La tradición, José Rafael Hernández y el Martín Fierro
La obra cumbre de la literatura argentina, el Martín Fierro, analizado por Eduardo Da Viá.
Quiso la casualidad, que el pasado 10 de noviembre, domingo, fuese el Día de la Tradición, efeméride a propósito del nacimiento de José Hernández y además el diario Memo publicara un escrito de mi autoría que denominé Impresiones de una visita al Chaco, viaje que efectuara pocos días antes.
Recordar a Hernández automáticamente nos trae a la memoria su obra cumbre: Martín Fierro, que de alguna manera tiene vínculos comunes con lo por mí escrito, dado que ambos, uno en versos y el otro en prosa, nos referimos a personajes muy particulares, como lo son los gauchos de la pampa argentina, y los nativos en este caso del norte argentino.
Voy a atreverme a realizar un análisis lingüístico de la obra de Hernández, sabedor que me introduzco en arenas movedizas sin tener yo formación humanística universitaria dentro de la cual se incluiría la literatura, sino científica, dado que soy médico. Pero guardo la esperanza de hacer pie antes que el arenalejo me llegue al pescuezo.
Sin embargo, la práctica médica en especial la realizada en Hospitales Públicos en los que trabajé toda mi vida me permitió vincularme con la franja más carenciada de la población, lo que a su vez me obligó a aprender un vocabulario especial, el hablado en la Mendoza suburbana e incluso de campo adentro; vocabulario que suelo encontrar en algunos de los versos del Martín Fierro, por cuanto Hernández tuvo la virtud de emplear lo que a mi parecer es un dialecto, mérito extraordinario si tenemos en cuenta que Don José era abogado, periodista y político, lo cual es garantía que dominaba el castellano citadino de Bs. As, seguramente en su versión más culta y por tanto más distante del gauchesco de sus versos.
También la lectura desde temprana edad de los clásicos argentinos sobre el tema gauchesco, me permiten enfrentar el desafío con bastante esperanza.
Sostengo que el utilizado por Hernández es un dialecto por cuanto si nos atenemos a la Real Academia española en lingüística, un dialecto es una variante de una lengua que se caracteriza por su fonología, gramática, vocabulario, y por su uso en una comunidad determinada por una zona geográfica o social.
Es necesario explicitar que se trató de un dialecto oral dado que el hombre de las pampas era por lo general analfabeto; y además era propio de los varones, por cuanto la "china", su compañera, no tenía casi vida social y presa del tremendo machismo imperante, debía limitarse a las tareas de la casa y la crianza de sus hijos.
"La palabra dialecto entró en el español en la segunda mitad del siglo XVI, bien directamente desde el griego, bien desde el griego a través de una lengua románica. La fecha de entrada de dialecto en español tuvo que ser posterior a 1535 y probablemente anterior a 1580. La extensa polisemia de la palabra dialecto a lo largo de su historia en español reproduce la existente en griego clásico y en sus formas derivadas en las lenguas europeas. En el siglo XIX, la intensidad del uso de "dialecto" referido a las lenguas de un Estado pudo deberse a influencia recibida desde Francia. Durante el siglo XX se ha producido un desplazamiento del concepto de "dialecto" hacia el ámbito especializado de la Lingüística, lo que ha ocasionado el enriquecimiento de su paradigma léxico y el refuerzo en el uso de la acepción referida a la variación geo lingüística". Tomado de ResearchGate.
Siguiendo a Gobello, el vocabulario de la campaña bonaerense suele llamarse lenguaje gauchesco y también habla gaucha, pero él sostiene que es más un vocabulario que un lenguaje.
López Osornio opina que el gaucho vulgar del desierto aprendió su idioma hablando, es decir, fonéticamente, sin la palabra escrita, que ayuda y enseña a recordarla en su grafía y su estructura misma. Aprendió el castellano saturado de vocablos anticuados al cual impregnó de figuras y vicios de dicción que le dieron una pintoresca característica de regionalismo.
Y parafraseando nuevamente a Gobello, el gauchesco es una variedad dialectal y arcaizante del español hablado en la llanura bonaerense por el gaucho quien incorporó voces de las etnias originales con las que mantuvo estrecho contacto, sea por razones bélicas, comerciales o sentimentales.
Pero más allá de las disquisiciones técnicas acerca de la calificación del vocabulario gauchesco, sea lenguaje, habla o dialecto, lo cierto es que difería bastante del elegante español al que fue expuesto inicialmente Hernández. Sin embargo, la vida lo llevó a tener estrecho y prolongado contacto con los hombres de campo.
"En 1843 falleció su madre. El niño padecía un problema en el pecho, que por prescripción médica debía ser tratado con un cambio de clima, lo que lo obligó en 1846 a abandonar sus estudios y trasladarse a las pampas de la provincia de Buenos Aires. Se fue con su padre, que era mayordomo de las estancias del gobernador Rosas en la zona de Camarones y Laguna de los Padres. Esto le permitió entrar en contacto con los gauchos; aprendió a andar a caballo y a realizar todas las tareas que estos realizaban. Además fue la base de sus profundos conocimientos de la vida rural y del cariño por el paisano que demostró en todos sus actos. En ese período tuvo una visión directa de la realidad del hombre de campo, donde pudo «captar el sistema de valores, lealtades, habilidades y expresiones orales que cohesionaban a la sociedad rural"
No fue entonces un autor de "escritorio" sino de campo y expresó sus observaciones y sus ideas acerca de la vida rural en esas rudas épocas, violentas por cierto, utilizando el bagaje cultural que le dio la convivencia.
Escribió lo que vivenció apelando al vocabulario vernáculo, distinto de su lengua materna, lo que le valió un esfuerzo intelectual muy superior al que demanda el escribir, como es mi caso, en el idioma que hablo a diario y que leo a diario.
