Gabriel Conte

Catecismo político: criticar no es odiar; ir por todo no es amar

El presidente mandó a los periodistas al diván, cuando es él el que está diciendo y haciendo todo lo contrario a lo que pensó y prometió. Les llaman "odiadores" a todos los que ellos odian y se enarbolan propietarios del amor.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

A esta última versión del peronismo, más lejano y cercano a la vez de Perón, el líder resignificado a los fines de los nuevos propósitos de la maquinaria electoral de los seguidores de Cristina Kirchner, la ha envuelto una manía por redefinir, además, conceptos universales otorgándoles nuevos valores. Así, el "amor" es considerado como tal solo al acto de lealtad sin fisuras al mandato de un sector de pensamiento, el propio. De allí que es calificada como "odio" toda opinión que saque los pies de esa fuente, considerada todopoderosa sino milagrosa. La política se vuelve una cuestión de fé, no de razonamiento. Y la infalibilidad del (o la) líder no se pone en discusión sino el acatamiento o el desacato, sin grises.

"Hay un periodismo alocado que necesita terapeutas para sacarse el odio que cargan encima", diagnosticó en términos médicos el presidente Alberto Fernández que pasó a cambio del Sillón de Rivadavia del bando de los "odiadores" al de los "amadores" de la líder, Cristina Kirchner. Por eso se le perdona con condiciones: como es portador del pecado de haber dudado, se lo controla y guía por una canaleta de pensamiento en la que más de una vez ha tropezado y, por ello, recibido castigos de los acólitos que jamás se han permitido dudar.

El periodismo -en general- no está loco, trasmite las locuras ajenas. Equivocadamente, muchas veces pretende ocupar roles que no le toca, pero está bastante lejos de requerir asistencia psicológica (y mucho menos, de ser perseguido por ello) o de ser el artífice del odio, algo así como un Demonio vuelto carne, huesos, tinta y bytes.

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La tarea de reflejar contradicciones, hallar puntos cuestionables o aportar una mirada crítica es parte de la democracia consagrada en la Constitución, aunque probablemente no del concepto que sobre ella tenga una porción importante del partido que gobierna, más afín a sistemas como el de Cuba, Rusia o Venezuela que prefieren escuchar loas y aplausos y "lavar la ropa sucia" fuera de la mirada de lo que cree ajenos a "su" Estado. 

Es el mismo Alberto Fernández el que fue a las marchas que pedían el esclarecimiento de la muerte de fiscal Alberto Nisman y que ahora dice que siempre estuvo convencido de que se suicidó. Es el mismo que denunció en los medios del Grupo Clarín -al que CFK lo vinculó sin metáforas como lobbista- que la expresidenta y actual vice de su gestión estaba involucrada en hechos de corrupción. Parece remodelar también aquella frase de Perón para que quede así: "La última versión de la verdad debería ser la realidad".

¿A quién le hace más falta un diván con un terapeuta incluido, en todo caso? ¿Lo necesitan quienes ejercitan la memoria o aquel que reclama el olvido para la fundación de un nuevo pensamiento de "amor, amor, amor", tal como lo fundamentara pscóticamente en un programa de TV, alguna vez, el deseador de desgracias ajenas Luis D' Elía?

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En la semana que terminó surgieron más aportes para la construcción de una idea de la desubicación espacio temporal del sector gobernante. Fue cuando Máximo Kirchner, el heredero de la dinastía, aseveró en el Congreso que "el poder lo tienen ustedes", señalando a los bloques opositores que solo cacarean en gallinero ajeno, tratando una vez más de victimizarse y mostrarse perseguidos sin razón, una estrategia que ya luce desvencijada de la realidad.

En todo caso, ni siquiera puede decirse que hay un periodismo que haga minería informativa para encontrar vetas inhallables de escandalosas situaciones: por el contrario, eso se encuentra a simple vista y solo se trata de contarlo, por más que desde el poder supremo del Estado y su controlador político se pretenda desmentir la evidencia.

El periodismo "odiador" se ciñe más que nada al propósito de tratar de equilibrar el enorme poder del gobernante y sus amigos fuera del Estado, con su aparato comunicacional entregado a la propaganda y no a la información.

Todo es pasible de ser cuestionado y a la sociedad no se la puede tratar como estúpida, explicándole todo el tiempo con peras y manzanas, como si no entendiera, quién es "bueno" y quiénes, "los malos", en un catecismo político que pretende "ir por todo", como alguna vez ante el Monumento a la Bandera, se le adivinara en los labios a Cristina Kirchner.

Se promueve un amor de tribus en donde el diferente merece ser odiado y, a la vez, acusado de ser el "odiador". Pero no es un problema de oficialismo vs oposición, simplemente, sino que se trata de una batalla interna más del frente gobernante, con gente muy distinta, con tensiones preexistentes y objetivos encontrados. Por ello, tal vez cuando hablan de "los otros" probabemente estén refiriéndose a los divergentes intestinos, a los desacatados o díficiles de atar y no solamente a quienes constituyen la también variada galaxia opositora, a la que, más bien, parecen ignorar en lugar de criticar.

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