Lo intolerable, ¿la puerta del cambio?

Escribe en esta fundamental reflexión Isabel Bohorquez: "La noción de lo ético no es absoluta, o no debería serlo. Cada posición dogmática, cuanto más hermética y rígida sea, nos plantea una visión de que es lo que está bien y que está mal y nos deja así, a un lado u otro de la orilla de ese pensamiento. Esa presunta ética ideológica y totalizadora puede justificar incluso la muerte, los asesinatos y la violencia que hoy nos conmueven y nos sacuden. Pueden incluso justificar el atentado contra la vida de cualquier forma y especie".

Isabel Bohorquez

Dice Scavino: "(...) las normas no precisan ser justificadas, como pretenden muchos filósofos, ya que se convierten en normas, precisamente, cuando ?todo el mundo' las acepta. En síntesis, no es porque una norma resulta intolerable que los hombres y las mujeres se rebelan; es porque se rebelan, porque desean liberarse, que se torna intolerable".[1]

Hemos normalizado la delincuencia -hasta la justificamos y explicamos- hemos normalizado la corrupción; la primacía de los poderosos; el abusivo uso de los recursos que son comunes a todos; hemos normalizado el desprecio por la vida...

Entonces, todas esas normalizaciones en el sentido de naturalizar acciones, conductas, usos y costumbres y hacerles lugar en la vida cotidiana, terminan tornándose normas de convivencia y modos de dinámica social y colectiva. Hasta se reflejan en nuestras normas jurídicas.

Horrores argentinos

Argentina... mi querida casa grande... mi país y mi hogar... ¿qué nos pasó... por qué los inmorales nos han iguala'o?[2]

Soy de las que se criaron a la sombra del gran árbol de la decencia, el trabajo honesto, la protección de la familia, la crianza de los hijos, el esfuerzo, la mesura, la austeridad porque nunca nos sobró pero jamás nos faltó. Soy primera generación de universitarios en mi familia núcleo y junto con mi hermana logramos entregarle a nuestros padres -con orgullo ambas-, nuestras titulaciones que alcanzamos en el grado de doctorado. Crecí en el país de la universidad gratuita, de la escuela pública de calidad, donde hacer la primaria era parte constitutiva de la infancia. Y jugar en la vereda del barrio tranquilo era un paisaje cotidiano. Debo decir al respecto, que no considero que ello hayan sido hechos extraordinarios. Era el clima de época. Se trabajaba, se estudiaba, se formaba una familia entre otros ejes componentes de la trama social. Aún vivo en la misma casa, del mismo barrio y todavía no puedo salirme de mi asombro respecto a cómo hemos internalizado el miedo y la desconfianza, las rejas y las alarmas...

Bastaron... ¿cuarenta años? Más o menos eso registra mi memoria... para que de a poco nos ganara el escenario más temido: que nos devoráramos entre nosotros.

Me pongo al resguardo, eso intento, de cualquier idealización excesivamente optimista de que todo tiempo pasado fue mejor y que entonces, siendo niña/adolescente, todo era una panacea. Mi memoria también alberga recuerdos dolorosos. Muy dolorosos. Este es un país que ha transitado crisis y tragedias desde su cuna. Y aún no resuelve, no resolvemos, deudas pendientes desde nuestra fundación.

A lo que me refiero con devorarnos entre nosotros, es a esta desenfrenada carrera autodestructiva en la que nos hemos embarcado todos, presos de nuestras paradojas culturales y nuestras incapacidades para asumir la responsabilidad de que es en nuestras manos donde está la respuesta a nuestras disputas.

Mientras tanto... el Diablo mete la cola... soltando a las fieras.

Y todos asentimos con la cabeza y afirmamos: es la droga, es el hambre, es la miseria, es la falta de educación, es la vagancia, es el asistencialismo y los planes, es la ambición de los políticos corruptos que nos quieren sometidos, es la policía corrupta, es la justicia corrupta, es ....

¡No, no, no! Aunque eso sea también...

Somos nosotros y nuestra anestesia, nuestra tremenda estupidez de creer que las cosas se resolverán de algún modo mientras yo me pongo a salvo en el sofá de mi casa y enciendo la tele para ver otro capítulo de la serie que me tiene en vilo. Es nuestra pasividad, son nuestras concesiones y nuestra propia indecencia gestada de a poco, en míseras cuotas, en pequeños actos, en nimios gestos de ignorancia y de menosprecio por el bien común. Somos nosotros los que forjamos este presente intolerable.