Ese detalle prínceps lo hizo aprehensible o sea capaz de ser captado por un aprehensor, es decir, que es posible asimilar o comprenderlo por completo.
Es una obra que puede leerse en la escuela primaria, al menos en la que yo tuve, aunque dudo que los alumnos de ese nivel puedan hacerlo, y quizás tampoco los del nivel secundario actual.
Siempre sostuve, lo he escrito y publicado, y hoy lo repito desde el fondo de mi alma docente, que me acicatea para insistir en la comprensibilidad de lo que escribimos, a los fines precisamente de que una persona con conocimientos adquiridos a través de sus estudios regulares primarios y secundarios, pueda solazarse con la lectura de libros o artículos asequibles, motivo de entretenimiento, goce y soterradamente de perfeccionamiento de su cultura.
Insisto en la necesidad de que cuando nos atrevemos a escribir, más allá de ser un acto del libre albedrío y amparado por las leyes de nuestro país, de la libertad de expresión que nos asegura la Constitución y cuando nuestro nivel de conocimientos es aunque sea ligeramente más alto que el promedio, lo considero una obligación moral contribuir a la mejoría de ese nivel.
Y la única manera de lograrlo es a través de expresiones cultas pero no rebuscadas, sin extranjerismos de ningún tipo excepto los latinismos y helenismos de los cuales se nutrió nuestro castellano.
Escribir no debe ser, a mi entender, una expresión de sapiencia o de superioridad intelectual, sino una contribución sincera al saber popular y un estímulo para imitar.
Conozco mucha gente que no se atreve a escribir por cuanto supone que no está calificado para ello, y sin embargo, en las charlas espontáneas demuestra que dispone de un tesoro de experiencias de vida que bien pueden transmitirse en artículos y aún libros destinados al ciudadano común.
Yo respeto a Borges y lo considero como la mayoría, un genio de las letras; pero creo con todo respeto que Don Jorge escribió para él, sin tener en cuenta que su forma tan particular de hacerlo dio pie a muy distintas interpretaciones y destinado a un muy reducido grupo con la cultura previa necesaria para leerlo.
Veamos ejemplos:
Quizá el poema más famoso de Borges sea EL GOLEM (*), del que tomo las dos primeras estrofas:
"SI (COMO AFIRMA EL GRIEGO EN EL CRATILO)
EL NOMBRE ES ARQUETIPO DE LA COSA
EN LAS LETRAS DE ‘ROSA' ESTÁ LA ROSA
Y TODO EL NILO EN LA PALABRA ‘NILO'.
Y, HECHO DE CONSONANTES Y VOCALES,
HABRÁ UN TERRIBLE NOMBRE, QUE LA ESENCIA
CIFRE DE DIOS Y QUE LA OMNIPOTENCIA
GUARDE EN LETRAS Y SÍLABAS CABALES"
(*)Un gólem frecuentemente empleado con la grafía golem, es una personificación, en el folclore medieval y la mitología judía, de un ser animado fabricado a partir de materia inanimada (normalmente barro, arcilla o un material similar). Normalmente es un coloso de piedra. En hebreo moderno, el nombre proviene de la palabra "guélem, 'materia'; por otra parte, en dicho idioma, la expresión "jómer guélem a su vez significa 'materia prima'.
La palabra gólem se da en la Biblia (Salmos 139:16) y en la literatura talmúdica para referirse a una sustancia embrionaria o incompleta. Como motivo, la figura del golem forma parte del imaginario hebraico centroeuropeo y pertenece por consiguiente al arte asquenazí.
Evidentemente muy pocos lectores manejan estos conceptos, sin los cuales desde el inicio el poema resulta muy difícil de entender.
Comparemos con estas estrofas del Martín Fierro:
"MUCHAS COSAS PIERDE EL HOMBRE / QUE A VECES LAS VUELVE A HALLAR; / PERO LES DEBO ENSEÑAR, / Y ES BUENO QUE LO RECUERDEN: / SI LA VERGÜENZA SE PIERDE, / JAMÁS SE VUELVE A ENCONTRAR.
UN PADRE QUE DA CONSEJOS, / MÁS QUE PADRE ES UN AMIGO / Y ASÍ COMO TAL LES DIGO / QUE VIVAN CON PRECAUCIÓN / QUE NADIE SABE EN QUÉ RINCÓN / SE ESCONDE EL QUE ES SU ENEMIGO. "
O bien estas dos maravillosas estrofas de PROSAS PROFANAS del nicaragüense Rubén Darío:
SEÑORA, AMOR ES VIOLENTO,
Y CUANDO NOS TRANSFIGURA
NOS ENCIENDE EL PENSAMIENTO
LA LOCURA.
NO PIDAS PAZ A MIS BRAZOS
QUE A LOS TUYOS TIENEN PRESOS:
SON DE GUERRA MIS ABRAZOS
Y SON DE INCENDIO MIS BESOS;
Y SERÍA VANO INTENTO
EL TORNAR MI MENTE OBSCURA
SI ME ENCIENDE EL PENSAMIENTO
LA LOCURA.
Ambos ejemplos, Hernández y Darío, lo son de versos comprensibles. Unos dando consejos dictados por la experiencia; los otros descubriendo su intimidad amorosa y ofertándosela a sus lectores de forma que lo conozcan.
En conclusión, el Martín Fierro es, a mi juicio y el de muchos más, la obra cumbre de la literatura argentina con extensión de 7210 versos cuando se suman el original y La Vuelta de Martín Fierro.
No por nada y según datos del Conicet, ha sido traducido a 33 lenguas, aunque hay quienes sostienen que son 46.
Por ello nada más justo que recordar el natalicio del autor como efeméride de la tradición.