Cómo era Mendoza en 1855, seis años antes del terremoto que la destruyó

Las memorias del chileno Benjamín Vicuña Mackenna permiten imaginar cómo era Mendoza en aquel año. Estuvo un mes porque el paso a Chile cerró por mal tiempo.

Luciana Sabina

Haremos hoy un recorrido por la Mendoza de 1855 gracias a las memorias del chileno Benjamín Vicuña Mackenna.

El trasandino tuvo ciertos conflictos para encontrar alojamiento, llegado a Mendoza desde Buenos Aires. preguntó por una posada o café "me indicaron- señala el chileno en su diario- que (...) solo una y era el de doña Angustias ... que había sido inhumanamente decapitada en Pues a él, exclamé yo, que de las angustias son las grandes esperanzas!".

Inmediatamente se trasladaron al Hotel de Francia y la dueña "doña Angustias de Rodenas -continúa Vicuña Mackenna- estaba reposadamente en un sillón con un puro en la boca el que alternaba con la bombilla que sostenía en una mano. Era (...) una señora baja y gruesa, alegre de genio, hija de la ciudad de Granada en España".

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Tras dejar las maletas en un estrecho cuarto, el grupo de tres decidió pasear por la Alameda, centro de esparcimiento en la vieja ciudad. Cuenta con entusiasmo lo que les sucedió al ingresar a una obra de teatro llamada "Carolina":

"Pero cual no sería mi sorpresa al reconocer en la infortunada Carolina, vestida de rigoroso luto, presa en la Bastilla y que deploraba sus penas a (...) la misma doña Angustias de Rodenas.

Era pues el caso que nuestra patrona era la directora de una compañía de comediantes de la que hacían parte su marido y dos hijos, a la par que dueña de la fonda, y así es que al día siguiente cuando doña Angustias vino a visitarnos nuestro cuarto, y le preguntamos cuál había silo la suerte de la desdichada Carolina, pues no habíamos visto la conclusión de la pieza, ella nos dijo que había sido inhumanamente decapitada en la Bastilla...".

Debido a un temporal el paso a Chile se pospuso por un mes, gracias a esto los datos sobre nuestra provincia son numerosos:

"La ciudad de Mendoza -escribió- puede ser bonita o fea, punto que no me interesa definir, pero de seguro sí es muy agradable. Para el viajero que llega de los riscos de la Cordillera o de las áridas planicies de la Pampa no puede parecer sino un sitio de delicioso, un oasis de verdura en los confines del desierto (...) un paisaje de agradables matices a los fatigados ojos, un consuelo para el estómago, un vaso de vino o un azafate lleno de frutas para el enjuto paladar.... Mendoza en fin es un paraíso para el cansado caminante (...) una imagen en miniatura del Edén prometido...".

En cuanto a los mendocinos señaló:

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"Frecuentemente encontramos en el teatro lo más escogida de la sociedad de Mendoza que parece tener una gran predilección por estos espectáculos (...) los trajes de las señoritas se hacen según la última moda de Chile, pero la iluminación de 150 velas de cebo era tan mezquina que contando 300 concurrentes solo tocaban media vela por persona. La policía no era del más encumbrado tono porque solo consistía en un gaucho que se sentaba a la entrada de la platea con el pie descalzo y el sable desnudo cruzado sobre el chiripá.

(...) Los caballeros de Mendoza, habituados en efecto a la vida del campo, no gustan mucho de ostentarse en estos espectáculos, y prefieren, como lo observé la conversación de los negocios agrupándose en algún rincón...".

Don Benjamín terminó comparando a nuestra sociedad con la porteña y considerando que eran aquellos más simpáticos, así como ocurrentes.

Cabe destacar que Pedro Pascual Segura gobernaba la provincia entonces y permitió al huésped trasandino el acceso al Archivo de Mendoza, espacio al que asistió durante todo un mes recopilando valiosa información sobre el Cruce de los Andes.

Entre las personalidades con las que se relacionó Vicuña Mackenna durante su estadía en Mendoza nombra a Martín Zapata, Leopoldo Zuluaga, Michel Aimé Pouget, Francisco Civit y la viuda de Godoy Cruz, la peligrosa Lucecita Sosa.

Seis años más tarde un terremoto destruyó Mendoza, lo que le da aún más valor al diario del trasandino, permitiéndonos ver a través de sus ojos a aquella ciudad pronta a desaparecer.

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