Café con Aroma de Mujer: lo que no se vio en Netflix
Pablo Lacoste trae a colación el fenómeno que representó la teleserie "Mujer con aroma de café" para la promoción de la cultura y el turismo identitario de Colombia. ¿Se puede aplicar en Mendoza Este?
La serie colombiana Café con Aroma de Mujer, mundialmente difundida a través de Netflix, se ha convertido en un referente y ofrece muchos elementos de análisis y reflexión. Porque más allá de su apariencia liviana y fluida, contiene una serie de elementos de gran profundidad, que conviene desentrañar. Junto con entretener y dejar un mensaje optimista de la vida y el amor, esta serie emerge como ícono de la cultura de Colombia, sus paisajes culturales, su identidad y su desarrollo turístico.
Las fincas cafeteras donde se filmó esta teleserie, se han convertido en la meca de turistas de todo el mundo, que viajan al aeropuerto de Pereira para conocer el Eje Cafetero colombiano. Allí se encuentran el rastro de la ocurrente "Maracucha" (gentilicio de los oriundos de Maracaibo, Venezuela), el corazón de Sebastián y la Gaviota, tallado en un árbol de la finca cafetera (Figura 3), el frondoso parque donde se celebró el casamiento y la glorieta donde la Gaviota organizó la cooperativa de mujeres cafeteras.
Para escribir este artículo, se hizo una experiencia de recorrido comentado, para observar el territorio, conocer a sus protagonistas y escuchar a sus visitantes y actores involucrados. El desafío fue transitar los paisajes cafeteros para conocer sus secretos (Figura 4).
"Lo mejor de esta teleserie fue explicarnos la cultura del café", afirmó una turista dominicana, que viajó con su marido a conocer la hacienda de los Vallejo, el lugar donde se desarrolló la serie. Palabras parecidas expresaron turistas de Chile, España, EEUU, Francia, Canadá y otros países.
Estos turistas pudieron optar por mil destinos diferentes, en Europa, EEUU y otros lugares; pero eligieron ir a América del Sur, a visitar una finca cafetera, parecida en cierto modo, a las fincas con viñas de Argentina y Chile, por dar un ejemplo. No hay allí cordilleras nevadas imponentes, como el Cordón del Plata; ni construcciones arquitectónicas extravagantes como en el Valle de Uco ni hoteles de 5 estrellas con casino internacional como en Santa Cruz, Colchagua. Tampoco tienen propuestas gastronómicas sofisticadas, con "comida molecular" ni menú de "ocho tiempos", como los afectados restoranes de vanguardia.
¿Qué se come allí? Las comidas típicas e identitarias del lugar: arepas de maíz, como las que degustaba Simón Bolívar; café endulzado con panela, azúcar sin refinar, mucho más natural e interesante que la industrial, esa misma que encantaba Sebastián Vallejo en la serie y de la cual hablaba Bolivar en sus cartas. Y preparaciones típicas con carnes y verduras, legumbres y frutas locales. Lo interesante es que el restaurant ofrece al turista el mismo menú que tenía para los actores, en los seis meses que vivieron allí para realizar la filmación. Nada raro, nada afectado; la comida paisa, los productos típicos del lugar.
En esta serie, los actores lograron comunicar la cultura del café con tanta intensidad, que lograron emocionar al público hasta causar una corriente de turismo internacional hacia el eje cafetero colombiano. ¿Cómo lo hicieron?
Los actores recibieron la capacitación del equipo de sommeliers y guías de la finca. Ellos explicaron el proceso de cultivar el cafeto, su cuidado durante todo el año, el momento oportuno para su recolección, y las formas de elaboración del café, incluyendo la línea de fermentación para obtener el Honey, que en la teleserie se presenta impulsado por el personaje de Arthur, ante el recelo del entrañable capataz, don Aurelio. En la realidad, estos mismos guías ofrecen talleres a los turistas para aprender a elaborar los productos típicos locales: ron, café y chocolate (Figura 5).
La teleserie tiene éxito porque está armada de abajo hacia arriba, en un proceso muy pensado, en el cual han participado actores económicos, políticos, sociales y artísticos de Colombia, que se han movilizado en torno al tema desde hace treinta años.
Todo comenzó en 1989 cuando, tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la URSS, se produjo la desregulación de los mercados y el avance de la globalización. Este nuevo escenario tuvo un fuerte impacto en el mundo del café, donde se rompieron los acuerdos entre los países productores y los países consumidores de café. Con la irrupción de nuevos actores productivos, como Viet Nam y los africanos, se produjo el derrumbe de los precios, lo cual afectó seriamente la economía colombiana. El impacto fue particularmente demoledor en el Departamento del Quindío, con sus 560.000 habitantes y sus 1.800 km2, cuya economía dependía del café en un 90% (algo parecido a la situación que sufre hoy Mendoza Este).
