Análisis

La dura cara de la pobreza

El avance de las situaciones de pobreza está alcanzando a cada vez más personas que, incluso teniendo trabajo, no pueden asegurar la subsistencia de sus familias. La columna de Rodolfo Cavagnaro.

Rodolfo Cavagnaro

Mientras el ministro de Economía, Sergio Massa, sigue intentando estirar la mecha para que la explosión caiga en el próximo gobierno, distintas áreas del gobierno difundieron informaciones que permiten hacer un diagrama de la pobreza argentina, mostrando una cruda realidad.

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En principio, el Indec difundió los datos actualizados de las canastas básicas y alimentaria y se llegó a la conclusión de que el límite de ingresos para no ser pobre en Argentina es $129.000 para una familia tipo. Otro informe destacaba que para ser clase media-media en Argentina se debía tener un ingreso no menos de $230.000 mensuales para el grupo familiar de 4 personas. Luego, el ministro Massa, decide actualizar la base imposible del Impuesto a las Ganancias y la eleva a $330.000.

Como se puede apreciar, el pobre no está tan lejos de llegar a clase media alta, pero el de la clase media alta no está tan lejos de ser pobre. Y no hablemos del de la clase media-media, que en el año suele visitar ambos niveles varias veces. Esta falta de distancia entre los tres niveles muestra el nivel de empobrecimiento general del grueso de la sociedad argentina, porque la clase alta no supera el 5% de la población.

Este es el resultado más patético de la política de elevar el gasto público y repartir subsidios que solo consigue aumentar la cantidad de pobres y mantenerlos pobres para toda la vida. Esto es lo más grave porque quienes hoy están en este nivel no ven posibilidades de salir y, lo peor, no ven posibilidades de que sus hijos puedan salir de ese nivel y esa desesperanza se traslada como matriz cultural a esos chicos que deben ir a la escuela y no tienen ánimo para hacerlo.

Esas pérdidas de posibilidades tienen que ver con la combinación de una serie de factores. Además del nivel de ingresos, los precios de los bienes que podríamos denominar "aspiracionales" (autos, electrodomésticos, televisores, computadoras o teléfonos celulares, viviendas), con los cuales las personas sienten que van mejorando, están cada día más inaccesibles. Sólo en el último año los salarios del sector privado crecieron un 30% menos que el promedio de los precios de la canasta básica y esto explica porqué muchos trabajadores formales están por debajo de la línea de pobreza.

Esta situación tenderá a agravarse, lamentablemente, si el gobierno no comienza a tomar decisiones que cambien las expectativas y una de ellas está relacionada con el tipo de cambio y otra con las leyes laborales. La primera, porque el atraso cambiario está generando una caída de las exportaciones y la segunda porque la maraña legislativa con la intención de proteger a los trabajadores generó una sobrecarga de costos en las empresas y, además, el sistema judicial, que hace que cada empleado sea considerado como un juicio potencial.

La locura del dólar y la inflación

El gobierno decidió en 2019 mantener atrasado el tipo de cambio oficial como una especie de ancla contra la inflación, pero fracasó con todo éxito. El índice de precios al consumidor tendrá una suba cercana al 100%, aunque con una particularidad. En otros procesos similares, los precios mayoristas crecían más que los precios minoristas y se entendía que, por la caída del poder adquisitivo, los minoristas no trasladaban todos los aumentos y achicaban sus márgenes.

Hoy vivimos una situación distinta. Los precios mayoristas están aumentando menos que los precios minoristas y esto está marcando que habría distorsiones en las cadenas comerciales, sobre todo lo referido alimentos y bebidas, y algunos lo conectarían con actitudes especulativas. Es difícil afirmar esto, pero lo cierto que la mayor distorsión que sufren estos productos son las cargas impositivas nacionales, provinciales y municipales. Hoy casi el 50% del precio de venta de un producto son impuestos y, además, los minoristas se están preparando para los aumentos de tarifas, que pueden complicarles muchos sus costos de explotación.

Se sabe que las expectativas juegan un rol fundamental, tanto cuando son positivas y generan inversiones y otras actividades que terminan generando un círculo virtuoso, pero también las expectativas pueden ser negativas y esto genera movimientos preventivos de los empresarios para cubrirse ante posibles decisiones de política económica.

En este mes tuvo mucho impacto un pedido de Cristina Kirchner para se congelen los precios por 180 días y declaraciones del ministro Massa amenazando a las empresas con distintas medidas como la de poner un precio máximo por 180 con un valor consignado en la etiqueta del producto. Ante esta posibilidad, muchas empresas decidieron hacer aumentos ante el riesgo de tener que soportan inflaciones cercanas al 45% en un semestre y se generaron aumentos muy grandes en muchos productos.

El FMI alertó acerca de que lo peor de la crisis mundial aún no ha llegado y, aunque nuestros políticos no lo quieran reconocer, Argentina es parte del mundo. Esto significa que el dólar seguirá fortaleciéndose en el mundo y devaluando al resto de las monedas. Nosotros no podemos ignorar estos movimientos, que impactarán con caída en los precios de algunas materias primas. También la inflación seguirá afectando a las economías principales, con tasas cercanas al 10% anual (no 100% como las nuestras).

Si a la locura del dólar en el mundo le sumamos la locura en nuestros mercados por efecto de las decisiones políticas que nos han llevado a tener 15 dólares distintos (hasta ahora), el efecto sobre los ciudadanos no luce muy bueno para el año próximo.

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