La cabeza del famoso delincuente con la que Perón jugaba a los 10 años
La historiadora Luciana Sabina trae una crónica que involucra a uno de los líderes políticos argentinos y la presencia en su casa de un cráneo que perteneció a una triste figura de su tiempo de niñez.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los partidos políticos diferían significativamente de los actuales. Consistían en grupos aglutinados alrededor de un "notable", algo así como lo que hoy conocemos como "políticos" pero mucho más escasos en cuanto a número.
Generalmente se trataba de un hombre de clase alta, que poseía los ingresos necesarios para contratar matones y asegurar su victoria en las elecciones. Adolfo Alsina y Bartolomé Mitre, adversarios de la primera hora, fueron un claro ejemplo de "notables".
Ambos recurrieron a personajes como el famoso Juan Moreira, quien actuó como matón para distintos bandos a lo largo de su vida. Generalmente los comicios solían desembocar en episodios sangrientos, siendo el vencedor aquel que había ejercido más violencia. Los delincuentes contratados para tal fin solían contar con total impunidad.
El célebre Moreira, era un hombre bastante común en cuanto a su aspecto físico. De estatura regular, aunque corpulento, una nariz delicada destacaba en un rostro picado por la viruela que ocultaba en gran medida bajo la barba. Durante sus treinta primeros años de existencia también fue un hombre común, trabajador y padre de familia. Lamentablemente el alcalde deseaba a su mujer y le generó problemas al gaucho, conflictos que resolvió haciendo uso de su daga. Desde entonces su vida tornó en la del famoso malviviente.
Hacia 1874, con un prontuario contundente y habiendo esparcido numerosos cadáveres por el suelo bonaerense, finalmente se emitió una orden para su captura.
A fines de abril de ese año, en Lobos, tras una búsqueda de tres meses, una partida policial acorraló a Moreira en el patio de un prostíbulo. El policía Chirino, quien finalmente terminó con su vida, relató lo sucedido años más tarde:
"En eso, apareció Moreira con un trabuco en cada mano:
-¡Aquí estoy...maulas...! ¿Qué quieren?
-¡Ríndase Moreira a la policía de Buenos Aires...!
A lo que respondió: ¡Aquí no hay más policía que yo...!
Y antes que yo pudiera hacer fuego con mi fusil y el capitán Berton, armado con el de Zamudio, que había salido afuera atraído por un barullo promovido por Andrade que intentaba escapar, descargó sus trabucos y corrió hacia la tapia del fondo.
(...) Yo corrí en momentos en que se prendía a la tapia para saltarla y metiéndole la bayoneta medio de costado, lo clavé contra la pared. Era un hombre tremendo.
Al sentirse herido sacó una pistola del cinto y por encima del hombro hizo fuego, entrándome la bala por el pómulo y dañándome el ojo. Entonces Moreira tomó con la derecha la daga que llevaba denuda entre los dientes [un facón que medía 85 cm], y me tiró un "hachazo" que me alcanzó en la cabeza y me cortó los cuatro dedos de la mano izquierda con que yo sostenía el fusil. Tuve que largarlo y cayó agonizante.
Yo le pegué como pude... porque no hacía nada más que cumplir con mi deber. Zamudio, que era un paraguayito valiente, me dijo después que la agonía de Moreira no duró ni dos minutos y que el cuerpo tenía un pistoletazo en el costado dado por el comandante Bosch. A mí me votaron entonces una recompensa que recibí solo unos meses. El premio acordado para quien lo aprehendiera al matrero, que era de cuarenta mil pesos... ¡ni lo olí...!"
Poco se sabe sobre Chirino. Según algunos testimonios era sanjuanino, había participado en la Guerra de la Triple Alianza y murió a los 101 años.
En cuanto a Moreira, sus restos se inhumaron en el cementerio de Lobos. Trece años más tarde fueron removidos por falta de pago. La exhumación quedó a cargo del Dr. del Mármol. Los médicos de entonces -basados en la teoría de Cesare Lombroso, basada a su vez en la frenología- creían que existían patrones fisionómicos que caracterizaban a los delincuentes, donde era fundamental el estudio del cráneo y sus protuberancias. Mármol descartó el resto pero se quedó con el cráneo del famoso bandido para estudiarlo. Una vez analizado, se lo obsequió a su colega y amigo Tomás Liberato Perón, abuelo de Juan Domingo Perón.
La lúgubre pieza quedó en manos de Doña Dominga Dutey Cirus, al fallecer su esposo. Aparentemente lo mantuvo durante años expuesto en la sala, toda una tentación para el pequeño Juan Domingo que utilizó aquella calavera para asustar a sus vecinas.
El inocente juego terminó ocasionando la pérdida de algunos dientes al pobre Moreira. Finalmente, la pieza fue donada en 1928 al museo de Luján por la familia Perón y actualmente pertenece al Museo "Presidente Juan D. Perón", de Lobos. Llamativamente, los restos de Perón también serían cercenados, pero esa es ya otra historia.