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La industria sufrió una crisis aguda, y procuró salir con un cambio de estrategia: de limitarse a producir y exportar café, se orientaron al fortalecimiento de la identidad y la diversidad productiva, incluyendo la promoción del turismo. Se realizaron grandes inversiones en el reconocimiento del territorio para conocer su trayectoria histórica y el proceso por el cual Colombia se convirtió en potencia cafetera, con particular referencia a la valoración de sus paisajes culturales. Dentro de esta estrategia, se realizaron investigaciones que ayudaron a reconocer los mitos y leyendas locales, el papel de los sujetos históricos tradicionales (arrieros, cafeteros, agricultores, comerciantes, pulperos), con sus productos típicos (café, azúcar, panela, aguardiente, ron, chocolate, arepa, bandeja paisa) y sus paisajes culturales (patrimonio arquitectónico, religioso y artístico) (Figura 6).
Se produjo una gran producción de libros dedicados a reconocer y valorar el territorio. La sociedad se empoderó, al conocer y reconocer su propio patrimonio. Particularmente interesante es el libro de Fernando Macías, dedicado a recopilar las pinturas sobre el paisaje cafetero de Olga de Chica (Figura 7).
Los referentes del territorio se comprometieron con la puesta en valor de los paisajes. Los artistas pusieron su talento al servicio de la causa, al elegir estos temas para desplegar sus capacidades creativas. Y lo mismo hicieron los escritores, antropólogos e historiadores, al centrar sus energías en el fortalecimiento de la identidad local, incluyendo el papel de sujetos históricos, como los arrieros (Figuras 8).
Los investigadores, artistas y editores no se interesaron únicamente en el producto principal (café), sino que se extendieron a otros alimentos y bebidas, como los destilados a partir de azúcar, con los cuales se ha desarrollado licores interesantes (Figura 9).
El mundo del azúcar ayudó a los cafeteros a reaccionar. Particularmente, por la instalación del Museo del Azúcar (1982), que sirvió de antecedente para crear el Parque del Café, instalado en 1995. Poco a poco, se comenzó a avanzar en la diversificación productiva con la valoración del patrimonio agroalimentario regional. El libro de Diego Arango Mora da cuenta de este proceso (Figura 10).
Junto con el parque cafetero, en 1995 se comenzaron a instalar los primeros hostales para recibir turistas, con lo cual se puso en marcha un proceso sostenido en el tiempo. Después de 30 años, el Departamento del Quindío se ha convertido en un polo turístico de primer orden; cuenta con 1534 establecimientos de alojamiento, incluyendo 1487 hostales rurales, con un total de 27.073 camas. El turismo se ha convertido en columna fundamental de la economía local.
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Un concepto clave que entregó Juan Pablo Echeverry, gerente de la Hacienda Venezia, lugar donde se alojaron los actores y se filmaron algunas escenas de la serie. A partir de su experiencia como mochilero en su juventud, Echeverry aprendió a valorar al turista en sus tres etapas vitales, con distintos poderes de compra y distintas necesidades de servicio. Este enfoque rompe el paradigma de la industria del turismo, que tiende a sobrevalorar al turista ABC1 y minimizar a los sectores de menor poder adquisitivo, porque generan menor rentabilidad inmediata. En vez de ello, el enfoque de Echeverry es valorar al viajero, al "packer", teniendo en cuenta las tres etapas fundamentales de la vida: en la juventud tiene pocos recursos, y viaja llevando la mochila sobre sí mismo; es el periodo de "back-packer"; luego mejora su posición profesional, tiene más recursos y sube a la categoría de "Samsonite packer"; más adelante, da otro salto y llega a "Louis Vuitton packer". Se trata de la misma persona, en tres etapas diferentes de su vida. Los tres son interesantes, y se les ofrecen productos diferenciados en la misma finca cafetera: el back-packer se aloja en las casas de los cosechadores, con una tarifa de 10 o 20 dólares la noche; el Samsonite packer se aloja en el Coffee Lodge, a 100 dólares; y el Louis Vuitton packer va a la casa patronal, por 200 dólares. Lo bueno de este sistema es que le permite a la pequeña finca cafetera, tener un flujo de caja suficiente para mantener su masa crítica de diez guías, que prestan servicios a todos los visitantes durante todo el año, además del personal de hotelería y restaurante (Figuras 11 y 12).
Conclusión
El éxito de Café con Aroma de Mujer no es fruto de la casualidad. Es resultado de un trabajo sostenido durante treinta años, para poner en valor el territorio, con su patrimonio agroalimentario, sus mitos y leyendas, sus tradiciones y su identidad. Sobre la base de estos fundamentos, se construyó la serie que ha fascinado al público de todo el mundo, y ha generado una corriente turística hacia el eje cafetero de Colombia.
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Este antecedente resulta particularmente útil para territorios semejantes de América Latina, donde el producto principal pueda atravesar crisis de precios, y comprometer la vida económica, social. La experiencia de los colombianos es inspiradora: tras la crisis de 1989, la mayor de la historia del café, ellos respondieron con la valoración del patrimonio, la diversificación económica y la promoción del turismo. Este criterio puede valer para casos homólogos, como la crisis que actualmente sufre la vitivinicultura en Argentina, Chile, Uruguay y Brasil.
Las fincas cafeteras son parecidas a las de viñas. No fueron pensadas originalmente como lugares turísticos. Pero su conversión es posible, mediante la recuperación de los recursos culturales del territorio, a partir del concepto de economía y turismo naranja.