El federalismo ilusorio: la era de los caudillos en Argentina

Según el historiador Tulio Halperin Donghi, aquí la figura del caudillo se transformó en una figura de carácter marginal, percibida como un obstáculo para la organización nacional. Lo cuenta Luciana Sabina.

Luciana Sabina

La palabra caudillo deriva del latín capitellium, que significa "cabeza". Durante la Edad Media española, se utilizaba para designar al líder de un ejército, y con el tiempo se aplicó a figuras de poder en distintos contextos. En la España de Francisco Franco, por ejemplo, el término se asoció directamente con el dictador, simbolizando su autoridad absoluta.

En el territorio argentino, tras la Revolución de Mayo de 1810, el concepto de caudillo adquirió una connotación diferente. Según el historiador Tulio Halperin Donghi, aquí se transformó en una figura de carácter marginal, percibida como un obstáculo para la organización nacional. Estas connotaciones negativas no estaban presentes en el uso europeo del término y reflejan las complejidades de los primeros años de independencia en la región.

Con la caída del sistema centralizado propuesto por Bernardino Rivadavia en 1827, Buenos Aires se consolidó como un núcleo de poder gracias a su control de los recursos fiscales y su aparato burocrático. Juan Manuel de Rosas aprovechó esta ventaja para construir un poder absoluto de alcance nacional. En este contexto, los caudillos provinciales operaban bajo la hegemonía porteña, permitiéndoseles cierta autonomía en sus territorios siempre y cuando se mantuvieran leales a Rosas. Sin embargo, aquellos que desafiaban su autoridad eran rápidamente neutralizados.

Cómo eran físicamente los próceres argentinos

El federalismo que Rosas decía defender era, en realidad, una fachada. Las provincias estaban sometidas al poder económico de Buenos Aires, que monopolizaba los ingresos aduaneros y controlaba las vías fluviales, asfixiando las economías provinciales. Este sistema provocaba enormes pérdidas para las provincias, especialmente las del Litoral, que debían exportar a través del puerto de Buenos Aires, asumiendo costos elevados e innecesarios.

En este escenario, algunos líderes intentaron resistir. Uno de los casos más destacados fue el de Ángel "Chacho" Peñaloza, quien entre 1835 y 1852 se enfrentó al centralismo porteño bajo la bandera unitaria. Sin embargo, su lucha fue la excepción más que la regla, ya que la mayoría de los caudillos provinciales preferían mantener una relación de subordinación que les garantizara cierta estabilidad local.

Otros, como Facundo Quiroga, ni siquiera intentaron legitimarse a través de marcos legales. Su poder se basaba exclusivamente en la fuerza y la violencia, en un contexto donde la ausencia de un gobierno central permitía que figuras como él surgieran como líderes naturales.

El caudillo argentino, entonces, es una figura ambivalente. Por un lado, representaba el poder local en un país fragmentado; por otro, estaba condicionado por un centralismo económico y político que limitaba la verdadera autonomía de las provincias. Estas contradicciones reflejan las tensiones de una nación en formación y nos ayudan a entender las raíces de nuestra compleja identidad política y cultural. 

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