Banderas de combate: ¿La marea verde reaparece para advertir o amenazar?
En Argentina, el problema del ejercicio ciudadano de la libertad ligado directamente a los derechos humanos de una manera sesgada por los diferentes posicionamientos políticos -casi siempre oportunistas- han anclado en un sistema judicial que se tornó cada vez más permisivo y una dinámica social proclive a naturalizar conductas muy poco tolerables, inclusive violentas, en la manifestación de sus propias atribuciones. La columna de Isabel Bohorquez.
Este jueves próximo pasado marcharon en diferentes puntos del país agrupaciones que se refieren a sí mismas como feminismos y diversidades para reclamar por lo que consideran derechos adquiridos que parecen peligrar frente a los nuevos escenarios políticos que se avizoran a nivel nacional.
Recorro las imágenes así como las consignas esgrimidas y me surgen varios interrogantes.
En principio, la consigna de "la libertad es nuestra" que aunó a las diferentes marchas realizadas este 28S ¿refleja una disputa ideológica sobre quiénes tienen el patrimonio respecto a las libertades ejercidas o por ejercer en este país? ¿Adónde nos lleva esa disputa? ¿Y quiénes quieren intervenir en ella?
En Argentina, el problema del ejercicio ciudadano de la libertad ligado directamente a los derechos humanos de una manera sesgada por los diferentes posicionamientos políticos -casi siempre oportunistas- han anclado en un sistema judicial que se tornó cada vez más permisivo y una dinámica social proclive a naturalizar conductas muy poco tolerables, inclusive violentas, en la manifestación de sus propias atribuciones.
Todo ello se ha ido instalando paulatinamente bajo la mirada vigilante de quienes aparentan esgrimir verdades absolutas respecto a lo que implica ser o no ser autoritarios y que entraña ser o no ser progresistas y democráticos.
¿Qué quiero decir con esto? Que en Argentina nos volvimos temerosos y paranoicos ante los prejuicios respecto a los autoritarismos y fuimos aceptando que cualquiera pudiera gritarnos en la cara lo que somos o no somos o deberíamos ser sin tener de nuestra parte más capacidad de reacción que el silencio. Mientras aquéllos que nos vociferan, lo hacen en nombre de la libertad (¿la suya o la nuestra?).
Somos una sociedad demasiada mansa a veces...o pasiva...o cobarde... o cautelosa para responder a lo que ocurre en las calles. No obstante, eso no impide que sigamos ejerciendo nuestra libertad desde ese silencio y esa reserva, aunque algunos se crean sus dueños.
Mi primera respuesta en rebeldía a ello es: la libertad no es de nadie y es de todos. Inclusive de los que nos quedamos fuera de la disputa ideológica porque sencillamente no nos representa, no nos interesa o lo que es más concreto y rotundo: no nos aporta nada ni nos resuelve los problemas .
Algunas doctrinas debieran hacerse cargo alguna vez de su inutilidad....
Me parece que es injusto estar siempre observando y soportando que haya sectores/grupos que se creen con razón a explicarnos al resto de qué se trata la realidad así como la verdad y los derechos de todos, etc. etc. porque no somos capaces de entenderlo por nosotros mismos y en ese juego de enseñarnos y proclamar, reclamar y aullar por los principios esgrimidos apelen a englobarlo todo en una sola consigna: la libertad...que incluye desde el propio cuerpo, el aborto legal, las cuestiones de identidad de género hasta la deuda con el FMI, el derecho a la vivienda y los modelos de macro economía.
Quizá reclamar por tantos temas que no tienen un eje común, salvo que forcemos todo para el lado del autoritarismo machista, les lleve a la confusión de creer que la autodeterminación todo lo puede, incluso conducir un país en bancarrota.
¿Hay algo de pensamiento mágico quizá?
¿Algo que se vincula con que proclamar, decir, pronunciarse es lo mismo que hacer, construir, recorrer los procesos y transformarlos?
Siempre me quedo pensando si nos estamos tomando el pelo y somos tan sonsos o es que somos tan cínicos...ya que parece una mentira, un chiste o una flagrante contradicción que haya banderas con palabras tan similares desde posicionamientos tan distintos. Y con la pretensión de abarcarlo todo en la visión de la sociedad y del estado. A eso aprendí, hace varias décadas, a identificarlo como totalitarismo.
No nos confundamos: hay muchas formas de ser autoritarios, totalitarios y hegemónicos, incluso cuando invocamos la libertad.
Cualquier discusión sobre si un ministerio, como organismo de gestión, es necesario o no, si las leyes vigentes deben ser revisadas o podemos formular nuevos marcos jurídicos que permitan una trama social y política genuinamente democrática, cualquier agenda pública que abarque a todo el país más allá de intereses sectoriales, será posible si somos realmente plurales y nos disponemos a trabajar sobre ello.
Como fuere, será la conciencia individual más que la colectiva la que dará siempre chances al libre albedrío. Y hasta donde yo lo comprendo, a eso le llamo posicionamiento ético.
Cierro con las palabras de Edgar Morin: "No estamos condenados pero corremos un gran riesgo (...)En el fondo, ésta es la cuestión: la gran amenaza es el encierro. En términos mentales, ¿cuál es el gran peligro que nos acecha hoy por hoy? Es el fragmento, el fragmento nacionalista que quiere constituirse como la única verdadera totalidad; es el encierro cultural, nacional y religioso, que olvida la solidaridad con los vecinos y, de forma más amplia, con las demás sociedades humanas. Es la fragmentación del discurso compartimentado (...) que elimina todo lo que sea carne, vida, pasión, sentido, humanidad. Y a estos discursos mutiladores hay que oponerles el discurso de la agrupación, la conexión, la comunicación de la empatía, la comunidad, la comunión.."[1]
[1] Boris Cyrulnik, Edgar Morin, Diálogos sobre la naturaleza humana, Paidos, Bs As, 2005, pp 62.