Dice Orwell en su genial obra: "Doce voces se levantaron con furia, y resultaron todas iguales. Ahora no quedaba duda acerca de lo que había pasado con la cara de los cerdos. Las criaturas que miraban desde afuera pasaban sus ojos de los cerdos a los hombres, de los hombres a los cerdos y de los cerdos a los hombres nuevamente: pero resultaba imposible decir quién era quién. Noviembre de 1943, febrero de 1944".[3]

Hasta que llega la muerte con su indiscutible potencia irruptora.

¿Nuestros duelos, nuestro llanto, nuestra indignación despabilará esa apatía eterna que parece invencible?

Dice Arias[4] que los poderosos no temen ni a los pesimistas ni a los optimistas. Ambos se aferran a sus ilusiones y a sus temores de que la realidad cambiará a como dé lugar o a que no cambiará de ninguna manera. Ambos son tierra fértil para la dominación y el control. Tanto aquéllos que se ciegan esperando como los que nada esperan, ambos son artífices de un destino común y fatal.

Qué dice la autopsia del exguerrillero que murió en el Obelisco

Creo en la indignación. Es un motor tremendo, realista, que escupe y ruge ante lo que habíamos naturalizado. Se estremece y levanta el puño para poner un límite a nuestros malos hábitos consentidos y amparados por nuestra propia inutilidad.

Creo en el dolor genuino de perder a una niña en manos de dos delincuentes por arrebatarle un teléfono celular, creo en lo que nos moviliza la muerte de un médico que salvó tantas vidas y la perdió a cambio de un auto robado, creo en lo que nos ocurre cuando las personas que sufren somos nosotros mismos reflejados en ellas. Ese dolor es tan vital, tan auténtico que se instala en la conciencia y no es tan fácil ya disuadirnos de la necesidad de un código ético que nos permita convivir en paz.

La noción de lo ético no es absoluta, o no debería serlo. Cada posición dogmática, cuanto más hermética y rígida sea, nos plantea una visión de que es lo que está bien y que está mal y nos deja así, a un lado u otro de la orilla de ese pensamiento. Esa presunta ética ideológica y totalizadora puede justificar incluso la muerte, los asesinatos y la violencia que hoy nos conmueven y nos sacuden. Pueden incluso justificar el atentado contra la vida de cualquier forma y especie.

En cambio, este camino vivencial, de experiencias comunes, en todo el territorio nacional, en un barrio, en una calle cualquiera, en la puerta de una escuela, nos pone en un lugar distinto a lo ideológico.

Es un territorio en lo social y en lo humano que se expresa con un valor frente a lo que asume como intolerable.

Y puede emerger así la ética de un pueblo que anhela vivir en paz.

Donde se pueda trabajar sin tantos sobresaltos, abrir el almacén o el taller sin el temor de que le hayan arrebatado lo indispensable, transitar al trabajo o esperar un colectivo disfrutando la brisa de la mañana, dejar a los hijos en la escuela confiados porque es un lugar seguro... caminar despacito siendo ancianos o llevando un bebé en brazos sin desconfiar de quien se te acerque.

Es en la vida cotidiana, en los pequeños actos, en lo que hace a la trama de la vida, donde encontramos el sentido y la justificación de un código ético que luego se torne norma y ley, para cumplirla todos o sino, asumir las consecuencias.

Confío en que una necesidad ética está surgiendo en las conciencias adormiladas de todos nosotros. Y ya el problema no es solamente político o económico. El desafío es el horizonte de vida que nos planteamos como sociedad. Desafío que nos involucra a todos sin excepción.

Cierro con Edgar Morín: "Existe una ética de la comprensión que nos exige primero comprender la incomprensión (...) comprender no es justificar, comprender al asesino no significa tolerar el asesinato del que es autor. La comprensión compleja implica una temible dificultad. Teniendo en cuenta bifurcaciones, encadenamientos, que conducen a lo peor o a lo mejor y, a menudo, a lo uno y a lo otro, la comprensión afronta sin cesar la paradoja de la responsabilidad/irresponsabilidad humana"[5]

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.

[1] Scavino Dardo, La filosofía actual. Pensar sin certezas. Paidos, 1999, pp.178 sobre el Retorno de lo moral. https://hal.science/hal-02300905/file/Scavino-Dardo-La-Filosofia-Actual-Pensar-Sin-Certezas.pdf

[2] Santos Discépolo Enrique, tango Cambalache, 1934.

[3] Orwell, George, Rebelión en la granja, Cantaro Editores, Buenos Aires, 2001, pp.114.

[4] Arias Juan, La última dimensión, Ediciones Sígueme, España, 1974 pp. 74 en Carta a los pesimistas.

[5] Morin, Edgar, Cómo vivir en tiempos de crisis, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2011, pp16

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