar afecto por medio de besos o tocándolas...). En los límites físicos, además de las preferencias personales individuales, también juega un papel importante la cultura de cada país. Por ejemplo, las naciones del norte de Europa establecen unos límites físicos más distantes que las del sur.

Por otro lado, los límites del espacio personal hacen referencia al espacio privado, por ejemplo, nuestra habitación, nuestra mochila o los bolsillos de nuestro pantalón. Las agresiones físicas suponen el traspaso más grave de los límites físicos, pero también se traspasan (aunque de forma más leve) cuando alguien nos toca más de lo que nosotros deseamos, invade nuestros espacios privados o hurga en nuestras pertenencias sin permiso.

Existen también los límites emocionales, relacionados con la forma, el momento, las personas y el contexto en que decidimos expresar nuestras emociones. Se transgreden cuando alguien nos manipula emocionalmente, nos juzga por exteriorizar nuestras emociones o las invalida. También se da una violación de nuestros límites emocionales cuando alguien se entromete en nuestras conversaciones afectivas (por ejemplo, escuchándolas o leyendo mensajes o e-mails que intercambiamos con otras personas) o indaga en lugares donde hemos podido plasmar nuestras emociones y pensamientos (como un diario personal, sin nuestro permiso.

Hablamos asimismo de límites sexuales. Estos tienen que ver con los aspectos afectivos, comunicativos y físicos implicados en las relaciones sexuales. Quebrantarlos no implica únicamente el contacto físico o sexual no consentido, sino también comentarios lascivos y gestos obscenos o ejercer cualquier tipo de presión o manipulación para conseguir contacto sexual.

Los límites temporales hacen referencia a cómo administramos nuestro tiempo para dedicárselo a las diferentes actividades de nuestra vida y a las personas de nuestro entorno. Cuando alguien nos exige pasar con él o ella más tiempo del que deseamos o del previamente establecido para una actividad (por ejemplo, en el trabajo), está violando nuestros límites temporales.

Por último, los límites materiales aluden a la propiedad privada de objetos o bienes materiales. Tienen que ver con cómo decidimos hacer uso de ellos, cuáles queremos compartir y con quién. Cuando alguien nos roba, coge algo prestado sin nuestro permiso, lo daña sin intención de reponerlo o nos presiona para utilizar nuestras pertenencias, está traspasando nuestros límites materiales.

Algunos tipos de límites interpersonales son más difíciles de identificar y establecer que otros. Nos cuesta menos marcar los que podemos ver, como los materiales o los físicos, que los que no podemos ver, por ejemplo, los emocionales. Por eso, tenemos muy claro que nadie puede coger las llaves de nuestro coche y llevárselo como si nada, pero no tenemos tan claro que nadie puede manipular nuestros sentimientos para que hagamos lo que a esa persona le conviene.

Del mismo modo, nos resulta más sencillo delimitar los límites que podemos cuantificar, por ejemplo, los temporales, que los no cuantificables, entre ellos, los sexuales. Nos sentimos con pleno derecho a mostrarnos molestos si alguien llega una hora más tarde de lo que habíamos acordado, pero no creemos igual de lícito expresar nuestro enojo cuando nos han lanzado una mirada obscena.

Por otro lado, las creencias que nos han inculcado a través de nuestra educación y cultura tampoco influyen en todos los tipos de límites de la misma forma. Por ejemplo, si se nos agrede físicamente, no albergamos duda alguna de que tenemos derecho a intentar defendernos y no nos sentimos culpables por ello. Sin embargo, cuando alguien hiere nuestros sentimientos y daña nuestra integridad psicológica, nos invade la culpa al decirle que cambie su comportamiento.

¿Por qué, si en ambos casos estamos intentando protegernos de un daño?

La primera tarea que se nos plantea cuando queremos empezar a establecer límites es darles a todos los tipos la misma importancia.

Veamos un ejemplo. Nunca se nos ocurriría quitar la puerta de nuestra casa para que entrara todo aquel que quisiera cuando quisiera, ¿verdad? Al hacerlo, correríamos el riesgo de que entraran a robarnos o a hacernos daño, y eso pondría en riesgo nuestra integridad y la de nuestra familia. Por eso, todos tenemos una puerta en nuestra casa que solo podemos abrir con una llave los que allí vivimos y, si alguien quiere entrar, tiene que tocar el timbre, y entonces nosotros decidimos si lo dejamos o no pasar. De igual modo, en nuestros hogares hay otras puertas que delimitan las habitaciones de cada uno y demás espacios. A nadie le resulta ofensivo que cada individuo que vive en la casa tenga su espacio personal y mantenga la puerta abierta o cerrada a su voluntad. Tampoco nadie se molesta porque uno cierre la puerta del baño cuando va a hacer uso de él, ni nos sentimos culpables por hacerlo. Percibimos estos límites como totalmente normales y necesarios para una convivencia armónica.

¿Cómo reaccionaríamos si un amigo se ofendiera porque no le hemos dado la llave? ¿Qué le responderíamos si él argumentara que, si lo queremos de verdad, tiene que poder entrar y salir de nuestra casa cuando quiera? ¿Qué haríamos si nos dijera que para él es una falta total de confianza y de afecto que no le demos la llave?

Probablemente nos sonaría a un auténtico disparate y, a no ser que reconociera pronto haber tenido un ataque de locura, daríamos por finalizada nuestra amistad con esta persona.

Cuando no se respeta cualquier tipo de límite, cuando se espera que nuestro amor sea plenamente incondicional, cuando alguien se incomoda porque le decimos «no» o le molesta que le expresemos nuestras necesidades afectivas... estamos ante un «amigo» tan caradura e irrespetuoso como el que quiere tener la llave de nuestra casa. Ante tal chantaje, no podemos ceder, por mucho, incluso, que queramos a esa persona.

Los límites, lejos de lo que siempre nos han hecho creer, son un acto de amor hacia los demás. Cuando expresamos claramente lo que queremos y necesitamos en una relación, lo que estamos haciendo es facilitar a la otra persona el saber cómo actuar con nosotros para que nos sintamos cómodos y seguros y, así, poder mantener una relación sana y duradera. Es una forma de decir «como te quiero y deseo que tengamos una relación larga y bonita, quiero decirte lo que me hace sentir bien para que no tengas que estar adivinándolo o sin querer hagas algo que me haga daño y provoque que nos distanciemos». Del mismo modo, interesarnos por saber cuáles son los límites de la otra persona es una muestra de querer apostar por una relación lo más sana posible y hacerlo de la forma que ella se sienta más segura. También constituyen un acto de amor hacia uno mismo porque, al establecerlos, estamos escuchando y respetando nuestras necesidades y tratando de darnos eso y no menos en nuestras relaciones. Seguí leyendo desde aquí.

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