Editorial

Piqueteros VIP: Estado papá para pobres, Estado papá para no tan pobres

Argentina y Mendoza, familias inviables con hijos pedigüeños y papás dispendiosos que caen en sus berrinches y mañas. Lobbies de todo tipo, de pobres y no tan pobres, bolsiquean y reclaman ser "conducidos" como en un régimen soviético, pero bobo.

Memo

Todos reclaman que sea el Estado quien rija sus vidas. Fundamentalmente, sectores adversos entre sí y que hasta alardean de ideologías encontradas, entregan su libertad y potencial, resignan su riesgo y talento a cambio de que se les distribuyan recursos que, al parecer, creen que se generan solos y que son inacabables.

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Lo son los autodenominados "movimientos sociales" que se declaran incapaces de generar una actividad de autosustentación y, por lo tanto, ya han institucionalizado una legalidad paralela, aceptada por el uso y la costumbre, de regular la vida del resto de la población según se les den recursos a los intermediarios que los conducen como si se tratara de una gigantesca empresa extorsiva. Visto a la inversa de lo que señalan los argumentos que diferentes gobiernos han dado para sostener el sistema tal cual y sin cambios, no parecen estar convencidos de que la educación los hará libres y les permitirá emerger del pozo en el que viven: alegan que no mandarán sus niños a la escuela si el Estado no les da "planes" que no planifican nada.

De una forma u otra, la rebeldía acecha al "Estado papá", un padre a todas luces sin autoridad ni criterio, que se deja bolsiquear por todos sus "hijos".

Y frente a esto, no hay mayor responsabilidad de los que sí pudieron salir adelante por sí solos, como lo son sectores que han podido integrarse al sistema productivo.

Es así que en Mendoza pueden verse al menos dos corrientes de piqueteros: los pobres y los que, sin serlos, alegan otro tipo de pobreza: la incapacidad de sostener sus emprendimientos sin la ayuda permanente del Estado al que le reclaman por todo: cuando llueve mucho, cuando no llueve nada, cuando cae granizo, cuando su producción pierde valor en el mercado, cuando no atinan en qué cultivar ni calculan costos y beneficios.

Los no tan pobres es posible que no sean ricos, pero todos, por celos a los hermanos más desgraciados o por costumbre y vicio, quieren más y más del Estado papá, que no es otro que el mismo que -por otro lado, además de la sociedad en general- tiene en Mendoza más de 100 mil empleados entre los necesarios y su rol de bolsa de empleo de la política.

Ahora que la Nación le está pagado en cuotas un resarcimiento por haber sido castigada en otros tiempos, todos quieren meter la mano al tarro. Ese dinero estaba destinado a una gran obra, "la obra del siglo" se le llamó. El embalse multipropósito Portezuelo del Viento tiene como objetivo ser algo más que un adorno en el aparador de la casa de todos, sino una fábrica de plata, de recursos. Pero como si se tratara de una joya de la abuela, se la quiere empeñar para tener plata en efectivo para gastos del ahora, en lugar de cuidarla como recurso para garantizar un futuro mejor para todos.

Ahí aparecen el lobby finquero que quiere la plata para que el Estado les garantice agua a sus cultivos. A veces disfrazados de think tank de pensamiento estratégico, la tarea concreta es que otro les transforme sus fincas, sin más intervención que darles plata. Nadie puede opinar sobre lo que cultivan o dejan de cultivar; si lo que producen sirve o no; si lo que les pagan a sus trabajadores es suficiente o empobrece. Nadie les puede decir nada cuando arrancan sus añosos viñedos y plantan barrios privados. Y se les escucha como a hijos caprichosos y porfiados que no paran de hacer berrinche: no quieren algo que le devolvería fondos al bolsillo del que se cuelgan todos, como la minería, por ejemplo, porque generaría empleo mejor pago que el de sus cosechadores y no quieren o pueden equipararlo en sus empleados, los que emigrarían de las fincas hacia las rocas de la montaña, con lógica.

Es imposible que papá Estado críe dispendiosamente a tantos hijos.

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El tironeo provoca su quiebra y sin recursos, esa igualación social con la que se llenan la boca los sectores que ejercen la política soviética disfrazada de diversas ideologías y consignas, aun religiosas, no es otra cosa que para abajo. Todos pobres, más pobres. Y con menos capacidades: el que tiene posibilidades de buscar, desarrollar y ejercer su talento es administrado por una élite de intermediarios que los paraliza en el centro de una ruta en reclamo de plata a cambio de dejar de estar allí; los que tienen en marcha proyectos productivos no invierten en su propia mejora, por ejemplo, de la calidad del uso del escaso bien que representa el agua, siguen argumentando que es un derecho inherente, se niegan a rediscutirlo y todo lo pagan los pocos que pueden hacerse caso de tantos, pero tantos hijos y entenados que van surgiendo.

Así, en muchos casos se ha tenido que recurrir al "abuelo" FMI, entre otro parientes lejanos. Pero al final, lo terminamos maltratando por malcriarnos, por reclamarnos que activemos nuestro autosustento sin pedir.

Esta familia, así planteada, es inviable.

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