Emiliana Lilloy

La mujer al poder

"La historia de la humanidad es una de disputa de ideas y poder para ejecutarlas: conservadores y liberales, derechas e izquierdas, comunismo o capitalismo. Ideas que incluso nos han llevado a la guerra. ¿Ideas de quiénes? De los varones", escribe Emiliana Lilloy en esta nota.

Emiliana Lilloy

Este jueves el plenario de la Suprema Corte de Mendoza dirimió las diferencias sobre el alcance del artículo 152 de la Constitución Provincial que establece que para llegar a la Corte se debe "ser abogado con título de universidad nacional y con 10 años de ejercicio de la profesión u 8 de magistratura".

Si bien la Dra. María Teresa Day ya había sido designada para el cargo, la decisión despeja toda duda sobre su legitimidad para ejercer tan importante función.

Aún cuando el plenario del tribunal superior se manifestó sobre los requisitos técnicos para ejercer como magistrada/o en ese órgano, a nadie escapan los intereses partidarios que rodeaban la cuestión. Es que como reza el fallo, la Corte es un órgano político de fundamental importancia en donde se deciden cuestiones relevantes para toda la ciudadanía.

La Suprema Corte avaló el nombramiento de Teresa Day

El proceso de selección dio muestras claras de los intereses que se disputaban (situaciones extremadamente inhóspitas para la candidata, audiencias convocadas por sectores políticos disidentes, campañas para juntar firmas en su contra, planteos sobre sus creencias o trayectoria profesional, etc.) pero quizás, dejó traslucir algo más.

Es que pareciera ser, que, como muchas de nosotras hemos vivido en la propia experiencia, cuando es una mujer la que disputa un espacio de poder, las objeciones a su persona, ideas y trayectoria son de una virulencia y exigencia inusitada, que nunca recae sobre un varón en las mismas circunstancias.

He aquí la trampa y una clave para todas nosotras. Porque vivimos en sociedades en las que los gobernantes salen a disputar el poder y a poner en juego sus ideas sin que nadie les interpele u hostigue de esta manera. Podemos o no coincidir con ellos, incluso disentir con sus ideales, religiones o modos de vivir la vida, pero lo cierto es que, con total libertad personal, son quienes ostentan el poder y ejecutan su forma de ver el mundo. ¿Quienes? Los varones.

La historia de la humanidad es una de disputa de ideas y poder para ejecutarlas: conservadores y liberales, derechas e izquierdas, comunismo o capitalismo. Ideas que incluso nos han llevado a la guerra. ¿Ideas de quiénes? De los varones.

Las mujeres, aunque nos pese decirlo, hemos sido privadas y alejadas del poder de decidir. No importa cuan buenas o malas sean nuestras ideas, el espacio de decisión es y ha sido de los varones. Hoy nuestras sociedades están cambiando gracias a la lucha feminista que comenzó hace más de 200 años. Hoy las mujeres poco a poco podemos ingresar a las estructuras en donde se dirimen cuestiones fundamentales. Ante esta situación histórica y presente se nos presenta una pregunta evidente ¿Vamos a caer en la trampa de sumarnos a las dificultades que nos impone el sistema y ponernos en contra de nosotras mismas en el acceso a estos espacios, o vamos a apoyarnos más allá de nuestras diferencias?

La mayor revolución feminista parece ser, comprender que todas las mujeres, no las que piensan como nosotras, no las que se adecuan a los estereotipos con los que congeniamos, no las que están aliadas con tal o cual partido político que se arroga nuestras luchas, sino todas, las mujeres, tenemos derecho a disputar el poder y gobernar nuestras sociedades sin ser perseguidas.

Esta es una clave feminista que no puede pasarnos desapercibida. Ser conscientes de que, mientras nos enfocamos en si una mujer es más o menos feminista o está más o menos acorde a nuestros valores, los espacios de poder siguen siendo ocupados por varones, a los que no nos atrevemos a juzgar con la misma vara, o peor aún, que, aunque nos atrevamos a hacerlo, nuestra voz es silenciada por la corporatividad masculina.

Es que las mujeres tenemos un debito con nosotras mismas que implica la revolución cultural de nuestras mentes: permitirnos decidir cómo queremos vivir nuestras vidas y la de nuestras sociedades desde las diferencias, en la arena pública y desde posiciones de poder, como históricamente han hecho los varones.

El desafío será lograr entrar todas a esa arena, con nuestros ideales y diferencias, para dirimirlas y acercar posiciones. Porque sólo cuando todas las mujeres, sin importar nuestra religión, creencia, ideología o color, accedamos al poder de gobernar y guiar nuestras sociedades en democracia, se habrá logrado la verdadera revolución feminista.

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